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Reportaje:

Llamazares se baja en marcha

El líder de IU dimitirá una semana antes de que la organización encare una asamblea crucial

Antonio Jiménez Barca

Un domingo de octubre de 2000, Gaspar Llamazares se convertía en coordinador de IU por un solo voto de diferencia después de una asamblea a cara de perro en la que salió derrotado Francisco Frutos, del sector duro del PCE. El lunes, Llamazares y los suyos acudieron a la sede central de IU en Madrid, un desangelado edificio-mazacote de varias plantas. Trabajaron hasta tarde. A eso de las nueve, el guardia de la puerta subió al despacho:

-Es que es mi hora.

-Pues váyase. Deje una llave y váyase.

-Verá: no hay más llaves. Aquí se han ido los que estaban antes y no han dejado ninguna.

Llamazares y los suyos comprendieron entonces que gobernar aquella formación heterogénea, proclive al harakiri, no iba a ser fácil, que nadie les iba a regalar nada (menos después de vencer por un margen tan estrecho) y que jugaban con el enemigo en casa. Lo de izquierda puede que sí; lo de unida sonaba a broma.

"A pesar de todo ha sido el periodo más feliz de mi vida", señala
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"Siento una amargura enorme por irme en este momento", añade
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-Bueno. ¿Me voy o me quedo?, insistió el guardia. La puerta hay que dejarla cerrada.

-No, no. Deje. Bajamos con usted. No se preocupe. Ya seguimos en un bar.

Ocho años después, tras dos batacazos electorales que han puesto a IU al borde de la desaparición, Llamazares ya tiene llaves, pero ha anunciado que renunciará a ellas y a su cargo de coordinador días antes de que se celebre el 15 de noviembre la crucial IX Asamblea Federal. Los afines sostienen que Llamazares se marcha ahora para no condicionar esa asamblea, para que los debates no se centren en él, sino en el futuro (incierto) de la formación; los críticos replican que se va un minuto antes de lo debido para que no se examine y se enjuicie su nefasta gestión. Rosa Aguilar, alcaldesa de Córdoba, y una de las referentes de IU, aporta otra clave: "A lo mejor no hay que mirar la dimisión en función de su oportunidad. A lo mejor hay que mirar la dimisión de una persona que ya no puede más, que dice 'aquí me quedo', como la canción".

En medio de la tormenta que se avecina y aún al timón de una nave que zozobra, Llamazares asegura que no tiene sensación de fracaso: "Pero sí una amargura enorme por irme en este momento, por dejar IU en esta situación tan mala". Admite que los resultados no le han acompañado. Esto es evidente: en 1996, con Julio Anguita al frente, IU consiguió 21 diputados. Cuatro años después, con Francisco Frutos, la formación bajó hasta los ocho. Con Gaspar Llamazares, en 2004, bajó aún más, hasta los cinco. En las últimas elecciones sólo ha logrado dos. "Con Carrillo cabíamos en un taxi, pero ahora cabemos en una moto", resumió hace meses el presidente ejecutivo del PCE, Felipe Alcaraz. La cuesta abajo es patente. Y una sencilla cuenta de la vieja muestra que, de seguir la progresión, IU no será nada en 2012. Nada.

Gaspar Llamazares nació en Logroño en 1957, pero creció en Asturias, en la localidad de Salinas de Castrillón. Su padre era el médico del pueblo. Y una persona liberal, tolerante, de aliento republicano. Su madre era una culta ama de casa. No procede de una familia obrera tipo, como otros líderes tradicionales de la izquierda asturiana.

Gerardo Iglesias, por ejemplo, coordinador general de IU desde 1982 hasta 1989, bajó a la mina por primera vez a los 14 años. Y eso imprime carácter y marca el futuro. Para lo bueno y para lo malo.

Llamazares no viene de ahí: estudió y aprobó medicina en Oviedo. Allí conoció a la que sería su novia y ahora es su mujer, una especialista en psiquiatría. Desde el primer curso destacó por su capacidad organizativa, por su madera de líder estudiantil, por ser el que más hablaba en las asambleas.

