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Columna
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Anacronismo

Enrique Gil Calvo

Como era de prever, la huelga general (HG) convocada por las centrales sindicales el pasado miércoles -en protesta por la nueva política de ajuste fiscal y reforma laboral adoptada por el Gobierno desde su giro copernicano del 12 de mayo- ha sido aprovechada por el coro de la derecha mediática para imponer al unísono su común definición de la realidad: la protesta habría supuesto un doble y común fracaso tanto del Ejecutivo como de los convocantes, designados como cómplices culpables de la ruina económica que sufre nuestro país. Pero esta definición de la realidad, que probablemente la derecha logrará imponer como veredicto definitivo de cuanto pasó el 29-S, resulta indudablemente falaz. Y ello por dos razones cuando menos.

La huelga general como ritual movilizador ha entrado en decadencia cual dinosaurio en extinción

La primera es que la huelga, muy lejos de fracasar como se afirma, sobrepasó con creces todas las expectativas excesivamente pesimistas que se habían avanzado antes sobre su grado de participación y seguimiento. Se decía que no se sumaría a ella casi nadie, y que sería un fracaso en toda regla. Pues bien, antes al contrario, y con una violencia piquetera sensiblemente inferior a la temida, el paro alcanzó una dimensión bastante cercana al listón marcado por la última protesta anterior, convocada en 2002 contra el Gobierno de José María Aznar. Lo cual puede estimarse como un éxito inesperado y bastante considerable, quizá muy por encima de lo que se temían los propios sindicatos.

Y la segunda razón que refuta la falacia del fracaso es que también el Gobierno ha sabido torearla con bastante soltura, evitando sufrir la misma clase de cogida que padecieron sus predecesores. Pues no solo es la primera vez que una huelga triunfante no va a poder obligar al presidente de turno a rectificar su política sino que además, muy por el contrario, este Ejecutivo sale del lance vivito y coleando, quedando políticamente reforzado. Y es que, en efecto, el propio éxito de la protesta le ha servido como un test de dureza de su programa de ajuste fiscal, que a pesar de su dudoso rigor contable, y solo gracias a la movilización de las masas sindicales, ha ganado una indudable credibilidad ante los mercados internacionales.

Así que menos lobos. De fracaso sindical y gubernamental, nada. Por el contrario, doble victoria a los puntos para ambas partes. Y por lo tanto, nueva ocasión perdida por la oposición, que no ha logrado rentabilizar políticamente un conflicto histórico como este. Pues toda huelga es un acontecimiento mediático (media event, en la terminología de Dayan y Katz) que siempre sirve a los objetivos buscados por los responsables de su puesta en escena. En este caso, el Gobierno y las centrales convocantes, que son quienes van a rentabilizar en su estrategia de marketing político-sindical la representación espectacular de tan histórico auto de fe: el primero, como culpable convicto y confeso; las segundas como el justiciero brazo ejecutor. Ahora bien, semejante montaje escenográfico ya no admite ulterior reedición, pues hay múltiples razones para pensar que estamos ante the last picture show: este paro es probablemente el último en convocarse, y por eso su éxito ha de considerarse el canto del cisne de la historia de las huelgas generales en España. Como ya dije antes, exhibe la doble característica de que su tasa de participación ha sido la menor de la serie (inferior al listón dejado por la de 2002 contra Aznar), y al mismo tiempo ha sido la primera que ya no va a poder modificar la política gubernamental (porque lo impiden las "circunstancias", Zapatero dixit). Y esto hace del 29-S un anacronismo histórico.

Las huelgas generales son formas rituales de protesta popular cuyo ciclo de vida útil hace tiempo que entró históricamente en decadencia, tras alcanzar su apogeo durante la época de la rebelión de las masas: la industrialización fordista, el periodo de entreguerras, el auge de la socialdemocracia... Pero tras el advenimiento de la sociedad posindustrial, el posfordismo de la especialización flexible ha determinado el fin de la lucha de clases con el auge irreversible de la individualización. De ahí que el sindicalismo de confrontación anticapitalista haya sido sustituido por el de concertación neocorporatista.

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Y esto ha hecho que la huelga general como ritual movilizador haya entrado en decadencia como si fuera un dinosaurio en vías de extinción. Por eso ahora ya solo se celebran en los países de industrialización tardía, que todavía no han sabido incorporarse a la era de la información: o sea, los incompetentes e improductivos PIGS. En los últimos años, únicamente se han celebrado en el sur de la Europa latina (45 en Grecia, 15 en Italia, 10 en Francia, cinco en España y Portugal). En el norte escandinavo y anglogermano hace 30 años que no se celebra ninguna.

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