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Columna
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Pirámides

Enrique Gil Calvo

Se acaba el primer año de la crisis sin que nos quepa el consuelo de que el próximo será mejor. Al revés, todas las agencias especializadas auguran que será todavía peor. Si este año se van a perder en España casi un millón de empleos, ¿cuántos se perderán el que viene? Las casandras económicas se temen que otro millón adicional. Pero de creer al incorregible Zapatero, no hay para tanto, pues en el debate presupuestario del pasado jueves anunció que el empleo se recuperaría a partir de la primavera próxima. ¿Cómo se permite tamaña frivolidad, jugando con el futuro de los desempleados? Quizá creyó que al paro le pasa como a la inflación, que al medirse respecto al año precedente, ha logrado caer del 5% al 2%, y el año que viene se encamina hacia la deflación, dada la caída en picado de la demanda agregada. O quizá estaba bajo los efectos de la euforia política, pues ese mismo día lograba que las Cortes aprobasen unos Presupuestos para el año próximo tan inverosímiles como virtuales, dada su evidente falacia contable.

Lo más escandaloso del 'caso Madoff' es que constituye la metáfora perfecta de la crisis global

Pero para final de año pésimo, el que nos está dando la crisis financiera global. Esta semana saltaron dos noticias alarmantes: la caída a cero grados del tipo de interés del dólar (temperatura de congelación de la economía mundial) y el escándalo Madoff (la mayor estafa de la historia reciente). Respecto a la depreciación del dólar, parece un regalo de navidad envenenado, por cuanto tiene de golpe de efecto proteccionista que encubre una devaluación competitiva. Por una parte encarece en términos relativos al euro y al yuan, los dos grandes rivales comerciales de EE UU. Pero además anula el estabilizador de la política monetaria, que pasa a centrarse en la expansión cuantitativa del dinero en circulación con la consiguiente devaluación del dólar: es una política preventiva de inflación antideflacionaria que anuncia e incentiva la formación de futuras burbujas especulativas.

En cuanto al descubrimiento de la estafa piramidal de Madoff, no hay mucho que añadir al coro unánime de protestas que se han elevado a escala planetaria contra los reguladores estadounidenses. El verdadero escándalo no es que Madoff haya estafado a todos los multimillonarios fondos privados que se han dejado engatusar con su timo de la estampita, sino el que las autoridades bancarias y bursátiles le hayan dejado hacerlo durante 15 años, comportándose por omisión como colaboradoras necesarias o cómplices encubridoras. Pero por condenable que sea esto, lo más escandaloso de la pirámide de Madoff es que constituye la metáfora perfecta de la crisis global.

En efecto, cada una de las sucesivas burbujas especulativas que al encadenarse han ido conformando la crisis financiera actual (tecnológica, crediticia, inmobiliaria y de apalancamiento), todas han cursado como una estafa piramidal, en la que unos promotores avispados seducen a crecientes enjambres de incautos atraídos por la fragancia de la miel. Así ocurre con todas las fiebres del oro desde aquella primera de los tulipanes desatada en la primera Bolsa que se fundó: la de Amsterdam. Y este paralelo con las pirámides se acentúa en el caso de las burbujas fraudulentas, como sucede con la especulación inmobiliaria fundada en la corrupción política. Pero con fraude o sin él, todas las burbujas especulativas que en el mundo han sido cursaron, cursan y cursarán como una estafa piramidal, en la que se reparten beneficios mientras siga ampliándose el número de participantes, pero sólo hasta que se llega a un punto de no retorno en que las tornas se invierten. Es el momento de la verdad, cuando la burbuja estalla y se derrumba la pirámide, lo que sucede sin remedio en cuanto los participantes que abandonan el juego superan en número a los que todavía ingresan o permanecen dentro. Y esto no sólo con cada una de las burbujas sino con la entera crisis financiera: una auténtica pirámide global.

Se dice que el motor de las burbujas y de las pirámides es la codicia. Pero esto es como culpar al sol, pues la codicia es la base de la naturaleza humana, entendida como cálculo del propio interés racional. No, el problema no es la codicia, el problema es la credulidad. Pero no tanto la credulidad de cada uno sino la credulidad de los otros: cuando ves que todos los demás se dejan convencer por una burbuja o un juego piramidal, te parece que sería de tontos no unirte a ellos, y así es como unos tras otros todos terminamos por caer en la tentación de participar en el juego. Y lo mismo ocurre cuando se cruza el turning point o umbral de saturación, cuando las salidas del juego empiezan a superar a los ingresos, pues entonces también el derrumbe de la pirámide depende de la credulidad: de la creencia en lo que creerán y harán los otros. Pues cuando los demás se dejan ganar por el pánico, lo único racional es sumarse también a la estampida general.

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