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Analfabetismo, paro y especulación, los récords de Canarias

Por debajo de noticias espectaculares como los apresamientos de barcos, el MPAIM, el caso Rubio y los ovnis, fluye en Canarias una realidad que presenta demasiados aspectos inquietantes: sus elevados índices de paro y analfabetismo, su desequipamiento a todos los niveles, su invertebración política y el agotamiento de un modelo económico basado en los puertos francos, junto a la confluencia de los intereses internacionales hegemónicos en esa demarcación atlántica, convierten al archipiélago en la región potencialmente más explosiva de España. La irracional explotación del recurso más preciado, el agua, y la especulación desmedida de que es objeto son un exponente de cómo anda todo lo demás. Daniel Gavela ha elaborado el siguiente informe.

El archipiélago canario presenta un cuadro clínico de fácil descripción, pero de difícil clasificación. A la hora de enumerar los problemas que aquejan a esta región es inevitable caer en la duda metódica: ¿por dónde empezar? Sin duda alguna, el isleño comenzaría por el agua, un recurso escaso y absolutamente determinante de la economía sometido a un uso y una extracción irracionales y a una brutal especulación.Sin embargo, no es fácil seguir sentando prioridades. ¿Qué es más grave: su elevado índice de analfabetismo, el mayor de España, o el nivel de paro, que le permite entrar en disputa con Andalucía y Extremadura por el primer lugar del hit-parade? Uno y otro son problemas cuya solución nadie vislumbra a corto plazo.

En la provincia de Las Palmas hay actualmente un déficit de 50.000 puestos escolares, de los que más de 28.000 corresponden a EGB (25.000 en Tenerife). Para evitar la desescolarización total de más del 30% de la población afectada se recurre al desdoblamiento de las aulas, lo que obliga a encerrar a los niños en jornadas continuas de ocho a una de la mañana y de 2.30 a 7.30 de la tarde.

La situación es todavía más grave en lo que se refiere a escuelas de formación profesional, hecho de gran incidencia en el fenómeno del godismo, la animadversión de los canarios hacia la penetración de mano de obra cualificada y de técnicos, de origen peninsular, que desplazan en el mercado de trabajo a la población autóctona. (El godismo, además, tiene su vertiente en el control del capital por entidades foráneas.)

Si se tiene en cuenta que en Canarias existen alrededor de 40.000 parados, unos 20.000 por isla; que además es necesario un ritmo de creación de 8.000 puestos de trabajo por año para absorber la incorporación de nueva mano de obra; si, finalmente, se considera que el paro es fundamentalmente juvenil, podemos disponer de una de las razones -hay otras- que explican la radicalización del voto en las pasadas elecciones del 1 de marzo.

El suelo, por el cielo

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El panorama social del archipiélago es todavía más inquietante si observa su empuje demográfico. Canarias registra el índice más alto de crecimiento vegetativo de la población. En el período 1970-1975 este índice fue del 19% en Las Palmas y de un 16% en Tenerife, frente al 11% peninsular.

A la vez se está produciendo un fenómeno de concentración de la población en las islas mayores y, dentro de éstas, en tomo a Las Palmas (Gran Canaria) y a la aglomeración de Santa Cruz y La Laguna (Tenerife), con los tremendos problemas de equipamiento que esto lleva consigo en unas islas sometidas a una especulación desmedida y donde no existe suelo municipal o comunal.

Estos movimientos migratorios y la falta de suelo han dado pie a la proliferación de viviendas clandestinas, técnicamente llamadas unifamiliares, aunque en ellas vivan hacinadas dos o tres familias. El déficit de viviendas sociales es actualmente del orden de las 40.000, 20.000 por isla. El presupuesto del Instituto Nacional de la Vivienda para 1978, 1.200 millones de pesetas, apenas permitió la construcción de 2.000 unidades. Por otra parte, la mano de obra del sector turístico se ve obligada a viajar hasta distancias de treinta kilómetros, ante la imposibilidad de encontrar alojamiento en torno a sus centros de trabajo.

El cuadro social del archipiélago no es posible cerrarlo sin tener en cuenta la asistencia sanitaria. El que en Canarias se dé una relación médicos-habitantes que mejora la media nacional puede inducir al error de pensar en una correcta asistencia, cuando es la insuficiencia de la asistencia pública la que explica esta mayor presencia de médicos. En otras palabras, que la medicina es un buen negocio en Canarias, salvo para los cabildos. El mantenimiento del Hospital Insular de Gran Canaria le cuesta al Cabildo de esta isla la cantidad de 850 millones de pesetas al año. Y la Seguridad Social, sin invertir un duro en instalaciones hospitalarias.

El modelo político

Si jerarquizar los problemas de índole social es complicado, no lo es menos situar debidamente la crisis política. ¿En qué lugar de la escala debe figurar la indefinición del modelo político, estando Canarias tan lejos de la Península, tan cerca de Africa y en el centro mismo de la confrontación de intereses de las potencias hegemónicas? A la magnitud del problema hay que sumarle la incapacidad o miseria política de los responsables de afrontarlo.

Los intereses que están en juego, en Canarias desbordan por todos los costados la estructura provincial y semicaciquil de poder que se ha venido dado en el archipiélago. Canarias fue siempre un coto privado repartido, después de una disputa secular, entre dos oligarquías: la de Las Palmas y Tenerife. Hoy ya no es posible jugar en ese espacio; sin embargo, el primer ensayo de poder regional, la Junta de Canarias, pereció víctima de disputas provinciales en el seno de UCD.

Crear ese poder regional, capaz de conducir un proceso autonómico profundo y de definir el modelo político no sólo de cara al Estado, sino también respecto al marco internacional (neutralidad o no), es la única posibilidad de salvar al archipiélago de la turbonada de intereses que se está formando en ese espacio atlántico.

La estructuración de ese poder regional y la definición del modelo económico traerían una planificación de las actividades económicas y una ordenación del territorio que, en definitiva, tendría que pasar necesariamente por el agua, recurso determinante de todo lo humano, y en Canarias, más.

Agua: del ciclo al usurero

Aunque el problema del agua presenta sus matices, el majorero de Fuerteventura, el mago tinerfeño o el palmero tienen algo en común con los habitantes de las restantes islas, y es que unos y otros viven condicionados por su escasez y pendientes del cielo y del usurero.

La poca generosidad del cielo por estos pagos es sobradamente conocida. Llueve poco y el agua cae mal repartida. Las islas occidentales (Gomera, Hierro, La Palma, Tenerife y Gran Canaria), mejor situadas respecto a la zona de influencia de los alisios y con altitudes que alcanzan las zonas de formación de nubes, registran precipitaciones anuales de hasta seiscientos milímetros. Fuerteventura y Lanzarote, las islas más próximas al continente africano y con altitudes insignificantes, tienen una pluviometría media de 150 milímetros/año.

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