Presidente interino

Después de tan exagerada expectación como se había creado, la declaración de Zapatero anunciando su retirada ha supuesto todo un alivio. Ya era hora que lo hiciera oficial, aunque solo fuera para solemnizar lo obvio. Pero la declaración llega tarde, pues su decisión de no repetir candidatura debería haberla anunciado al comienzo de la legislatura. Lo cual desmiente de nuevo el mito de la habilidad de Zapatero dosificando sus tiempos. ¿Habilidad, cuando no supo detener a tiempo el estatuto catalán de Maragall, cuando no supo detener a tiempo el proceso de paz con ETA, cuando no supo advertir a tiempo la llegada de la crisis, cuando no ha sabido anunciar a tiempo su decisión de retirarse?
Como el propio Zapatero ha admitido, la mayor ventaja de su anuncio es que permitirá reducir la incertidumbre que él mismo había creado al ocultar durante demasiado tiempo una decisión ya tomada. Hacerlo permitirá al PSOE y al Gobierno trabajar con un horizonte temporal más despejado.
Además, la otra gran ventaja del anuncio, aunque esta Zapatero no la podría confesar, es que libera a su partido del lastre que le suponía enfrentarse a las próximas elecciones con la carga negativa de un presidente del Gobierno tan debilitado. Todo lo cual redundará en la indudable ganancia de una mayor estabilidad.
Pero junto a estas ventajas, el anuncio plantea también grandes interrogantes. El más evidente es que, lejos de cerrar el debate sucesorio, que hasta ahora solo se ventilaba de forma tácita, su anuncio no ha hecho más que inaugurarlo abiertamente de forma oficial, lo que promete una campaña electoral quizá atravesada por larvadas divisiones socialistas. Además, al reducir la incertidumbre que su silencio había creado, Zapatero también ha perdido gran parte de su iniciativa política, pues como afirma la ley de Ashby, en un sistema complejo el factor más imprevisible es el que lleva la iniciativa, y un Zapatero previsible es como decir un Zapatero emasculado, incapaz de llevar el control.
Y el peor inconveniente del anuncio es que el presidente del Gobierno ha perdido la poca autoridad política que todavía le quedaba, una vez sometido desde mayo a la dictadura de los mercados. Al renunciar a su poder de presentarse a la reelección o dejar de hacerlo, Zapatero se ha desautorizado a sí mismo, convirtiéndose en un presidente interino. Lo cual abre un inquietante vacío de poder.
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