_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Comunicación sin fallos

Todos los Gobiernos que hemos conocido desde la entrada en vigor de la Constitución, cuando se acerca una confrontación electoral, cantan de plano para decir que lo han hecho bien pero que lo han comunicado mal. Ahora también estamos saturados de que unos y otros, en el Gobierno o en la oposición, intenten esquivar sus responsabilidades intransferibles argumentando la existencia de fallos en la comunicación. Las declaraciones del secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, a propósito del sueldo de los funcionarios, ofrecen un buen ejemplo de atribución de los fallos a la comunicación. Y ha faltado el canto de un duro para que escucháramos la misma argumentación a propósito del saludo haciendo la higa que el presidente Ánsar dirigió a la discrepancia vociferante convertida en comité de recepción cuando su conferencia en la Universidad de Oviedo, o cuando Esperanza Aguirre susurró aquello de "hijoputa", en referencia al consejero de Caja Madrid hurtado a la lista propuesta por un compañero de partido.

El mensajero es una figura extinta. Ya no tiene papel alguno en esta comedia

Pero, queridos lectores, de fallos de comunicación, nada. Las manifestaciones de Carlos Ocaña fueron comunicadas con escrupulosa exactitud y difundidas a la velocidad de la luz a la totalidad de los receptores disponibles a través de las ondas electromagnéticas en cuya madeja vivimos y somos, sin discriminación ni privilegio alguno. Las nuevas tecnologías funcionan como transmisores de alta definición y absoluta fidelidad. Por tierra, mar y aire, según el lema publicitario de los turrones Monerris Planelles, las afirmaciones del secretario de Estado se difundieron como si se tratara de un medio isótropo, a través del cual las radiaciones se transmiten a la misma velocidad cualquiera que sea la dirección elegida. De manera que queda excluido el fenómeno distorsionante de la refracción. Así que, señores del Gobierno y de la oposición, se impone volver al estribillo y aceptar que de fallos de comunicación, nada.

Señalemos enseguida de una vez que la comunicación se da como la bendición apostólica urbi et orbi y llega directamente con todas sus indulgencias a cada uno de los receptores finales, no caben las alteraciones, los sesgos, ni las descodificaciones que de modo inevitable introducen en los mensajes los llamados medios de comunicación social. Así que Carlos Ocaña dijo exactamente lo que dijo, como sucedió también con Esperanza Aguirre, y el presidente Ánsar hizo exactamente el gesto que todos vimos. Si el Gobierno o el PP se sienten en la obligación de confesar algún fallo en modo alguno pueden situarlo en el ámbito tan socorrido de la comunicación. Recurrir a esa ubicación carece por completo de sentido, aunque sea una tentación en la que se cae de modo demasiado frecuente.

Queda pues descartado que el fallo sea de comunicación, más aún cuando en el caso del Gobierno se ha optado en esta segunda legislatura por la fórmula de una Secretaría de Estado de Comunicación privada de voz, es decir, de la capacidad de interferir en los mensajes mediante cualquier clase de exégesis deformadora. Las comunicaciones ahora son directas, de punto a punto, gracias en buena parte a los teléfonos móviles que facilitan el enlace de voz y los sms. El primero en dar ejemplo en el uso de esos recursos es el presidente Rodríguez Zapatero, que ha pulverizado aquellos gabinetes telegráficos de La Moncloa encargados con diligencia extrema de poner en comunicación a sus antecesores con quienes quisieran tener como interlocutores. Hay toda una pléyade de políticos, de empresarios, de sindicalistas o de periodistas que cuando observan el origen de la llamada o del sms en su móvil descubren sin sorpresa que se trata sin más del mismo Zapatero.

En resumen, los fallos tienen su origen en la confusión que anida en el Gobierno o en Génova. Si los mensajes a transmitir se alteran y rectifican de modo sucesivo, si son lanzados a modo de globos sonda y retirados después al detectar la forma poco favorable en que son recibidos, el resultado es la confusión que viene de origen pero ha de reconocerse al mismo tiempo que la comunicación funciona de modo impecable. Con las nuevas tecnologías el mensajero es una figura extinta. Es imposible sacrificarle porque ha dejado de desempeñar papel alguno en esta comedia. Hay que volver río arriba y examinar si el Gobierno funciona en Consejo de Ministros y si el PP decide en sus reuniones de la Junta Directiva. Se trata de averiguar si existe una disciplina orquestal o si prevalece el ¡sálvese quien pueda! Continuará.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_