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Reportaje:LIBROS | Ensayo

El tardío descubrimiento de Azaña

Si tuvieron que transcurrir casi tres décadas desde la muerte en el destierro de Manuel Azaña (1880-1940) antes de la publicación de sus primeras Obras Completas (México, Oasis, 4 volúmenes, 1966-1968), ha sido necesario esperar otros cuarenta años para el anuncio de los siete volúmenes de esta segunda edición, emprendida por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC) bajo el cuidado de Santos Juliá. Los textos recopilados en su día por Juan Marichal han sido acrecidos con más de un 80% de nuevos materiales; entre otros, los escritos, conferencias o discursos que fueron publicados desde entonces en forma de libro o que han sido descubiertos por Santos Juliá en sus investigaciones. La contribución más importante, sin embargo, está formada por el archivo personal de Azaña que le acompañó en el exilio; secuestrado por la Gestapo, entregado a las autoridades franquistas y conservado en dependencias oficiales, fue casualmente descubierto en 1984 en el Ministerio del Interior. Con independencia de su valor intrínseco como piezas literarias, digresiones históricas, análisis jurídicos o reflexiones políticas, buena parte de esos inéditos permite apreciar los elementos de continuidad del pensamiento de Azaña desde la etapa reformista hasta el triunfo republicano.

Tal vez el factor principal de su retrasado ingreso en el imaginario panteón de hombres ilustres españoles de la primera mitad del siglo XX sea la singularidad de su obra intelectual y la ejemplaridad de su comportamiento público
Buena parte de los inéditos permite apreciar los elementos de continuidad del pensamiento de Azaña desde la etapa reformista hasta el triunfo republicano
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En tiempos de la dictadura franquista, la censura se encargó eficazmente de blindar la feroz campaña de desprestigio y calumnias lanzada desde la maquinaria propagandística del régimen (pocos políticos de la II República fueron tratados con tanta saña como su último presidente) mediante la eliminación de la presencia en librerías y bibliotecas de su obra escrita; la escuela historiográfica-policial de Eduardo Comín Colomer y Joaquín Arrarás, que ha encontrado en nuestros días discípulos a la altura de su impeorable calaña, explotó hasta el vómito una edición expurgada de tres cuadernos de los diarios escritos para su uso personal entre 1932 y 1933 por el entonces presidente del Consejo de Ministros que habían sido robados por un agente franquista en el consulado de Ginebra y que la familia de Franco no devolvió al Estado hasta la llegada al poder de Aznar. Tras la muerte del dictador, los conflictos sucesorios sobre la titularidad de los derechos de autor trabaron la difusión de los libros publicados en vida por Azaña y la recopilación sistemática de sus inéditos.

Pero existen también otros factores que ayudan a explicar la zona de penumbra ocupada por uno de los grandes escritores españoles de la primera mitad del siglo XX que esta cuidada edición de sus Obras Completas por el CEPC y la admirable labor realizada por Santos Juliá para hacerla posible permiten finalmente iluminar plenamente. Por lo pronto, la vida pública de Manuel Azaña se vio arrastrada por una corriente de aceleración histórica excepcional durante la última etapa de su existencia: los nueve años que transcurren desde su nombramiento en 1931 primero como ministro de la Guerra y luego como presidente del Gobierno de la recién proclamada República hasta su fallecimiento en Montauban, perseguido por la Gestapo y sin más protección que la Embajada de México, le situaron en el centro simbólico de un trágico escenario y le ofrecieron oportunidades hasta ese momento insospechadas.

No es que el futuro presidente de la República fuese hasta entonces un personaje gris y poco conocido en los medios intelectuales y políticos madrileños, leyenda que estas Obras Completas se encargan de desmentir: alto funcionario del Estado, había colaborado con Ortega en la Liga de Educación Política, militado en el Partido Reformista de Melquíades Álvarez, administrado El Ateneo, fundado La Pluma, dirigido España (creada en su día por Ortega), publicado libros, traducido obras importantes, animado tertulias y promovido Acción Republicana tras el golpe de Estado de Primo de Rivera. Santos Juliá demuestra -sus estudios preliminares a cada uno de los siete volúmenes son iluminadores no sólo a este respecto- la falsedad de la desvaída imagen convencional del personaje.

Tal vez el factor principal de su retrasado ingreso en el imaginario panteón de hombres ilustres españoles de la primera mitad del siglo XX sea la singularidad de una obra intelectual y la ejemplaridad de un comportamiento público que no encontraron discípulos tras la derrota republicana en la Guerra Civil, una época propicia para las escuelas canónicas y las ortodoxias revolucionarias. De añadidura, el fingido respeto hacia su figura que simularon Aznar y los círculos próximos al PP antes de llegar al poder fue una desvergonzada maniobra de encubrimiento de la derecha ultraconservadora.

La doble vocación literaria y política de Azaña, la carencia de una adscripción universitaria capaz de legitimar las hipótesis historiográficas y las valoraciones estéticas de sus trabajos, o la atención omnívora prestada como escritor a casi todos los géneros creativos (falta la poesía) y el desigual acierto de los resultados alcanzados en cada campo (Margarita Xirgu fue crítica con La Corona pese a estrenarla) pueden suscitar hoy día cierto recelo en lectores acostumbrados a las especializaciones. Sería difícil, desde luego, juzgar con los mismos criterios sus espléndidos ensayos sobre don Juan Valera, la innovadora interpretación del aplastamiento de la rebelión de los comuneros, la novela de formación de El jardín de los frailes, el proyecto narrativo de Fresdeval, la calidad memorialística de los Diarios, las críticas a Ganivet y la generación del 98, el amargo diálogo filosófico-político de Velada en Benicarló y la poderosa retórica persuasiva de los discursos parlamentarios y en campo abierto.

A la heterogeneidad de los proyectos acometidos en paralelo por Azaña se une la necesidad de situar históricamente sus intervenciones públicas. Santos Juliá aplica acertadamente -hasta donde resulta posible sin quiebra de la lógica- criterios de ordenación temporal en los seis primeros volúmenes. El derrotado presidente de la II República no escribió ningún tratado teórico: "Era un político acostumbrado a pensar desde una perspectiva histórica" y conduciría a lamentables errores la interpretación de sus textos o discursos "como si hablaran por sí mismos, independientemente de las polémicas del momento y de la acción política propuesta".

En cualquier caso, es de temer que la figura de Azaña, capaz de combinar las convicciones profundas con la flexibilidad en las actuaciones y de ser fiel a su doble vocación como escritor y estadista, no tendría espacio en nuestros modernos Estados de partido, dominados por la especialización profesional de políticos que utilizan la cultura como una mera cantera para extraer citas intelectuales y que se limitan a leer los discursos escritos por sus gabinetes. La lectura de su obra, sin embargo, ayudará a mantener viva la añoranza de una forma de concebir y de llevar a la práctica la vocación pública que se desliza a veces ejemplarmente por los intersticios de la historia en situaciones de crisis.

Obras Completas. Manuel Azaña. Edición de Santos Juliá. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 2007. 7 volúmenes. 390 euros.

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