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Columna
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Paro y escasa conflictividad

Josep Ramoneda

De la última encuesta del CIS, los medios de comunicación han destacado dos datos: la enorme preocupación por el paro -para el 79% es la principal- y la persistencia de la clase política como tercer problema -aunque obviamente a mucha distancia del primero, 13,6%.

La altísima tasa de paro y la precariedad de muchísimos empleos hacen que millones de españoles vivan al borde del precipicio. No sólo para ellos, sino para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y de empatía con el entorno ésta es la cuestión fundamental que el país tiene que afrontar. Pero hay, sin embargo, otros datos en la encuesta que creo merecen atención, porque ayudan a explicar por qué la crisis está pasando sin grandes niveles de conflictividad. Que la inmigración o la inseguridad ciudadana generen moderada preocupación en un tiempo de tantas dificultades sociales quiere decir que España es un país mucho más asentado de lo que normalmente tendemos a creer. Los mecanismos de estabilización social funcionan razonablemente -la educación y la sanidad sólo son destacadas como problema por un 6,2% y un 4,8%- de modo que la sociedad ha demostrado tener una capacidad de encaje sorprendente. La inmigración ha sufrido el paro más que nadie, se han frenado los flujos, pero muchos ciudadanos permanecen aquí volviendo a entrar en el mercado de trabajo o buscando el modo de conseguirlo. Que la crisis económica no haya agudizado las tensiones dice mucho de la capacidad mutua de reconocimiento, pero da a entender que las políticas sociales han jugado un papel positivo, e incluso permite constatar -aunque no debería ser noticia- que, desde la oposición se han evitado actitudes xenófobas y racistas del pasado. Igualmente, que, en tiempos difíciles como estos, a pesar de las tentaciones demagógicas de algunos, no se haya desencadenado la típica espiral del miedo y la inseguridad confirma lo que todos sabemos: que España es hoy uno de los países más seguros del mundo y que los mecanismos de protección social han funcionado, a pesar de que tantas familias y personas estén en situación límite.

Corresponde a los políticos una cierta función de chivo expiatorio colectivo. En parte, por eso se les paga

En el imaginario de todos, están fenómenos como los quinquis de los ochenta. Las crisis anteriores habían dado formas más o menos singulares de conflictividad alta. ¿Por qué la calma de ahora? ¿Debemos atribuirlo al buen funcionamiento de los mecanismos del Estado de bienestar, a pesar de sus enemigos obsesivos, y, por tanto, a que la capacidad de resistencia del país se acerca al nivel máximo europeo? ¿O debemos pensar más bien en términos de individualismo, resignación, indiferencia, o miedo? De todo debe haber en la configuración de esta aparente paz social. Incluso una buena dosis de cinismo, porque la encuesta confirma la insensibilidad de los españoles a los casos de corrupción. La prensa lleva un año colocando todos los días escándalos sobre la mesa, y los españoles responden con una mezcla de fatalismo y escepticismo. Es lo que ocurre cuando el dinero es el valor ideológico dominante. En cualquier caso, una crisis sin apenas conflictividad social es un capital que el Gobierno tiene, aunque hasta el momento no le haya sacado rendimiento.

Y así llegamos a la preocupación que genera en la ciudadanía "la clase política". No sé muy bien por qué el CIS distingue entre "la clase política, los partidos" -13,6% de preocupación- y "el Gobierno, los políticos y los partidos", 4,7%. Corresponde a los políticos una cierta función de chivo expiatorio colectivo. En parte, por eso se les paga. Pero tengo la sensación de que nos quedaríamos cortos si pensáramos que los ciudadanos cuando descalifican a la clase política se refieren estrictamente a los dirigentes políticos. Primero: no es en tanto en cuanto individuos, sino como casta de intereses que son vistos como problema. Y de ahí el tópico que dice que todos son iguales. Segundo: esta casta que la gente ve como lejana y peligrosa es el sistema político-económico-mediático, o, si se prefiere, las élites dirigentes, que en esta crisis han dado demasiadas muestras de complicidades obscenas. El desconcierto generalizado de los medios de comunicación, donde la información y los intereses, a menudo bien cambiantes, van solapados. Y el ventajismo con el que el poder financiero causante de la crisis ha conseguido su propia redención a costa del erario público, han hecho que creciera en la gente la sensación de dos mundos (las clases dirigentes y la sociedad) cada vez más alejados. Es la consecuencia de una crisis resuelta con la socialización de las pérdidas de los que nos llevaron hasta aquí. Al precio de un alto paro. Evidentemente, la principal preocupación de la ciudadanía.

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