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Columna
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Gente asustada

Josep Ramoneda

La técnica del PP para liberarse del caso Gürtel es tratar de hacerlo invisible. Del mismo modo que los Gobiernos totalitarios borraban de las fotos oficiales a los personajes caídos en desgracia, el PP ha obligado en Valencia a sacar las fotos del caso Gürtel de una exposición sobre los acontecimientos del año 2009 en el Museo de la Ilustración y de la Modernidad. Si la realidad no gusta, se la suprime, dice un viejo principio autoritario. PP, ni Ilustración, ni modernidad.

Aun siendo un abuso de poder propio de cierto matonismo, el caso en sí podría considerarse simplemente como un desmán más de esta joven guardia azul de la derecha que es el PP valenciano, tan proclive a creer que el país es de su propiedad. Lo grave es que lo que ha hecho el PP en el museo y lo que está haciendo en el procedimiento judicial del caso Gürtel responde exactamente a la misma lógica: borrar los hechos, como ya hicieron en su tiempo con el caso Naseiro. Con la caza al juez Garzón, el PP no pretende demostrar la inocencia de los suyos, sino anular el juicio. Que Gürtel judicialmente no exista.

Entre dos políticos asustados, Zapatero y Rajoy, el pacto contra la crisis es imposible

En tiempos en que la corrupción se pasea con cierta impunidad por diferentes escenarios de la política española, ¿qué confianza merece un partido cuyos dirigentes, en vez de combatir con publicidad y transparencia a los que se han aprovechado de sus cargos, intentan, simplemente, apartar el problema de la Justicia, para que quede enterrado bajo la losa de supuestos defectos en el procedimiento judicial? Cualquier discurso del PP contra la corrupción es pura hipocresía. Su estrategia no es limpiar, es blanquear, que es muy distinto.

Me llamó la atención una frase del escritor israelí David Grossman en este mismo periódico: "Los políticos suelen ser gente asustada". La gente asustada es peligrosa porque si le entra el ataque de pánico es capaz de cualquier cosa.

La estrategia del PP en el caso Gürtel es propio de gente asustada, dispuesta a poner en juego las reglas de la decencia democrática con tal de salvar la piel. Quizás la sensación de parálisis de la política española viene de que está en manos de gente asustada.

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Mariano Rajoy da muestras de ello cada vez que se le pide alguna respuesta a una situación comprometida. La más reciente, la Ley del Aborto. Los periodistas, los obispos y los manifestantes callejeros le han preguntado al presidente del PP si, como dijo Mayor Oreja, aboliría la ley el día que gobierne. Los antecedentes hacen que la pregunta tenga algo de retórica: porque el PP no abolió, cuando tuvo el poder, la primera Ley del Aborto.

Pero Rajoy, asustado ante unos poderes fácticos a los que ha dado mucha cuerda, no tuvo el coraje de contestar: una vez más transfirió la papeleta al Tribunal Constitucional, con la esperanza de que otros resuelvan por él. ¿Puede gobernar una persona tan dada a eludir sus responsabilidades? Trasladar su indecisión al Constitucional es un modo de convertirlo en tercera Cámara legislativa, con una grave perversión del sistema democrático.

El problema es que la crisis ha llevado también el susto al cuerpo de Zapatero. Las imágenes de su última aparición televisiva mostraban una metamorfosis, me imagino que meticulosamente estudiada: el optimista visceral convertido en un ciudadano asustado, como todos, por las dificultades del momento. Sólo que él no es un ciudadano cualquiera, sino el presidente del Gobierno. La cara de susto quizás le humaniza, pero no tranquiliza, porque precisamente lo que la gente quiere es ver en él la decisión y la determinación que se echa de menos. Desde que la crisis le produjo la parálisis sensorial que le impidió detectarla, el susto le ha subido demasiadas veces a la cara y ha dado demasiados volantazos para quitárselo de encima.

Entre dos políticos asustados, el pacto contra la crisis es imposible: cada uno teme que el otro le robe la cartera. Finalmente, el susto, en política, es el miedo a perder poder.

Y, sin embargo, Zapatero tenía toda la razón cuando dijo: "La tregua hizo mucho daño a ETA". Es verdad, la descalabró políticamente y le abrió importantes brechas que han ayudado a descalabrarla por la vía policial y judicial. Con la tregua, Zapatero fue valiente, pese a la vil agresión permanente del PP, en uno de los episodios más sucios de la democracia. Y aunque acabó mal, salió bien: ETA está peor que nunca.

Ser valiente en política es duro, porque requiere olvidarse de los riesgos de perder el poder. Pero es lo que distingue al gran político del político mediocre.

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