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Columna
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La Alianza y el látigo

Antonio Elorza

En vísperas del cambio de Gobierno, la política exterior española alcanzó uno de sus momentos de mayor brillantez: reunión de los G-20, entrevista con Obama, cumbre hispano-turca. Como broche, Zapatero intervino en el segundo Foro de la Alianza de Civilizaciones, su gran iniciativa, compartida por el líder turco Erdogan, para enmendarle la plana a Huntington y probar que no sólo debe existir diálogo sino alianza entre las "civilizaciones" en conflicto. Léase entre Occidente y el islam.

Los voceros del Gobierno se han apresurado a cantar las excelencias de un acontecimiento que sólo los miopes del PP pueden infravalorar, en tanto que el propio Obama habría dado pruebas de identificarse con la Alianza. Cien países adheridos o simpatizantes, 1.500 asistentes. Es, en principio, algo para sentirse orgulloso, más aún cuando todo el mundo coincide en que el acuerdo entre "civilizaciones" constituye un objetivo altamente deseable.

La vigente actitud reverencial de poco sirve para aplacar al terrorismo islamista

Otra cosa es que las buenas intenciones estén acompañadas de unos planteamientos y de unos medios adecuados. Para empezar, el éxito del encuentro ha sido muy limitado, tanto por los acuerdos hechos públicos como por la pobre acogida en la prensa internacional. Medios turcos laicos la calificaron de pura palabrería. Lógico: si partimos de que lo importante es analizar un fenómeno para definir luego soluciones, poco cabía esperar de una reunión de dos jornadas con 1.500 participantes, culminadas con la inevitable traca final de discursos oficiales. Las reseñas mencionan como resultados concretos una página-web "Diálogo-Café", la formación de jóvenes y películas sobre emigrantes. Un verdadero parto de los montes. Ya el primer foro gastó en espectáculo un presupuesto enorme y sería útil conocer cuánto nos ha costado esa presencia de masas. La discutible credibilidad de la Alianza ha tenido además una expresión evidente en el medido acto de Obama, la asistencia a un cóctel, no a la cena ni a sesión alguna, sin siquiera enviar un mensaje al Foro.

En la Alianza destaca en primer plano la asimetría, escorada hacia el islam. Sin penetrar lo más mínimo en el estudio del papel desempeñado por las religiones -y por el islamismo en particular, ya que no por el islam- en la gestación de la violencia y del terror, parece que el papel de la Alianza se limita a dar por buena la angelización de todo credo, y del islámico en particular, con el deber de protegerlo. Es como si el mundo occidental estuviera plagado de actitudes islamófobas y las famosas caricaturas danesas lo probaran, tal y como argumenta la Conferencia Islámica Mundial, presidida por el turco Ihsanoglu, que con su propuesta "anti-difamación" pretende impedir, avalada por la ONU, toda crítica al islam. Para la CIM y para la Alianza no importa en cambio la proliferación de páginas web incitando a la yihad. Olvidemos además que si entre las caricaturas había un par de ellas xenófobas, las demás eran simplemente necias, y que hubo como respuesta una reacción brutal encabezada por ulemas no-yihadistas (al-Qaradawi), cuyos ecos alcanzan hasta hoy. Ahí está el veto puesto por el islamista moderado Erdogan al nombramiento del premier danés Rasmussen como jefe de la OTAN al no haber actuado contra los blasfemos caricaturistas. ¿Qué sucedería con Turquía miembro de la UE? Obviamente el Foro olvida las imágenes de la flagelación de una joven en el valle paquistaní de Swat, tras ser implantada la sharía. Pasa por alto que los castigos previstos en la misma, con la recurrente legitimación de la violencia en los hadices (sentencias de Mahoma), contravienen la Declaración Universal de Derechos Humanos. Ejemplo entre cien: la conversión en Occidente de alguien al islam resulta normal; el trayecto inverso es apostasía, merecedora de la pena de muerte (al-Bujari, 83/17).

Éste es el problema que la Alianza encubre conscientemente y que nuestros ministros de Educación de una democracia laica debieran abordar y no han abordado: el germen de violencia que anida en las religiones, sea en el judaísmo, en el islam o en el cristianismo cuando olvida los evangelios (y lo ha hecho demasiadas veces en la historia). La enseñanza o la comunicación no pueden limitarse a la descripción de recetarios para el paraíso, tomando sólo lo positivo. Los latigazos de Swat no son el producto de una mentalidad bárbara: reflejan el cumplimiento de una norma supuestamente dictada por Dios. Al ignorarlo, la Alianza deviene inútil. Además, pensando en España, dada nuestra presencia militar en Afganistán, la vigente actitud reverencial de poco sirve para aplacar al terrorismo islamista: agudiza incluso nuestro carácter de eslabón más vulnerable de Occidente.

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