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Reportaje:Espionaje político en la Comunidad de Madrid

El PP se enfrenta a sí mismo

El escándalo siembra desconfianza en el partido - Muchos piden ya cabezas por el espionaje

Pablo Ximénez de Sandoval

La primera impresión es la que cuenta. Lo primero que dijo un cargo público del PP cuando se destapó el escándalo de espionaje político en la Comunidad de Madrid fue que "si alguien hace lo que no debe, hay que cesarlo", sin contemplaciones. Lo declaró la presidenta de la Asamblea regional, Elvira Rodríguez. Después, matizó sus palabras. Al fundador del PP, Manuel Fraga, lo primero que le vino a la cabeza fue: "Desgraciadamente, hay cosas no resueltas entre la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento". Después, relativizó los problemas y dijo que eso pasa en todos los partidos. Pero esas dos primeras impresiones eran las buenas. Tras diez días de polémica ya nadie disimula en el PP dos ideas. Uno: hay temas no resueltos que van a terminar por desangrar el partido. Dos: alguien va a perder la silla por hacer lo que no debía.

En el PP nadie sabe cuánta basura guarda el vecino. Como en Wall Street
Aguirre ha hecho de un problema de Madrid uno de todos los populares
"La bola de nieve se convirtió en alud y no lo paramos", dice un asesor del PP
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Como escándalo político, la situación no tiene episodios recientes con qué compararla. Un vicealcalde de Madrid, un consejero de Justicia y el vicepresidente de la Comunidad han sido espiados. El consejero de Interior es sospechoso de amparar a los autores de parte de los seguimientos. Un ex tesorero del PP denuncia que a él le espiaban en Madrid. El Gobierno de la Comunidad airea públicamente que la cúpula del partido manejaba dossiers contra ellos hace dos años. Los supuestos contenidos de esos informes empiezan a aparecer en los periódicos. El presidente del PP ha ordenado una investigación interna. Todas las víctimas presentes y futuras de esta historia son del mismo partido.

Se ha apoderado del PP la sensación de que no hay marcha atrás. Lo peor está por llegar. Como en los bancos de Wall Street, en el PP nadie sabe exactamente cuánta basura tiene guardada el vecino, ni siquiera cuánta tiene en su propia casa. La desconfianza que esto provoca está paralizando el sistema y la iniciativa política.

El PP podía haber intentado aguantar, esperando a que escampe. No sería la primera vez. Pero esas "cosas no resueltas" que apuntó Fraga hace diez días son las que han terminado por pulverizar la estabilidad lograda tras el congreso de Valencia, en junio de 2008, en el que Mariano Rajoy acalló las críticas a su liderazgo y empezó una nueva etapa en el PP. De esto hace menos de un año. Esas "cosas no resueltas" se van a resolver ahora, o Rajoy posiblemente no siga adelante.

Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre no se han llevado bien nunca, cuentan en el partido. Pero desde que ambos compiten claramente por un puesto en la cúpula del PP la situación ha sido explosiva. Cuando Rajoy presentó las candidaturas de Aguirre y Gallardón para Madrid, en enero de 2007, exhibió la gestión de ambos y dijo que "Madrid es el emblema de la España que quiere el PP".

En enero de 2008, Aguirre estaba dispuesta a dimitir del emblema y de la presidencia de la Comunidad con tal de que Gallardón no fuera diputado, y consiguió que no lo fuera. Al salir de la tensa reunión en la que Rajoy les dio la noticia de que ninguno de los dos iría en las listas electorales, Aguirre destapó todas sus cartas. En un ascensor de Génova 13 le dijo a Gallardón: "Si Mariano pierde, tú y yo estaremos en iguales condiciones" para sucederle. El golpe fue tan duro que el alcalde, bastión electoral del partido, desapareció de la campaña.

Rajoy perdió. Mientras Aguirre amagaba públicamente con disputar el liderazgo del partido, Gallardón permaneció junto a Rajoy. Los seguimientos al vicealcalde de Madrid y al consejero Alfredo Prada, alineados en el bando de Rajoy, se produjeron en esas fechas.

La victoria de Rajoy en el congreso de Valencia reafirmó su liderazgo, aupó a Gallardón, remodeló la cara visible del PP y obligó a Aguirre a retirarse con los suyos a sus cuarteles de invierno, con la vista puesta en el próximo congreso, tres años después. Pero es enero de 2009 y la herida vuelve a sangrar.

La secuencia de los hechos es rapidísima en política. EL PAÍS destapa el escándalo del espionaje político, Aguirre niega, Rajoy dice que la cree, Gallardón se suma a la petición de explicaciones, Aguirre desmiente de nuevo y amenaza con los tribunales al periódico y al alcalde, Rajoy explota al ver que ella no asume la más mínima duda y abre una investigación interna, Aguirre airea que Rajoy conocía dossiers contra sus hombres. Todo, entre el 19 y el 27 de enero.

Aguirre ha convertido un problema de la Consejería de Interior de Madrid en un problema de todo el PP. Un experto en comunicación del PP, que no simpatiza con la presidenta, cree que el equipo de Aguirre ha hecho todo lo que no debe hacerse en una crisis. "Primero lo niegan todo y se definen como víctimas. Eso no se debe hacer, es lo que hacen los culpables. Lo primero siempre tiene que ser demostrar la inocencia". Pero además, "después, reparten la mierda. Y por último, matan al mensajero".

La sobreactuación del Gobierno de Madrid ha llevado las cosas a un punto de no retorno. Ya no se puede, por ejemplo, abrir una investigación propia, dar imagen de transparencia y controlar el proceso. "Hemos visto cómo la bola de nieve se convertía en alud, y no sólo no hemos sabido pararlo, sino que ni siquiera nos hemos quitado de en medio", opina este experto. Génova trató sin éxito de que fuera la Comunidad la que actuara, antes de tomar las riendas.

