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Columna
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Fundamentalismo

Josep Ramoneda

"Nosotros no hubiésemos cedido aún sabiendo que excarcelando a De Juana habríamos evitado la muerte de nuestros concejales". Estas palabras son de Ángel Acebes en una entrevista publicada en el diario El Mundo. Me parece un escalofriante ejemplo de cómo a base de utilizar políticamente a las víctimas se puede acabar convirtiéndolas en mero instrumento al servicio del Estado. Revelan una idea de la política que confirmaría la sospecha de Leonardo Sciascia de que en los Estados modernos no hay sitio para la piedad. Dejemos aparte lo que la frase de Acebes tiene de cinismo -el PP intentó con toda la razón negociar, por ejemplo, cuando el asesinato de Miguel Ángel Blanco y desgraciadamente no tuvo éxito. La actitud de Acebes sólo tiene un nombre: fundamentalismo de Estado. Hay muchas definiciones de fundamentalismo, pero todas giran sobre una misma idea: la doctrina como autoridad por encima de las personas y de las leyes. El fundamentalismo es una actitud voluntarista que pretende someter la realidad a los principios sin atención alguna a los individuos ni a la complejidad de lo real. Y en este caso el principio sagrado a salvar es el Estado y el argumento se llama razón de Estado, la eterna coartada para las atrocidades del poder.

Demasiado a menudo se olvida que la primera obligación del Estado es garantizar la seguridad de los ciudadanos. La impotencia del Estado no puede camuflarse con el recurso a la razón de Estado. Si un Gobierno tiene la oportunidad de evitar un asesinato sin poner en grave riesgo al Estado tiene la obligación de hacerlo. Es lo que hizo el Gobierno de Zapatero con De Juana Chaos. Y si lo hubiese explicado así, habría sido mucho más comprendido por la ciudadanía que con las medias verdades y los muchos eufemismos con que el Gobierno trató de defenderse de los ataques del PP. Las víctimas del terrorismo no son héroes. En su mayoría, son personas que no tenían ninguna intención de jugarse la vida, sólo pretendían vivir normalmente, en libertad. Y les tocó la terrible ruleta del terror. Los concejales del PP, que Acebes estaba dispuesto a sacrificar para evitar un simple cambio del estatuto penitenciario de un asesino, no han hecho ningún pacto de sacrificio al comprometerse políticamente con su partido. Ningún Gobierno tiene derecho a ofrecerlos en el altar del Estado. Al contrario: proteger sus vidas es su primer deber.

Los fundamentalistas pretenden gobernar una realidad compleja desde la intransigencia de los principios incuestionables. Gobernar en democracia es precisamente lo contrario. Es saber lidiar con la complejidad. Y es saber abrir puertas a la convivencia allí donde todo parece cerrado. El Gobierno ha cometido algunas torpezas en el proceso vasco, ha dado en algunos momentos la impresión de desconocer con quien estaba negociando. Y ha hecho innecesarias concesiones en el lenguaje. Sin embargo, lo que ha ocurrido no es distinto que lo que había pasado otras veces: la generación de ETA que quiere jubilarse abre un proceso y las nuevas generaciones que tienen las armas lo cierran. Sólo que con una diferencia importante: el contexto es completamente adverso a ETA. Y no en vano nunca había matado tan poco como en los últimos cuatro años. Preguntarse por qué podría ser útil antes de colgarse de las estrategias de la intransigencia sin fisuras. Pero es propio del fundamentalismo querer desconocer deliberadamente la realidad, no fuera que estropeara sus argumentos.

ETA ha roto el proceso. Y el Gobierno ha tenido que endurecer la posición. Pero hará muy bien en no olvidar nunca que la primera responsabilidad de un gobernante es la vida de las personas. Y que sólo en circunstancias extremas -de amenaza real de un mal muy superior- hay que poner la razón de Estado por delante. No es éste el punto en el que estamos, salvo que entendamos que los ciudadanos son simples números a mayor gloria de la patria. Esta es ciertamente la idea que los terroristas tienen de su gente y de todos nosotros. La respuesta democrática se hace fundamentalista cuando se comporta miméticamente. La primera lección a los terroristas es que para nosotros la vida de las personas no es un juguete en manos de la sagrada patria. Y la segunda es que para nosotros el bien a proteger no es el Estado, que en nada está amenazado, sino la libertad de las personas. Y ésta empieza por la defensa de su vida como prioridad.

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