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Tribuna:LA OFENSIVA TERRORISTA
Tribuna
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Fútbol y autoestima

La carta de extorsión recibida por la familia del futbolista Bixente Lizarazu está escrita a mano, fechada dos meses antes de su recepción, no precisa la cantidad que reclama y el sobre lleva en el exterior las siglas de ETA: son datos para pensar que es una misiva falsa. La sospecha aumenta a la vista de su contenido: se dice que el dinero puede hacerse llegar directamente a ETA o bien a alguno de los "movimientos que trabajan a favor de la construcción nacional", entre los que se cita a Udalbiltza, las ikastolas y los medios de comunicación vascos. No es creíble que cuando el juez Garzón trata de probar la relación entre ETA y algunas de esas entidades, venga la propia ETA a confirmarla. Por ello sorprende que la policía francesa considere con una seguridad "de casi el 100%" que la carta es auténtica, y que Joseba Egibar asegure que "este tipo de cartas está totalmente extendido". Sólo Julen Madariaga, un fundador de ETA ahora alejado, ha mostrado su incredulidad.Pero aún sorprende más que ni la Federación de Ikastolas, ni la permanente de Udalbiltza, ni los medios de comunicación afines rechacen indignados la posibilidad de beneficiarse de la extorsión de que se hace objeto a Lizarazu. El problema es que ETA ha abolido lo inverosímil. Si ha colocado una bomba en un ascensor de la Universidad Vasca y si hay condenados a muerte por el franquismo obligados a llevar escolta ante amenazas creíbles de ETA, cualquier barbaridad es posible; y quienes menos se atreven a descartarlas son los más próximos: temen ser fulminantemente desautorizados por los que reconocieron que, efectivamente, la tregua fue una trampa. También sorprende que los jugadores vascos no hayan dicho ni palabra, ni siquiera los que fueron compañeros de Lizarazu en el Athletic y en la selección de Euskadi. La gente tiene más miedo que nunca y cada cual lo combate como puede. El mismo día que la familia de Lizarazu recibía la carta, dos jugadores de Osasuna, Alfredo Sánchez y Álex Fernández, daban la nota en Palma amenazando a los policías que trataban de identificarlos de madrugada con expresiones como "tenemos muchos amigos de HB, ya os enteraréis". Que esos jugadores sean originarios de Getafe y Palamós, respectivamente, no es argumento para suponer que mentían respecto a sus amistades; pero sí resulta revelador que ambos alivien su temor a ser considerados enemigos haciéndose amigos de los amigos de ETA.

Hay un cierto envilecimiento colectivo, efecto de la pérdida individual de la propia estima. Joseba Zulaica es un antropólogo que enseña en la Universidad de Nevada. El 3 de diciembre publicó en El Correo un artículo cuyo título, 'Terror al estilo vasco', hacía referencia al encabezamiento de la información del New York Times sobre el asesinato de Lluch. "Los vascos", escribía Zulaica, "hemos gozado de simpatías por el mundo. Hemos sabido sacar provecho de nuestros enigmas (...)". Eso se ha acabado por culpa de ETA: "¿O acaso creen que (...) tenemos internacionalmente algo que hacer que no sea escondernos en casa de vergüenza por provenir de un pueblo lunático y sanguinario que no tiene otra cosa que ofrecer al mundo que el estilo vasco del cobarde tiro en la nuca?".

Si aún existe algo parecido a un estilo vasco en materia futbolística, su rasgo principal sería la fuerte identificación de los jugadores con el territorio: el orgullo de representar a Euskadi. Ese orgullo ha compensado durante decenios la desventaja de competir sólo con hijos de la tierra, decisión que ya sólo mantiene el Athletic. Ahora el fútbol vasco está en crisis. El domingo pasado la Real sustituyó a Osasuna en el último lugar de la clasificación, y el Athletic, que todavía no ha ganado ningún partido fuera de San Mamés, no está lejos de la zona de peligro. Sólo el Alavés resiste.

El último Euskobarómetro constata que el 80% de los vascos se sienten personalmente afectados por la ansiedad que genera el terrorismo. ¿Sería descabellado suponer que un motivo de la crisis del fútbol vasco sea la pérdida de autoestima de unos jugadores que ven proyectarse a diario una imagen de la comunidad a la que representan de la que en su fuero interno se sienten avergonzados? ¿No es cierto que, sobre todo en campo ajeno, salen agarrotados por el desconcierto y falta de confianza que paralizan a la sociedad vasca por efecto de la crueldad de unos pocos y la pasividad de otros muchos?

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