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Columna
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Expiación

Enrique Gil Calvo

El curso político parece haberse iniciado bajo un ominoso clima de final de régimen. Al parecer, según afirman casi todos los observadores, y a juzgar por lo que anuncian múltiples encuestas, el mandato de Zapatero toca próximamente a su fin. Es verdad que aún quedan dieciocho meses de legislatura, durante los que podría pasar casi de todo. Pero lo cierto es que, para las esperanzas del partido gubernamental, lo peor está por llegar. Si se cumplen los pronósticos, el mes que viene caerá derrotado el tripartito catalán que se formó bajo su advocación. La próxima primavera esa derrota se extenderá por efecto dominó como un reguero de pólvora por todas las demás autonomías y Ayuntamientos de las capitales de provincia. Y finalmente el curso próximo, cuando ya no puedan aprobarse los siguientes Presupuestos del Estado, el presidente se verá obligado a proclamar la disolución anticipada de las Cortes adelantando las elecciones generales.

El clima de final de régimen está construido en la interesada lectura de hechos mediáticos

Pero mucho antes de que todo eso llegue a suceder, ya desde este mismo otoño los principales analistas dan por finiquitado al Gobierno de Zapatero. Así se comportan como esos inversores bursátiles que compran con el rumor y venden con la noticia, descontando los hechos del presente inmediato incluso antes de que se produzcan. Y de igual forma, el clima de final de régimen que hoy predomina está construido tan solo a partir de la interesada lectura de algunos acontecimientos mediáticos que están en la mente de todos: la masiva huelga del 29-S, el adverso resultado de las primarias de Madrid, el sonoro abucheo recibido en el desfile de la Hispanidad, etc.

Pues bien, admitamos a título de hipótesis que todos esos indicios agoreros sean anuncio cierto de la próxima caída de Zapatero. ¿Cabría por ello alguna sorpresa o entra más bien dentro de lo que podríamos llamar la normalidad, si tenemos en cuenta la gravísima situación de la economía española, dado su elevado endeudamiento y el insufrible desempleo que duplica el promedio europeo? Además, si recordamos que Zapatero negó con obstinación la inminencia de la crisis, y después se empeñó en paliarla con inverosímiles paños calientes, ¿acaso no deberíamos concluir que ahora sólo obtiene lo que se merece? Al fin y al cabo, de las tres opciones previstas por Hirschman como reacción ante el deterioro de las instituciones (salida, voz y lealtad), cabe esperar que sus votantes le ajusten las cuentas a Zapatero en términos de mucha voz de protesta y todavía mayor salida hacia la abstención, pero sobre todo retirándole su anterior lealtad electoral.

Sin embargo, con ser verosímil, esto no lo explica todo. En este clima de final de régimen parece haber algo más. Yo he hablado antes de auténtico suicidio político para referirme al giro que dio Zapatero en mayo pasado (cuando sustituyó la protección social por el ajuste fiscal) a sabiendas de su irreparable coste electoral, del que probablemente ya no logre recuperarse más. De ahí que ahora estemos hablando de si se presentará a la reelección u optará por ceder su puesto a un sucesor designado para perder. Pero ahora deseo retomar esta figura del suicidio reinterpretándola de otro modo. Si Zapatero está optando por suicidarse políticamente ante las cámaras (dejándose maltratar por la opinión pública como un Ecce Homo que apura el cáliz hasta las heces), no es tanto para expiar los errores cometidos antes (no desactivar la burbuja cuando pudo, y no advertir la magnitud crítica de su estallido) como para poder construirse una salida digna.

Las segundas legislaturas de un presidente del Gobierno son letales, según revela la experiencia americana (una excepción es Lula da Silva). Sobre todo en España, pues no hay más que recordar el vía crucis por el que hubieron de pasar en sus últimas legislaturas tanto Suárez como González y Aznar. Y tras su calvario, los tres presidentes tuvieron que abandonar el poder cubiertos de oprobio (aunque los dos primeros lograsen más tarde recuperar su dignidad). Pues bien, como Zapatero sabe esto muy bien, pretende salir del poder dignamente, de tal modo que no le suceda como a sus antecesores. Y para ello ha optado por escenificar en directo este suicidio político a cámara lenta, presentándolo como un doble sacrificio redentor de expiación e inmolación ("me cueste lo que me cueste"). Y digo doblemente redentor porque 1): con su impopular política de austeridad confía en salvar de su actual postración a la economía española; y 2): así espera redimirse también él, pagando con creces el precio debido por sus pasados pecados. De ahí esa especie de masoquismo revestido de dignidad con que hoy parece disfrutar representando el papel de mesías iluminado, que carga con la cruz de la crisis a cuestas camino del calvario.

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