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"Nos sorprendió poco antes del atentado que no hubiera nadie por las calles"

Supervivientes del ataque contra el convoy relatan su experiencia en Afganistán

Camilo S. Baquero

Vivos de milagro, pero con ganas de regresar al frente. Joshua Alcalá, de 21 años y natural de Tenerife, y Daniel Ospina, de 23 y colombiano, son dos de los seis soldados que resultaron heridos el pasado lunes en Afganistán. Viajaban en el mismo vehículo BMR que reventó por el explosivo que habían colocado los talibán y que causó la muerte al soldado John Felipe Romero Meneses, de 21 años. Son compañeros de pelotón desde hace dos meses, cuando partieron a la misión. Ahora están en camas paralelas en una habitación del Hospital Vall d'Hebrón, de Barcelona. También comparten el deseo de regresar a Afganistán, a pesar de los dientes rotos, la mandíbula afectada de Alcalá y la pierna fracturada de Ospina.

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"La vida en Afganistán es como en la época de Jesús", explica Ospina, que lleva dos años y medio en el Ejército y cinco en España. La miseria es lo que más le ha llamado la atención. "No es como en Medellín [de donde es originario], donde algunos niños te piden monedas en los semáforos. Aquí te suplican por agua o comida, y la gente bebe de las charcas", explica. Por eso, en muchas ocasiones, los soldados guardaban las manzanas que les daban en las meriendas para regalárselas a los pequeños. "Se van a los puños por unas galletas", cuenta.

Pero la relación con los afganos está lejos de ser buena: "Así como les das comida arrojan piedras a los BMR. Es difícil saber en quién confiar". Pero, ya sea para solicitar ayuda o para escupir a los tanques, los afganos siempre aparecen al paso de los convoyes. Salvo el día del ataque. Ospina explica que el atentado se produjo nada más pasar un pueblo que, sorprendentemente, estaba vacío. "Una de las cosas que nos llamó la atención antes del ataque es que no había nadie en las calles" recuerda.

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Es tiempo del informativo. Le suben el volumen a la pequeña televisión de su habitación de hospital. Son las imágenes del funeral de su compañero John Felipe Romero Meneses. "Siempre tenía una sonrisa en la cara", recuerda Ospina. Alcalá asiente. Ambos sueltan una carcajada por algo que se resisten a revelar. Reciben muchas visitas de compañeros españoles y latinos. A Alcalá sus compañeros le han traído un muñeco de soldado. Su familia aún no ha logrado llegar a verle desde Canarias por culpa del temporal.

Ante el peligro que significa el exterior de la base, y que conocen antes de salir, el resto de miembros de la compañía son el principal refugio. Y la familia. "Estamos en contacto todo el tiempo. Hay locutorios desde los que podemos llamar, por turnos de 15 minutos cada uno, con posibilidad de repetir. Y ordenadores con webcam que se apagan automáticamente a los 30 minutos".

Un compañero de los heridos que prefiere ocultar su nombre añade: "Cuando estás allí se juntan todos los sentimientos. A veces la tristeza es muy grande, pero el saber que estás pasando por esa experiencia lo supera todo", explica.

La lista para ir voluntario a Afganistán es larga, según Ospina. "Muchos querían ir, pero no pudieron". Las plazas son limitadas y para obtener una hace falta no tener antecedentes médicos graves. "Mi hijo se cuidaba hasta las uñas antes de irse para la misión. Si se enfermaba no lo dejarían ir", explicaba ayer en el Tanatorio de la Ronda de Dalt la madre de John Felipe.

Más allá de los dos sueldos que recibe un militar en la misión en el país asiático (el del Ejército y el de la OTAN), está la sed de aventura. "Me gusta ese mundo, tengo ardor guerrero. En Colombia mi mamá no me dejó ingresar al colegio militar", explica entre risas, mirando a su madre. Ospina asegura que no le interesa ser Mosso d'Esquadra o Guardia Urbano, llevar una vida algo más segura. "No es emocionante", zanja. Y esta vez mira a su novia, embarazada. Su hijo, que nacerá en mayo, se llamará Nicolás. "El amor que sentimos por lo que hacemos es algo que la gente de fuera no entiende", puntualiza Alcalá, que habla con dificultad a causa de sus dientes rotos.

Le interrumpe la enfermera. Vuelven las risas cuando el enfermero le dice que tiene que ponerse unos calzoncillos de plástico y una bata casi transparente para la intervención quirúrgica. "¿Qué me van a hacer?", pregunta Alcalá, rubio y alto, mientras se acuesta en la camilla. "Te van a poner las tetas", le responde Ospina, travieso. Ríen. Parecen niños.

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Sobre la firma

Camilo S. Baquero
Reportero de la sección de Nacional, con la política catalana en el punto de mira. Antes de aterrizar en Barcelona había trabajado en diario El Tiempo (Bogotá). Estudió Comunicación Social - Periodismo en la Universidad de Antioquia y es exalumno de la Escuela UAM-EL PAÍS.

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