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Columna
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Desconcierto general

Es verdad que la crisis no la previó nadie. Baste decir, por limitarnos a nuestro país y a los dos grandes partidos de gobierno, que en los programas del PSOE y del PP para las elecciones de 2008 había alguna diferencia respecto del crecimiento de la economía española, algo por encima del 3% en el primero y algo por debajo en el segundo. Pero no se discutía que la economía iba a crecer de manera saludable. Después pasó lo que pasó.

Esto es verdad. Pero el error en la previsión apenas si tiene repercusión negativa cuando se está en la oposición y es letal o al menos puede serlo, cuando se está en el Gobierno. La oposición tiene derecho a equivocarse. El Gobierno no. La sociedad no puede aceptar que un Gobierno no detecte la aproximación de una situación de emergencia y que no sea capaz de reaccionar frente a la misma. Y no puede aceptarlo porque la razón de ser del Gobierno es la de proteger a la sociedad sobre todo frente a la emergencia, frente a cualquier situación de emergencia. Para eso pone a su disposición la enorme cantidad de recursos que tienen todos los Gobiernos en los Estados democráticos. Usted no puede no saber lo que se nos viene encima, porque a usted lo hemos puesto ahí para eso.

Cuanto antes reconozca el PSOE su situación, más pronto podrá diseñar una estrategia para salir de ella

El desconcierto del Gobierno ante una situación de emergencia no es aceptable por la sociedad, porque multiplica la sensación de inseguridad que toda situación de emergencia genera. Una sociedad insegura es una sociedad menos libre, pues, como nos enseñó Montesquieu, la libertad es la sensación que cada uno tiene de su propia seguridad. Sentirse seguros es el presupuesto para ser libres. A mayor seguridad mayor autonomía personal. Y a la inversa. Una sociedad no puede perdonar que un Gobierno no la haga sentirse segura. Ni sería bueno, además, que lo perdonara, porque sería señal de que estaría perdiendo el instinto de conservación.

Pienso que esto es lo que le ha ocurrido al Gobierno presidido en la pasada legislatura por José Luis Rodríguez Zapatero. La sociedad española en general se ha sentido enormemente insegura ante la crisis que se nos ha venido encima. Por la magnitud de la misma y porque ha tenido la sensación de que "su" Gobierno ha ido siempre a remolque de los acontecimientos.

Estoy convencido de que la acción de Gobierno en esta pasada legislatura no será juzgada en perspectiva de la forma en que lo está siendo ahora mismo. Yo me identifico no bastante sino mucho con lo que ha sido la acción de Gobierno en estos años. Tras el desconcierto inicial, perdió la confianza de la sociedad española de una manera irreversible y, a pesar de ello, ha sabido soportar con mucha dignidad una situación insoportable, ha sido capaz de evitar la intervención del país y, como consecuencia de ello, ha posibilitado una salida democrática de la situación de emergencia mediante la celebración de elecciones, lo que visto lo que está ocurriendo en otros países europeos, no es poco. En las peores condiciones desde siempre, por entendernos, el Gobierno ha transmitido el poder democráticamente, en los mismos términos en que lo había recibido. Ha preservado lo esencial: la integridad del poder que pertenece a la propia sociedad, que, justamente por eso, se lo ha podido confiar al PP.

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Políticamente, esto es muy importante y así acabará siendo reconocido. El propio Gobierno que acaba de formarse ha empezado a hacerlo. Pero electoralmente no sirve de nada. La sociedad española, de manera inequívoca y ahora sabemos que irreversible, hacia mediados de la legislatura había perdido la confianza en el Gobierno. En el momento más difícil y cuando más necesitada estaba de protección, la sociedad no se ha sentido protegida. A partir de ahí la suerte estaba echada.

Esa sensación de desprotección ha sido generalizada. Por eso la derrota ha tenido la magnitud que ha tenido. La sensación de desprotección la han tenido no solamente quienes han dejado de votar al PSOE, sino que, en mi opinión, la han tenido también los siete millones de ciudadanos que, contra viento y marea, lo han votado.

Recuperar la confianza de la sociedad en estas circunstancias no va a ser fácil. Pero esa es la realidad a la que los socialistas tienen que hacer frente. Cuanto más pronto reconozcan la posición en que se encuentran, más pronto podrán empezar a diseñar una estrategia para salir de ella. Para ello es importante que los dirigentes no vean fantasmas donde no los hay. El PSOE ha sido leal con José Luis Rodríguez Zapatero en este final de legislatura. Es lo que tenía que hacer. Pero ahora hay que mirar al futuro y no convertir la presunta lealtad o deslealtad a Zapatero en un arma arrojadiza en la competición por definir el programa y el liderazgo del partido.

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