_
_
_
_
_
Reportaje:LA TRANSICIÓN EN IRAK

Camp Bucca, el Guantánamo de Irak

6.500 prisioneros se hacinan en un campo en el que el Escalón Médico Avanzado del Ejército presta toda la ayuda que puede

Miguel González

Por la noche, desde el puerto de Um Qasr, sólo un resplandor en el horizonte rasga el espeso manto de oscuridad que cubre todo el sur de Irak. En la distancia, sus potentes focos sugieren la presencia de un estadio de fútbol o una autopista. Pero este dispendio de luz en un país en el que hasta los hospitales carecen de energía eléctrica está reservado al campo de prisioneros donde se concentran los restos humanos del otrora poderoso Ejército de Sadam Husein.

Más de 6.500 hombres se hacinan en un centenar de tiendas de campaña alineadas en medio del desierto y rodeadas de alambradas, alrededor de lo que antes de la guerra era una estación de televisión. Aunque aún no ha comenzado mayo, las temperaturas rondan ya los 40º al mediodía y cuando se levantan tormentas de arena no hay forma de evitar que ésta se incruste en la piel y los ojos.

La semana pasada, un soldado estadounidense mató a un prisionero de un disparo
"Me gustaría poder operar sin moscas", dice el teniente coronel José Luis Fernández
Más información
El riesgo de gangrena de las heridas de la guerra
La Guardia Civil enviará 125 antidisturbios a Irak para tareas "de control de masas"
Estados Unidos sustituye a Garner por un diplomático ultraconservador al frente de Irak

El teniente coronel Roy Shere advierte severamente a los periodistas sobre la prohibición de tomar imágenes de los presos. La Convención de Ginebra, recuerda, protege su intimidad frente a los medios de comunicación. Al parecer, esta protección es compatible con la forma de las letrinas: unas cabinas de madera levantadas en plena explanada donde hay que hacer las necesidades en cuclillas a medio metro del suelo sin puerta ni cortina que resguarde de miradas ajenas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

"El clima político no afecta al cuidado que reciben los prisioneros de guerra", dice el folleto informativo distribuido a la prensa. Sin embargo, el campo ha sido bautizado como Bucca, en recuerdo de uno de los bomberos muertos en el atentado contra las Torres Gemelas y es difícil no pensar que los 1.800 soldados de la 800 Brigada de Policía Militar, con base en Nueva York, han venido a Irak creyendo luchar contra quienes les atacaron el 11-S de 2001. En una esquina del campo, junto a otros elementos peligrosos, hay varios sospechosos de pertenecer a la red Al Qaeda, asegura Shere sin ofrecer más detalles.

También su superior, el coronel Alain Ecke, es bombero en la vida civil, lo que compatibiliza con una larga experiencia en la gestión de campos de prisioneros y, aunque asegura no haber estado en Guantánamo, sostiene que las condiciones de Camp Bucca no tienen nada que ver con las de aquél. "Somos inspeccionados por el Comité Internacional de la Cruz Roja y podemos decir con orgullo que estamos entre los países con fama no sólo de cumplir sus regulaciones sino de superar sus estándares", reza el folleto informativo.

El teniente coronel José Luis Fernández, uno de los médicos españoles que trabaja en el hospital de campaña instalado dentro de Camp Bucca, nunca había estado antes en un campo de prisioneros, pero sostiene que las condiciones de vida son aquí "muy duras". Debido a la falta de higiene, "cualquier herida hay que darla de entrada por infectada", argumenta. "Y aunque me gustaría poder operar sin moscas, tengo que adaptarme a lo que hay", agrega, dando manotazos para apartar los insectos de la mesa del quirófano. Cuando se le explica que, según los responsables del campo, los presos disponen de agua para ducharse, sonríe: "Sería raro. Ni siquiera los militares americanos pueden hacerlo".

La mayoría de los presos van descalzos y eso hace que, en la semana que lleva el Escalón Médico Avanzado del Ejército de Tierra (Emat) en el campo, haya tenido que atender tres mordeduras de víbora, una de ellas moral, y un par de picaduras diarias de escorpión. El capitán enfermero Cayetano Herrera nunca había visto una tuberculosis tan avanzada como la que reveló la radiografía de un interno. En España, hubiera requerido un largo tratamiento. Aquí, la posibilidad de curación es nula.

La salud de los presos está en manos de la habilidad y esfuerzo de los médicos españoles. No hay ningún centro sanitario al que evacuar los casos más graves. Ni siquiera el hospital del buque español Galicia, atracado en el puerto de Um Qasr, que por razones de seguridad tiene prohibido tratar prisioneros de guerra. En el hospital de campaña del campo de prisioneros, un soldado armado monta guardia al pie de la cama de los pacientes. Hasta ahora, ninguno ha intentado escaparse. "Si lo hicieran, nos veríamos en una situación muy comprometida", reconoce el capitán Herrera.

Los estadounidenses tienen menos escrúpulos. El coronel Ecke se enorgullece de haber frustrado varios intentos de fuga. Y asegura que la situación está controlada, aunque los internos se peleen a veces entre ellos por la comida o las sábanas, que en teoría no les faltan.

La semana pasada, un soldado estadounidense mató a un prisionero de un disparo. Según la versión oficial, agredió a un vigilante con un pedazo de cañería. Ningún militar fue curado de las supuestas contusiones en el hospital español. Los facultativos sólo pudieron certificar el fallecimiento del iraquí de un disparo de bala con orificio de entrada por la espalda y salida por el tórax, y después de 15 minutos de tratar de reanimarle. Como siempre, se limitaron a cumplir con su trabajo sin hacer preguntas. "Nosotros estamos en misión de ayuda humanitaria, pero ellos están en guerra", alega el teniente coronel Alfredo Villar.

Cuando se declare el fin de la guerra, todos los prisioneros deberían ser puestos en libertad, salvo aquellos a los que se pueda imputar algún crimen. De hecho, las liberaciones ya han comenzado, aunque aún con cuentagotas, y se compensan con nuevos ingresos. Casi un centenar de prisioneros llegó ayer procedente del norte de Irak, media docena de ellos esposados a bordo de un helicóptero Chinook. Lo primero que hicieron tras su ingreso fue pasar por el centro de clasificación donde, tras someterse a un reconocimiento médico y recibir una bolsa con una manta y útiles de aseo, fueron interrogados por expertos de inteligencia, con objeto de determinar si pertenecían al partido Baaz o a alguna de las unidades de élite del Ejército iraquí y cuál era su empleo o grado de responsabilidad.

Del veredicto de esta especie de tribunal militar, compuesto por británicos y estadounidenses, dependerá su suerte por largo tiempo ya que, como reconoce el coronel Ecke, no se sabe quién ni cuándo los juzgará. Mientras tanto, seguirán aguardando en Camp Bucca, en medio del desierto, bajo los cuidados de los médicos españoles, que se sienten orgullosos de atenderles pero, como los propios prisioneros, preferirían hacerlo lejos de este infierno.

Prisioneros iraquíes, en el campamento de Camp Bucca, donde el Ejército español ha instalado un hospital de campaña.
Prisioneros iraquíes, en el campamento de Camp Bucca, donde el Ejército español ha instalado un hospital de campaña.EFE

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_