_
_
_
_
_
Reportaje:Ataque contra las tropas españolas

"Pensó que en Líbano sólo tendría que repartir comida"

Un cambio radical en su vida, conseguir un trabajo estable o el orgullo de tener una carrera militar digna fueron algunos de los motivos que llevaron a los seis soldados fallecidos a alistarse

Rabia, frustración y, sobre todo, lágrimas, muchas lágrimas, llenaban ayer los hogares de los seis jóvenes fallecidos al sur de Líbano. Algunos familiares prefirieron llorar en privado; otros, a duras penas conseguían construir un retrato de los jóvenes. En todas las casas se contaban casi con los dedos de las manos los días que les quedaban para volver.

- Una medalla que le iba a traer suerte. El pasado 15 de marzo, un día antes de marcharse a Líbano, Fabio Nelson y su primo Yeison Alejandro celebraban en Madrid, donde residían, el cumpleaños de Andrea, prima de ambos. Al día siguiente ambos partían a Líbano "animados, porque estaban orgullosos de su carrera militar". En la fiesta, un cura les bendijo y les dio una medalla "que les iba a traer suerte", recordaba ayer Andrea. "Menuda paradoja", añadió la prima de Yeison.

Más información
Emocionado adiós en Paracuellos a los soldados fallecidos en Líbano

La familia esperaba ayer por la tarde el regreso de los dos chicos. "Fabio siempre dijo que volvería el mismo día que su primo, aunque nunca pensó que de esta manera". Un viaje de ida y vuelta puesto que tendrá que regresar a Líbano después del funeral. Los familiares estaban "muy decepcionados" con las autoridades españolas. "Fíjate, son las seis de la tarde y nadie del Gobierno ni del Ministerio de Defensa se ha puesto en contacto con nosotros para decirnos algo, sólo ayer (por el domingo) un coronel vino a darnos el pésame", aseguró Andrea.

- El punk de Medellín. Yhon Edisson Posada nació hace 20 años en Pereira, un estado de Medellín al que casi llegan las brisas del Pacífico que acarician sus cafetales. Su familia, que prefirió ayer no hablar de él, llegó a Las Palmas hace unos ocho años. El joven Posada pronto se incorporó a las actividades de la Asociación Macondo, en la capital grancanaria. A pesar de sentirse un punk, más heredero de la estela de Johnny Rotten y los Sex Pistols que de los sinuosos caderazos de su compatriota Shakira, enseguida se integró en el cuerpo de baile de la asociación, a ritmo de cumbias y jotas.

Su entrada en las Fuerzas Armas españolas le permitió obtener un empleo estable, una manera digna de ganarse el pan y abrir una vía de soporte económica complementaria para su familia, casi toda instalada en la isla canaria. Los que lo conocieron en Las Palmas aseguraron ayer, entre lágrimas, que era un chaval "muy alegre, con vitalidad, muy colaborador, con mucha vida por delante", un torrente que contrastaba con su especial manera de hablar, "pausado y reflexivo".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

- Quería comprarse un coche. Manuel David Portas se incorporó a las Fuerzas Armadas hace dos años, apenas unos meses después de dejar el instituto. Le animó un íntimo amigo que estaba en la Brigada Paracaidista, a la que también pertenecía el soldado fallecido. "Su abuelo le decía que aquello no tenía futuro, que era mejor que se fuera a otro cuerpo del Ejército, pero a él le gustaba ése", contaba ayer su abuela paterna, Setefilla Garrido. Al joven, que había cumplido 20 años hace tres semanas, le gustaba la vida militar, pero su intención era cambiarse a un cuerpo que tuviera sede en Sevilla. Manuel David se presentó voluntario para ir a Líbano y estaba contento en su primera misión en el extranjero, aunque ya tenía ganas de volver a casa. Su regreso estaba previsto para el próximo 9 de julio y el joven ya había hecho planes para la vuelta: pretendía llegar a tiempo de asistir al cumpleaños de uno de sus primos y, con el dinero que había ahorrado desde que se incorporó al Ejército, quería dar la entrada para comprarse un coche.

- Pidió ir a Líbano porque iban sus amigos. En la calle de las Virtudes de Algete (Madrid) nadie quería hablar. Los padres de Jonathan Galea habían pedido al Ayuntamiento que se les respetase, que deseaban guardar el máximo silencio posible ante la muerte de su único hijo, al que tienen pensado enterrar en Fuente del Arco (Badajoz). Jonathan era un "chaval muy conocido" en Algete, según contaban ayer en el Consistorio. "Era muy amigo de sus amigos". Tanto, que había pedido que le enviasen a Líbano porque a varios colegas suyos los habían mandado allí y quería estar con ellos.

- De religioso a militar. Juan Carlos Villora Díaz, de 20 años, vivía con su madre, de 47 años, y su hermana, de 17, en San Lorenzo del Escorial (Madrid). Sus raíces y sus amigos estaban, sin embargo, en Lanzahíta (Ávila), una pequeña localidad de unas 1.000 habitantes. Su padre, Genaro, confesó ayer que la relación con su hijo era distante y que no supo hasta abril que se había marchado a Líbano. Tampoco se enteró de su muerte hasta que se lo dijo su hermano, que lo había escuchado en los medios. El joven había enfocado su vida a la religión. Un día, hace año y medio, cambió el rumbo de su vida e ingresó en el Ejército. "Sabía lo que le podía pasar por lo que vemos todos los días en la tele", decía ayer el padre. De haberse enterado a tiempo de su marcha "hubiera intentado quitarle las ganas", aseguraba su padre.

- "Se fue un poco engañado". Jefferson Vargas Moya tenía 21 años, un permiso de residencia, otro de trabajo y "mucho desespero" por volver a Colombia. Cuenta su hermano que se alistó en el ejército buscando un poco de "estabilidad laboral". En Valencia, adonde llegó en noviembre de 2003, pasaba unos días pintando fachadas, otros limpiando oficinas y la mayoría mano sobre mano. Dos primos paracaidistas en la brigada de Madrid, le señalaron el camino: "Le explicaron que era un contrato de tres años, que pagaban muy bien y que podría aprender un oficio". "Nunca pensamos que fuera peligroso. Él tampoco. Hasta que llegó a Líbano creía que sólo tendría que repartir comida y dar ayuda humanitaria. Así que se fue un poco engañado", afirmaba su hermano.

A Jefferson le gustaba bailar salsa y pisar el acelerador: en dos años le pusieron dos multas por exceso de velocidad. No andaba con una chica sino con varias. "Tenía mucha suerte para las mujeres", decía su hermano. La noticia de su muerte cayó como otra bomba en casa de su madre. "Ha sido terrible", decía ayer Ilda Sofía Moya desde Neiva. Quedaban 15 días para que Jefferson acabase su misión en Líbano y tenía billete para viajar a Colombia el día 25 de julio. Su plan de volverse definitivamente cuando hubiera ahorrado bastante parecía firme. De momento, pensaba llevarse dinero para pagar la entrada de un piso que había elegido Brigitte, la menor de los tres hermanos, de 13 años.

Información elaborada por Javier Lafuente, Juan Manuel Pardellas, Reyes Rincón, Ignacio Zafra y Carlos de Miguel

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_