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Juicio por el mayor atentado en España | 11-M

"Llámame"

Un mensaje de móvil para el hijo muerto, el pelo quemado de María, un baile de sonámbulos... Los testimonios de las víctimas inundan de emoción el juicio y rememoran la magnitud de la tragedia

Hay momentos en que lo mejor es no decir nada, sólo guardar silencio y escuchar. Hoy es uno de esos momentos. La palabra la tiene Francisco Javier, que buscó a María entre los cadáveres de la estación de El Pozo y la encontró sangrando por un oído y con el pelo quemado. Y Antonio, un estudiante de 18 años al que la bomba dejó en medio de un baile de sonámbulos del que todavía está por volver. También tiene la palabra Isabel, que al ir presintiendo que había perdido a su hija buscó a su madre para apoyarse en ella. Y Jesús, que empieza así su relato del dolor: "Yo aquella mañana cogí el tren a las siete menos veinticinco, como en los últimos 30 años. Cuando la primera explosión, me caí sobre un señor. Le pedí perdón. Creía que el que había explotado era yo". La palabra también la tiene Eulogio. El teléfono de su hijo Daniel ya no contestaba. Le puso un mensaje: "Llámame".

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La sala está en silencio, conteniendo a duras penas la emoción. También en la calle la tarde se ha roto y ahora caen chuzos de punta. Se escucha un trueno y una mujer se tapa la cara intentando esconderse. Hoy se sientan en la silla que está frente al juez los que aquella mañana dejaron para siempre de ser quienes eran, los que tan temprano empezaron a quedarse solos.

Antonio Miguel Utrera: "Lo primero que hice tras la explosión fue llamar a mi madre. Veía a gente deambulando, era como un baile de sonámbulos, muy triste, mucho silencio, la gente caminaba, nadie miraba a nadie, todos miraban a la nada. Era una sensación muy rara, muy rara. Me sentía muy cansado. Quería dormir, era mi primer instinto. Mis padres me seguían llamando y yo lo único que les decía era que estaba muy cansado, no quería que nadie me molestara, estaba muy cansado. Me recogieron y al entrar en el hospital de campaña perdí la consciencia. Como consecuencia del impacto, tuve dos coágulos de sangre en el cerebro, que a su vez me provocaron tres infartos cerebrales, que a su vez repercutieron en mi parte izquierda dejándomela sin movimiento, lo que es conocido como una hemiplejia. También sufro de sordera. El oído derecho lo he perdido completamente y del segundo me reconstruyeron el tímpano. Como consecuencia de la hemiplejia sufro de estrabismo, y a veces veo doble. Sigo tomando pastillas contra la depresión y voy al psiquiatra cada 15 días. Desde entonces, mi relación con la humanidad choca. Me he convertido en un misántropo...

-¿Cuántos años tiene usted?

-Ahora 21, en el momento de los atentados tenía 18...

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Ahora quien habla es Francisco Javier García Castro. Lo primero que vio al llegar a la estación de El Pozo buscando a María, su mujer, fue un montón de 10 cadáveres, tal vez 15. "Me metí en el tren, la gente pedía ayuda. Yo les decía: ahora vengo, que estoy buscando a María. Sabía que estaba viva porque había hablado con ella por teléfono, pero no sabía dónde estaba. Salté por entre cadáveres al otro lado de la estación. Limpié la cara de un joven al que le estaba cayendo encima la espuma de un extintor. No habían llegado las ambulancias. Había un muro doble de piedra macizo reventado como si fuera de escayola. Y al lado de los fallecidos había un grupito de gente que me miraba en silencio, como diciendo cuándo van a venir a por nosotros. Me llamó la atención el silencio entre el espanto de aquella mañana tan fría. Mi mujer salvó la vida. A las ocho y cinco la vi de lejos por fin. Y le dije a mi hija: ahí está tu madre. Nos abrazamos los tres y lo primero que le dije fue: ¡Qué suerte hemos tenido, María, hemos sobrevivido! Pensé en mi hijo el pequeño que se había quedado durmiendo solo en casa. Mi mujer estaba herida, le salía sangre por un oído, tenía la cara negra y el pelo quemado. Sentí rabia. Una bomba en un tren de trabajadores".

Eulogio Paz es el padre de Daniel Paz Manjón. "Me enteré de las explosiones en el trabajo. Llamé a Pilar [Manjón], le pregunté que qué noticias tenía y me dijo entre lágrimas: Me quiero morir. Llamé al móvil de Daniel. No contestaba. Le puse un mensaje diciendo: Llámame". Luego se marchó al hospital Gregorio Marañón, y luego al 12 de Octubre, y de allí a La Paz. "Llegué al hospital del Niño Jesús a las dos de la tarde. Allí fue donde me di cuenta de que Daniel podía estar muerto. Cinco días más tarde recogimos el cadáver, lo velamos y al día siguiente lo incineramos...".

La emoción ya ha roto todas las costuras. Sigue lloviendo fuera. El último que declara es Jesús Ramírez. Dice que su cuerpo aún anda asimilando la metralla.

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