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ELECCIONES 2011
Columna
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Campaña

Enrique Gil Calvo

Cuando la campaña electoral ya ha cruzado su paso del ecuador no parece que haya contribuido a cambiar la previsión de una abultada mayoría absoluta del PP, una estrepitosa derrota del PSOE y un sensible ascenso de las candidaturas menores, lo que de confirmarse determinaría la ruptura del bipartidismo actual para inclinar el sistema hacia un nuevo régimen de partido dominante. ¿A qué atribuir esta congelación de las posiciones de salida, tal como fueron estimadas por la encuesta del CIS? ¿Es que acaso las campañas no importan, ya que no parecen capaces de alterar el previsible resultado electoral?

Si así fuera, una posible explicación de esta pérdida de eficacia de la campaña electoral para modificar las intenciones de voto podría residir en la particular coyuntura internacional en la que se viene desarrollando, sometida como está a un impresionante clima de alarmismo mundial ante el creciente riesgo de estallido de la eurozona a causa de la crisis de la deuda soberana que ha precipitado la súbita caída de los Gobiernos griego e italiano, sustituidos in extremis sin elecciones. Y ante tal estado de excepción creado por la crisis global, ¿a quién puede importarle nuestra ramplona campaña electoral?

¿Continuará Rajoy manteniendo su falta de transparencia cuando gobierne tras el 20-N?

Este contraste entre el angustioso dramatismo de la coyuntura europea y la aparente inutilidad de la campaña española resulta determinante en un doble sentido. Ante todo en términos narrativos, pues en comparación con el contexto exterior la competición española parece todavía más increíble y ficticia de lo que resulta habitual en toda campaña propagandística. Digamos que ante la urgente gravedad de la crisis nuestros comicios parecen algo en buena medida irreal. Y esta pérdida del sentido de la realidad está duplicada por una mucho más importante pérdida del sentido democrático que deberían tener unas elecciones generales. Pues dado el estado actual del tablero europeo, tampoco importa demasiado que ganen Rajoy o Rubalcaba, o que lo haga por mayoría simple o absoluta, pues quien seguirá ejerciendo el poder real no será Madrid, ni siquiera el eje París-Berlín, sino el Banco Central con sede en Fráncfort. De ahí la gran pregunta: ¿mayoría absoluta para qué, si en todo caso Rajoy habrá de obedecer a Merkel?

Esta sensación de impotencia relativa es la que pareció atenazar al pasivo e impasible Mariano Rajoy que pudimos contemplar en el debate de la Academia de Televisión, sin duda el único episodio significativo de esta, por lo demás, irrelevante campaña electoral. Soy de los que creen que el debate lo ganó claramente Rubalcaba, o más bien lo perdió un renuente y furtivo Rajoy, que no supo defenderse del vendaval de acusaciones de ocultación y opacidad con que le acosaba su competidor. Si los sondeos decretaron la victoria de Rajoy a los puntos fue porque para cocinarlos se aplicó el manual del marketing electoral, basado en el dogma de que siempre se impone la imagen de calma y serenidad que aparentó Rajoy frente a la crispada tensión que exhibió Rubalcaba. Pero no hay que olvidar que las campañas electorales son la continuación de la Guerra Civil por medios incruentos, y en toda guerra quien gana es el antagonista más combativo. Pues bien, a Rajoy yo le vi rehuir la pelea dejándose acorralar por momentos contra las cuerdas. ¿A qué se debió su falta de combatividad?

Hay varias explicaciones posibles para entender esa táctica defensiva, y la más evidente es puramente estratégica. Rajoy se negó a responder a los ataques para no asustar a las clases medias indecisas que le pueden conceder la mayoría absoluta, mientras que en cambio Rubalcaba ya ha dejado de pelear por la clase media no alineada y se centra en tratar de retener a sus fieles que desertan en desbandada: de ahí que se lance en tromba al ataque para enardecer y excitar a sus seguidores potencialmente abstencionistas. Una segunda explicación es que Rajoy se sienta inseguro ante Rubalcaba por creerse en inferioridad de condiciones dialécticas (justo al revés de lo que le ocurría contra Zapatero, al que despreciaba por creerse superior a él). Lo cual es frecuente en el timorato Rajoy, que suele rehuir el enfrentamiento verbal con quienes le desafían (como Esperanza Aguirre). Ya veremos cómo reacciona cuando tenga que enfrentarse a Sarkozy y Merkel.

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Pero hay otra explicación más ominosa, y es que Rajoy rehuyó la pelea porque tiene demasiado que ocultar. En efecto, su principal estrategia es la ocultación, la opacidad, la falta de transparencia. Por eso mantiene un programa oculto y por eso se niega a dar ruedas de prensa. De ahí que en el debate rehuyese responder a Rubalcaba que le acusaba de opacidad, sin advertir que quien calla otorga. ¿Continuará manteniendo su falta de transparencia cuando gobierne tras el 20-N?

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