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El CNI despide a la jefa de Gabinete y mano derecha del anterior director

La principal colaboradora de Saiz deja el servicio secreto por "falta de idoneidad"

Miguel González

La ex jefa de Gabinete y mano derecha de Alberto Saiz, secretario de Estado y director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) hasta el pasado 2 de julio, ha sido despedida del servicio secreto. O más exactamente: ha perdido su empleo por "falta de idoneidad".

Aunque aún no había concluido el periodo de prueba al que se someten todos los agentes del CNI antes de firmar un contrato de carácter permanente, ya se ha determinado que no reúne las condiciones para seguir por más tiempo en el servicio secreto. Lo que resulta inquietante pues, durante los últimos cinco años, ha sido la sombra del jefe de los espías españoles y, como tal, ha pasado por sus manos información extraordinariamente delicada y ha participado en reuniones al máximo nivel con los principales servicios extranjeros.

Los que filtraron datos contra Saiz continúan en los servicios secretos

El despido de quien era la persona de máxima confianza de Saiz (cuya identidad se omite por razones de seguridad) sorprende también porque el pasado 9 de septiembre, en el pleno del Congreso, la ministra de Defensa, Carme Chacón, aseguró que de la "información completa y reservada" abierta por el Gobierno para aclarar las supuestas irregularidades atribuidas al ex secretario de Estado "no se desprende ninguna actuación ilegal".

Incluso aseguró que su dimisión fue "un ejercicio de responsabilidad" ante el temor de que las "acusaciones anónimas" lanzadas contra él pudieran desprestigiar al CNI o dañar su eficacia.

Sin embargo, no consta que ningún otro espía haya sido despedido o sancionado, a pesar de que las "acusaciones anónimas" a las que aludía la ministra tuvieron su origen en el seno del servicio secreto. Un grupo de agentes decidió evitar por todos los medios que se prorrogase el mandato de su superior y, sólo 72 horas antes de que el Gobierno decidiera sobre su continuidad, filtraron una información sobre sus aficiones pesqueras y cinegéticas, a las que supuestamente se dedicaría aprovechando viajes oficiales.

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El envite resultó contraproducente y el 16 de abril pasado, en gran medida por empeño de la vicepresidenta, Teresa Fernández de la Vega, Zapatero decidió confirmar a Saiz por otros cinco años. Fue una decisión equivocada, a la vista de los acontecimientos posteriores, pero legítima, por parte de un Gobierno democrático, que no aceptaron los agentes opuestos a Saiz.

A mediados de junio se lanzaron al acoso y derribo de su jefe a través de una cascada de denuncias sobre presuntas irregularidades económicas y abusos de poder. El medio elegido para difundirlas fue El Mundo, el mismo diario que a mediados de los noventa utilizó el ex agente Juan Alberto Perote para airear los llamados papeles del Cesid, que provocaron la dimisión del entonces vicepresidente Narcís Serra, el ministro de Defensa Julián García Vargas y el general que dirigió a los espías durante 13 años, Emilio Alonso Manglano. También Saiz arrojó la toalla y renunció al puesto en el que había sido ratificado dos meses y medio antes. La diferencia es que entonces Perote tuvo que responder ante los tribunales.

El despido de quien fue la más cercana colaboradora de Saiz se interpreta dentro del servicio secreto como una prueba de que las denuncias sobre sus irregularidades eran ciertas, incluso si no constituían delito.

Del mismo modo, la impunidad de quienes se conjuraron para derribarle se percibe como una legitimación o al menos una disculpa de su conducta. Y esto es lo más peligroso, porque sienta un precedente.

El nuevo director del CNI, el general Félix Sanz, que comparecerá mañana a puerta cerrada en el Congreso para dar cuenta de la reorganización del centro, advertía el pasado día 20, en una conferencia, sobre la vulnerabilidad de las comunicaciones privadas de los españoles. Los que mejor lo saben son los agentes del servicio secreto, en cuyas manos pone el Estado instrumentos capaces de vulnerarlas. Si llegan a creer que pueden tomarse la justicia por su mano o decidir por sí mismos cuándo el fin justifica los medios, nadie estará a salvo.

El director del CNI, Félix Sanz (a la izquierda), en su toma de posesión junto al dimitido Alberto Saiz.
El director del CNI, Félix Sanz (a la izquierda), en su toma de posesión junto al dimitido Alberto Saiz.ULY MARTÍN

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Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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