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El 'informe Crillon'

Emilio Lamo de Espinosa

De entre las muchas sorpresas, escándalos, mentiras, desmentidos y ruido, de todo lo cual no acabamos de salir, si hay algo que no me llama la atención es el informe Crillón. Y como creo que estamos perdidos por los complejos meandros de procesos político-judiciales en los que el medio acaba siendo fin y lo accesorio, esencial, bueno será intentar separar el trigo de la paja. Si mi información es correcta, los hechos son (presuntamente, por supuesto) los siguientes: la vicepresidencia del Gobierno encarga, a través del director de la Guardia Civil, a una agencia internacional de detectives (por lo demás acreditada) la preparación de un dossier sobre el señor Conde (quizás otro sobre De la Rosa), información que es pagada con fondos reservados. Pues bien, declaro sinceramente que tal proceder no sólo me parece normal sino casi obligado y, aunque comprendo el desmentido del vicepresidente (estas cosas no se hacen, si se hacen no se dicen, y en todo caso se niegan), no sé si tiene mejor defensa negando o aceptando.Las razones son obvias. Que el señor Conde no era trigo limpio era un secreto a voces desde poco después de su fulgurante ascenso a la cúpula del Banesto. Que cobraba comisiones por las ventas que efectuaba el banco, que estaba llevando al desastre a la institución que presidía, que tenía oscuros (y alocados) proyectos políticos y que estaba blindando todo ello mediante insensatas inversiones en medios de comunicación y proyectos de imagen, todo ello y mucho más era una generalizada sospecha para todo el mundo, incluso para quienes le presentaban en primera página de sus periódicos como "ejemplo y modelo de financiero". En resumen, el señor Conde tenía un inmenso poder económico y una inmensa ambición política, y utilizaba mal lo uno y lo otro. Era, pues, un peligro, un riesgo de seguridad, no sólo económico, sino también político.

Pues bien, para precavernos frente a esos (y otros) peligros tenemos gobiernos. ¿No es no ya prerrogativa sino casi obligación de un Gobierno responsable estar informado de las andanzas de un personaje claramente peligroso? Y si quiere estar informado, ¿no es razonable que lo intente a través del director de la Guardia Civil, por muy impresentable que haya resultado luego? Y como se necesita dinero para pagar esa información, ¿no están los fondos reservados justamente para esas operaciones? Por supuesto, cabe preguntarse si no hubiera sido más correcto intentar adquirir esa información a través del Cesid o algún organismo oficial. Quizás. Pero, de entrada, no veo la diferencia jurídica. Y además, qué narices sabemos nosotros de todo ese tinglado; puede que el Cesid estuviera infiltrado por Conde (tenía a varios ex agentes a su servicio); puede que no estuviera capacitado para el tipo de investigación financiera que la operación requería; puede que Crillon fuera al final más barato. No es cuestión, creo, que nos interese mucho comparado con el obvio interés de poner coto a un sujeto peligroso.

Más bien me pregunto cómo se dejó que el tema llegara tan lejos y cómo no se investigó antes, pues, de haberlo hecho así, puede que los españoles nos hubiéramos ahorrado una buena parte del medio billón largo de pesetas que nos ha costado el señor Conde. De modo que, en mi modesta opinión, bien pagado está el informe Crillon si con ello el Gobierno evitó un mayor deterioro de una institución bancaria de la importancia del Banesto. Y que ello pueda ser considerado delito me causa pasmo y asombro.

Por supuesto que debe investigarse el enriquecimiento de Roldán y la trama de Interior; por supuesto que deben aclararse las circunstancias del horrible asesinato de Lasa y Zabala; por supuesto el Gobierno debería dejar de toquetear todas las instituciones judiciales para teledirigir los asuntos camino de jueces fieles (es decir partidistas); y por supuesto que debenos exigir responsabilidades políticas (y no sólo judiciales) por todo ello, incluso si el Gobierno actual dura 25 años como imperialmente proclama su presidente. Pero por favor, no nos liemos con asuntos que no lo son. Bastante tenemos con los que sí son.

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