No ha ejercido jamás continuadamente como médico: lo más cerca que ha estado de la profesión han sido las clases de gestión sanitaria que impartía en la universidad. Por eso confiesa que si algún día, en un mitin, a alguien le da un ataque al corazón, él será el primero en gritar: "¿Hay algún médico por ahí?".

Sus amigos le describen como un tipo culto, reservado, que propende a la timidez, seco, trabajador, austero, hiperpuntual, espartano y reflexivo. Él mismo se ha definido como lo contrario del carisma. Y reconoce que su carácter retraído ha constituido un cierto obstáculo para su carrera política. A veces ha tenido más eco mediático su muñeco virtual en el cibernético universo de mentira de Second Life que el serio Gaspar Llamazares de carne y hueso. A él no le importa demasiado.

Ha sido secretario general del partido Comunista asturiano, diputado autonómico y, tras mudarse a Madrid con su mujer y su hija, diputado nacional.

En 2000, tras ganar esa reñida asamblea por un voto, se convirtió en un coordinador general de IU empeñado en abrir el partido, en conectar con otras capas de la sociedad además de los trabajadores, en apelar no sólo a los obreros, referentes históricos del PCE: "No pelear sólo por los derechos sociales, sino por los derechos civiles: el medioambiente, los matrimonios homosexuales, el aborto, la plena equiparación de la mujer, el consumo", explica.

Esta postura le atrajo críticas desde el principio, desde la misma tarde en que ganó por un voto el cargo de coordinador.

"Todo eso está bien", objeta un dirigente de IU crítico con el actual coordinador general. "Pero hay algo prioritario de lo que él se ha olvidado: es la economía. Hay que intervenir en la economía. Nuestra fuerza política está ahí para intervenir en la economía, porque si no intervienes, pasa lo que está pasando ahora con la crisis. Nosotros no nos movemos en los límites del capitalismo. No somos el PSOE. Nosotros queremos superar el capitalismo, aunque sin echarnos al monte. Tampoco somos un grupo verde. No es nuestro discurso. Nuestro discurso gira todavía sobre eso de capital y trabajo".

A esta fractura ideológica que no ha soldado nunca hay que sumar los enconos personales en un grupo político en el que, además, todo se airea y retransmite. "A veces confundimos la transparencia con el impudor", asegura Llamazares.

Un ejemplo: en medio de un Consejo Político, máximo órgano de dirección de IU, celebrado en abril, cuatro semanas después del descalabro electoral, Francisco Frutos, secretario general del PCE, tomó la palabra y soltó a Llamazares: "Te pedí hace cuatro años que cogieras la maleta y te fueras a tu pueblo. Ojalá lo hubieras hecho, le habrías ahorrado mucho sufrimiento a IU".

Un seguidor de Llamazares se levantó entonces y le dedicó un ostensible corte de mangas a Frutos como respuesta.

"Ésta es una organización neurótica", explica Llamazares, "en la que las elecciones se viven siempre como una cuestión de vida y muerte, que siempre ha tenido resultados malos porque seguimos sin asumir nuestros límites, que rondan el 5%-10%, que vive aún con aquello de lo que pudo haber sido y no fue desde la Transición, desde la primera votación democrática (en la que el PSOE superó al PCE)".

No se arrepiente de haber dado el paso adelante hace ocho años: "Este periodo ha sido el más feliz de mi vida, a pesar de haber sentido siempre el aliento de algunos en la nuca".

Acudirá el 15 de noviembre, sin ser coordinador, a la impredecible IX Asamblea de IU, que puede certificar tanto la refundación de la agrupación como su escisión. Después conservará su acta de diputado hasta la próxima legislatura. "No tengo por qué enterrarme políticamente. Trabajaré de forma leal para la organización".

¿Y después?

"Después volveremos a Asturias", dice convencido, de una tacada.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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