Francisco Granados, el consejero de Justicia e Interior de Madrid y superior de los supuestos espías, desveló el viernes que preguntó a sus subordinados por las denuncias de EL PAÍS y no halló nada extraño. Granados ha matizado crípticamente que, sin embargo, en la Comunidad hay miles de funcionarios. Pero ahora ya es una anécdota. Las investigaciones están en manos de Génova y de la Fiscalía.

El fiscal jefe de Madrid, Manuel Moix, tras decir el primer día que no apreciaba delito, ahora investiga las diversas tramas de espionaje que supuestamente parten de la Consejería de Interior que dirige Granados. Por el momento, ha pedido toda la información necesaria a todos los actores, incluido este periódico.

Desde la secretaría general se ha dejado claro estos días que la investigación interna del partido no es ningún paripé. Se inició con un durísimo comunicado en el que se anunciaban "responsabilidades de carácter estrictamente político que el PP exigiría con absoluta firmeza y determinación".

El objetivo es probar si existe un servicio de espionaje en la Comunidad de Madrid (algo ya negado tajantemente), y saber quién ha realizado los seguimientos al vicepresidente, Ignacio González. La secretaria general, Dolores de Cospedal, no parece que vaya a cerrar la investigación en falso. Prueba de ello es que ha llamado a declarar a su despacho incluso a Sergio Gamón, jefe del área de Seguridad de la Comunidad, citado como "nuestro director" por los autores de uno de los informes.

Gamón, al servicio de Aguirre desde que era presidenta del Senado, es el único de los implicados que es militante del PP. Los demás no sienten ninguna obligación de dar explicaciones a la jefa del partido de su jefe, Granados.

Por ahora no hay la más mínima pista de dónde apuntarán las responsabilidades que los datos que confirme Cospedal. Según los estatutos del partido, se puede expulsar a aquellos que comprometan el honor y la imagen del PP. En cualquier caso, hasta la investigación puede acabar siendo irrelevante. Porque la furibunda reacción del núcleo duro del aguirrismo (Aguirre, González y Granados), al poner el grito en el cielo con el espionaje a González, ha puesto el ventilador en su casa. Puede que el fiscal acabe siendo el único interesado en saber quién hizo el dossier sobre González, mientras se airean supuestos negocios sucios del vicepresidente y otros personajes de su entorno como Ildefonso de Miguel o Pedro Antonio Martín Marín.

El pasado jueves, un ex alto cargo de la Comunidad, Pedro Ortiz, contó con una ligereza pasmosa en una tertulia radiofónica cómo Martín Marín le presionó para recalificar un terreno protegido. Son el tipo de cosas que hacen temer en el PP que se haya abierto la veda. Todos contra todos y nadie sabe quiénes son los suyos.

La parte del PP ajena a esta situación, es decir, la inmensa mayoría, sólo espera que los que han apretado los botones del ventilador lo paren antes de que los papeles lleguen al pasillo.

Responsabilidades aparte, el problema político es mayúsculo. El PP se la juega en apenas un mes en las elecciones gallegas y vascas, con dos candidatos jóvenes y primerizos que quieren ser la mejor imagen del mejor PP del mejor Rajoy. El candidato gallego, Alberto Núñez Feijóo, dio una conferencia con Rajoy en el Club Siglo XXI de Madrid el pasado jueves. No trascendió absolutamente nada en los medios nacionales más que una frase de Rajoy pidiendo altura de miras al PP. El candidato vasco, Antonio Basagoiti, dijo ese día que estaba "hasta las narices" del asunto del espionaje, que está arrinconando su campaña.

El propio Rajoy dio el domingo pasado el que iba a ser el discurso del año. Paro, jóvenes, esperanza, esfuerzo y patriotismo en un evento multitudinario de corte obamista preparado durante meses. No consiguió colocar un mensaje claro en los grandes medios de comunicación. Nada a lo que el PSOE o el Gobierno tuvieran que responder con urgencia. Nada que hiciera consciente que estamos en campaña electoral o que el PP tenga algo que decir sobre el paro.

Pero muchos sí recordarán que Rajoy garantizó la "unidad del partido pase lo que pase". En junio del año pasado, haciendo cábalas sobre el liderazgo del PP, un destacado parlamentario del partido advertía a los periodistas: "Si nos ponemos a final de año con 800.000 parados más, no se pueden descartar elecciones anticipadas". El año 2008 terminó con un millón de parados más y previsiones terroríficas. Las encuestas de finales de diciembre revelaban que el PP no lo había capitalizado.

Un mes después, una encuesta de Metroscopia para EL PAÍS realizada en los días más duros del escándalo de espionaje revelaba que el PP está todavía más lejos, a 7,6 puntos en intención directa (en las elecciones perdió por una diferencia de 2,6). Por ahora, Zapatero sólo ha pasado apuros por la situación económica el día que lo atornillaron los ciudadanos en TVE.

También en este aspecto lo peor está por venir, intuye una fuente parlamentaria. Esta semana se reanuda la actividad en el Congreso y el Senado tras el parón de enero. "Cuando vengan los ministros se van a reír de nosotros. Van a hacer chistes con este asunto". El PSOE y el Gobierno, por ahora, son espectadores atónitos tanto como cualquier ciudadano. Pero en el momento en que tengan que defenderse en el Parlamento tienen material de sobra para desacreditar al PP hasta que no depure responsabilidades internas.

Aguirre y  Rajoy, en un acto en febrero pasado.
Aguirre y Rajoy, en un acto en febrero pasado.GORKA LEJARCEGI

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Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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