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Columna
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Familias

Enrique Gil Calvo

Con la triple aprobación de los Presupuestos, el canon digital y la ley antibofetón finaliza una de las legislaturas más crispadas de nuestra reciente democracia, que prometía morir antes de tiempo cuando nació, pero que finalmente ha logrado resistir hasta el final con una relativa facilidad. El PP no ha logrado abortarla ni bloquearla a pesar de su doble oposición parlamentaria y extraparlamentaria, que además de obstruir desde el Congreso la política territorial y antiterrorista no ha dudado en recurrir también al sabotaje mediático, clerical y judicial. Y ha fracasado porque, a pesar de su exigua mayoría simple, el Gobierno ha sabido nadar y guardar la ropa navegando entre las dos aguas de los extremismos opuestos (la Escila del independentismo radical y el Caribdis del PP neoconservador), sin perder el rumbo hacia la Ítaca electoral donde le aguarda la Penélope ciudadana.

Hasta Ulises vuelve a casa por Navidad, y la odisea de Zapatero también ha buscado el calor familiar al acabar la legislatura. En efecto, la crónica política de la semana pasada ha estado trufada de temas que afectan directa o indirectamente a las familias españolas. Así ocurre con los Presupuestos, un hermoso árbol navideño adornado por una guirnalda de guindas electorales como el cheque natal, la educación infantil, la subvención a la dependencia o la subida de las pensiones. Pero se da la coincidencia de que también han cobrado un protagonismo actualísimo dos cuestiones que afectan directamente a la vida familiar: la polémica del aborto, donde Zapatero se ha contradicho dos veces a sí mismo alarmado por la cruzada integrista contra las clínicas abortistas, y la ley antibofetón, que ha modificado el Código Civil para desautorizar la corrección progenitora que atente contra la integridad física o moral de los menores.

Son dos cuestiones ciertamente preocupantes, con las que no se puede frivolizar. No sólo el aborto está creciendo hasta límites inadmisibles, especialmente entre las adolescentes, sino que además se produce en el 90% de los casos alegando un tercer supuesto hipócritamente falaz (la salud psíquica de la madre) que no está limitado por ningún plazo de vida fetal. Y desde un punto de vista ético, a esto no hay derecho. Hay que acabar con semejante inseguridad jurídica. Hay que cambiar la ley del aborto, sustituyendo los motivos por los plazos. Y hay que informar y adiestrar sexualmente a las adolescentes para que no sean tan irresponsables como hasta ahora: ni ellas ni sus parejas.

Respecto al bofetón, es muy oportuno que su legítima desautorización se haya incluido en una ley de adopción, pues en efecto, la incidencia del maltrato infantil se da en mucha mayor medida entre los progenitores no biológicos: padrastros, madrastras, adoptantes, tutores... Y conviene recordar que el volumen oculto del maltrato infantil es muy superior al que emerge al conocimiento público, constituyendo junto al maltrato a los mayores una de las peores muestras de violencia familiar clandestina. Vaya contradicción la de un país tan familista como España, que ostenta el récord de adopciones internacionales a la vez que exhibe una tasa de abortos elevadísima y la más baja fecundidad de Europa. Y siendo hoy Nochebuena cabe plantearse esta paradoja: ¿queremos a nuestros hijos o los rechazamos?

Todas estas cuestiones deberían preocupar e interesar a nuestra clase política mucho más de lo que nos viene demostrando hasta ahora, entretenida como está con la crispación oficial mientras se olvida de los problemas reales de la gente, todos ellos relacionados con la familia. Pues como nos demuestran con sus cifras comparadas todos los expertos (Lluís Flaquer, Vicenç Navarro, Rodríguez Cabrero), en España no existe política familiar digna de este nombre, a juzgar por los datos de gastos públicos y servicios sociales, que son con gran diferencia los peores de Europa. Vergüenza debería de darle a la derecha española, que se llena la boca con buenas palabras en defensa de la familia pero que no hace nada real por ella cuando dispone de competencias para ello (si es que no se inhibe como han hecho las autonomías del PP para sabotear al Gobierno). Y algo parecido puede decirse de la izquierda en el poder, pues mucho hablar de política social y leyes de igualdad, vivienda o dependencia, pero véanse las partidas presupuestarias y mídase su efecto real sobre la vida familiar: cero zapatero, pues seguimos con el derecho a formar familia (o a deshacerla cuando no funciona) bloqueado por necesidad.

Acabaré esta columna con una alegoría navideña. Es un tópico admitido que en estas fiestas las familias riñen y las parejas se separan mucho más de lo habitual. Esperemos que la clase política no tome ejemplo crispando su fraternal confrontación todavía más.

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