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Columna
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<i>Jugando con el terror</i>

Antonio Elorza

En el comentario sobre el asesinato de Benazir Ali Bhutto, Lluís Bassets ha conseguido resumir, en su blog, sus terribles efectos de la forma más sencilla: "¡Pobre Pakistán! ¡Pobres de nosotros!". Pobre Pakistán, porque como todos los comentaristas subrayan, la desaparición de Benazir supone el fin de las contadas expectativas de normalización política para ese país.

Pobres de nosotros, porque la demostración de la eficacia política del terrorismo con el magnicidio de Rawalpindi enciende todas las señales de alarma a nivel mundial, a la vista del ascenso en apariencia imparable de la estrategia trazada hace diez años por los dirigentes de Al Qaeda. Y de modo indirecto, esa misma eficacia probada viene a refrendar la opción por el terror mantenida por algunas organizaciones políticas en otras partes del globo. Por ejemplo, ETA.

Al Qaeda ha puesto en marcha frente a Occidente una estrategia terrorista que cabe definir como el inicio de una guerra mundial de nuevo tipo. No se trata de ejércitos que conquistan territorios, sino de comandos que actúan a escala mundial con el propósito bien definido de minar una tras otra las bases de los "nuevos Cruzados", de Occidente, golpeando después de Irak en los eslabones débiles de la cadena, como Argelia o Pakistán. Con el aliciente en este caso del acceso al arsenal nuclear del país. Los enormes daños que pueden producir los atentados suicidas con explosivos, sin reparar en número de víctimas, son alcanzados con un mínimo de recursos: sólo hacen falta creyentes dispuestos a sacrificarse, y al parecer hay exceso de oferta. Sigue el impacto positivo sobre la opinión musulmana: 54% de los preguntados por Al Yazira aprobaban la matanza de Argel.

El riesgo no nos queda lejos, porque Al Zawahiri nos viene advirtiendo de que Al Andalus, y en concreto Ceuta y Melilla, son tierras sagradas a recuperar. Frente a ello, sobra la histeria del cowboy que reacciona disparando en todas las direcciones, matando al que no toca, caso de Bush y su guerra antiterrorista. Pero también sobra la aproximación idealista en la forma, miope y politiquera en el fondo, de una Alianza de Civilizaciones versión Zapatero-Moratinos que proponga resolver el problema con shows como el que aquí va a montarse en enero, en aras de la fraternidad de las religiones, con lo cual a fin de cuentas los culpables serían la pobreza de unos y la islamofobia de otros. Es como pensar que sirve de algo una asociación cultural franco-germana cuando los nazis están entrando en París. Conviene reconocer que el problema no es el islam, pero sí la amplia gama de islamismos radicales, partidarios o practicantes del terror, con su posible incidencia nefasta sobre la mentalidad religioso-política de los colectivos musulmanes dentro y fuera de Occidente. Los que con la ayuda impagable de Bush están en la base de ese 54% de defensores de la matanza de Argelia.

La experiencia del terrorismo islámico no se agota, pues, en los planos militar-policial y político. La intimidación buscada por los terroristas actúa en los planos psicológico-social y de la opinión pública, ambos estrechamente enlazados. Para ellos es muy importante que cobre fuerza un síndrome de culpa, como el que sugieren algunos de nuestros líderes de opinión (y de instituciones), desplazando el tema del terror hacia la desigualdad económica y confundiendo racismo maurófobo y supuesta islamofobia. Resulta así bloqueada toda reflexión sobre el tema de la difusión de las ideas violentas en los colectivos musulmanes, en su mayoría ajenos del todo a esas doctrinas de la violencia, e incluso es evitada la condena tajante del terrorismo de raíz islámica. Dada la gravedad del tema, hay que decir claramente que tales planteamientos suponen una cobertura para la dimensión política del terrorismo.

La observación resulta plenamente aplicable al caso vasco. ETA y su constelación de organizaciones satélites son los responsables del terror y de la violencia en Euskadi. Pero los efectos sociales y políticos del terrorismo no serían iguales de encontrarse ETA aislada o de recibir, como está recibiendo, un apoyo ideológico, político y moral de primer orden desde el nacionalismo democrático. El Gobierno vasco, el PNV y EA están actuando sin el menor reparo como agentes coadyuvantes de la estrategia de la violencia. Primero, mediante la ignorancia consciente del peso de ETA sobre la política vasca: actuaremos como si no existiera (consulta). Falso, cuentan con ella. Segundo, al proclamar una equidistancia miserable en el plano moral, entre las víctimas del terror y los sinsabores de "los presos" (terroristas) y sus familias. Tercero, descalificando la acción de la justicia contra las ramas políticas del árbol terrorista: encubrimiento y complicidad políticas. ¿Hay quien dé más? Habrá que reimprimir para su uso Los verdugos voluntarios de Goldhagen.

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