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Columna
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Comparecencia

Enrique Gil Calvo

A pesar del mazazo de las cifras del paro, la semana pasada ha estado marcada por dos excelentes noticias que parecen garantizar la progresiva estabilización de la economía española. La primera fue que la prima de riesgo de nuestra deuda soberana ha vuelto a descender por debajo de los 200 puntos, descartando sine díe la temida bancarrota española. Lo cual significa que los mercados financieros internacionales han convalidado la capitalización de las cajas de ahorro insolventes decidida por nuestras autoridades, que así atajan definitivamente la raíz del cáncer que ha venido diezmando a nuestra economía.

Y la otra gran noticia, todavía más importante, ha sido la firma del acuerdo al que han llegado Gobierno, patronal y sindicatos en torno a la reforma del sistema de pensiones, que garantiza la sostenibilidad futura de nuestra Seguridad Social: la base misma del Estado de bienestar. Enhorabuena al ministro de Trabajo, que ha sabido conducir con éxito unas negociaciones en las que estaba en juego nuestro futuro. Enhorabuena también al presidente Zapatero, que ha sabido mantenerse firme contra el viento de la impopularidad alcanzando así un compromiso que jamás habría podido lograr su rival Rajoy. Y enhorabuena a los sindicatos, que han sabido renunciar a sus reflejos condicionados anteponiendo la defensa del interés general en detrimento del interés inmediato de las bases a las que representan.

Zapatero está obligado a rendir cuentas ante sus electores

Así, bien puede decirse que hoy los sindicatos han salvado a España igual que en mayo pasado, cuando hubo que aprobar el plan de ajuste fiscal, quienes la salvaron fueron los nacionalistas, en ambos casos contra la renuencia pasiva de los españolistas de Rajoy. Y es que nuestro país no parece tener fácil remedio, pues mientras los interlocutores sociales negociaban el saneamiento de la economía española, nuestra clase política seguía en el patio del colegio encerrada con su único juguete de la crispación: la derecha reabriendo una vez más el caso Faisán, a la espera de ajustar cuentas con aquel a quien responsabilizan de su derrota el 14-M; y la izquierda deshojando la margarita de si Zapatero se presentará o no se presentará a la reelección.

Pero ya que estamos en ello, este parece un buen momento, tras la feliz firma del ASE (Acuerdo Social y Económico), para plantear la cuestión de si Zapatero debe comparecer o no ante las urnas. Es verdad que la polémica tiene mucho de truco mediático (storytelling) para marcar la agenda creando expectación y suspense. Pero también puede plantearse como un debate de ideas, y es lo que me propongo hacer aquí, sosteniendo la tesis de que Zapatero debe comparecer ante las urnas. Y lo afirmo así porque creo que hay dos razones a favor de su comparecencia frente a solo una en contra, que además es dudosa.

La primera razón a favor es por pura coherencia retórica. En efecto, el discurso (framing o encuadre) utilizado por Zapatero para justificar su giro estratégico hacia el ajuste duro, robándole su programa a la derecha, fue sostener que lo hacía por puro sacrificio personal, como una forma de inmolarse ("me cueste lo que me cueste") en bien del pueblo español. De ahí mi tesis del suicidio político como pasión redentora. Pero para que ese relato resulte verosímil debe culminar con una verdadera crucifixión, y eso exige que Zapatero comparezca ante las urnas sin apartar el cáliz de su público enjuiciamiento por el mismo pueblo que lo eligió.

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La segunda razón a favor de su comparecencia es más sólida. Me refiero a que Zapatero está obligado por la ética política a rendir cuentas ante sus electores, que han de juzgarle retrospectivamente por el ejercicio que hizo durante su mandato del poder que se le confió. Y este deber de rendir cuentas es tanto más obligado si tenemos en cuenta que Zapatero ha traicionado el programa de defensa de los derechos sociales con el que se presentó ante las urnas. No hacerlo así, eludiendo comparecer para rehuir su posible castigo electoral, equivaldría a caer en la misma deserción en que incurrió Aznar, que tampoco compareció ante las urnas para eludir su castigo por la guerra de Irak.

Frente a estas dos razones que exigen su comparecencia, la única que la desaconseja es el mero oportunismo electoral: se dice que si Zapatero comparece la derrota será mucho peor todavía que con cualquier otro candidato alternativo. Pero aparte de que esta razón suena demasiado cínica (pues el fin nunca justifica los medios), también podría revelarse como falaz a la postre. Tras el gesto de autoridad demostrado al sacar adelante su programa de reformas impopulares, Zapatero parece no sólo el candidato más apropiado sino el único capacitado para refrendarlas en las urnas. Otra cosa sería cobardía.

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