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Los conflictos internos del PP
Columna
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Rajoy, la autoridad y las ideas

Josep Ramoneda

Retorno al pasado: el que se mueva no sale en la foto. La amenaza de Mariano Rajoy de excluir de las listas electorales a aquellos que no le obedezcan certifica la pérdida de autoridad del presidente del PP, a la vez que nos recuerda que un cáncer burocratizador está instalado en el tejido del sistema de partidos español.

La autoridad no se impone, se tiene y se ejerce. De poco sirve recordar quién es el que manda y cuáles son los atributos de que dispone. Cuando se llega a este punto es que se ha perdido la autoridad y que empieza la deriva hacia el autoritarismo. Porque autoritaria es la prohibición de Rajoy de que se debatan en público cuestiones internas del PP, como si el caso Gürtel o la disputa por Caja Madrid no fueran cuestiones de interés ciudadano, más allá de la lucha sin cuartel por el poder entre militantes de un mismo partido. Y autoritario es castigar con la exclusión de las listas electorales a quien tenga el descaro o, simplemente, la honradez de discrepar de las órdenes del que manda.

El líder popular entiende la política como un ejercicio de oportunidad. No tiene un proyecto político propio
En el PP, todo conflicto aparece como una lucha por el poder, en el que las ideas no pintan nada
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El control oligopolista del espacio de la representación política que tienen, en España, principalmente dos partidos -el PSOE y el PP- combinado con el sistema de listas cerradas, da a la burocracia de estas dos organizaciones una poderosísima arma para convertir a la servidumbre voluntaria a cualquier militante que tenga ambición e ideas propias. Pero estas armas extremas sólo son eficaces hasta el día en que el que las tiene a su disposición se siente obligado a recordar la amenaza. Cuando esto ocurre, todo el mundo interpreta que la autoridad duda de sí misma. Y, sin embargo, es cierto que las listas cerradas suponen en los partidos una mordaza que tiene mucho que ver con esta extendida sensación de caída del nivel de la clase política desde el inicio de la transición hasta ahora.

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Mariano Rajoy entiende la política como un ejercicio de oportunidad. No se le conoce un proyecto político propio. Ha ido siempre a remolque del jefe, de los lugares comunes de la derecha en cada coyuntura, de las propuestas de la patronal -como ha recordado Gerardo Díaz Ferrán-. Cuando Rajoy figuraba en las quinielas por la sucesión de Aznar, me explicó que hacer un proyecto político en los tiempos que corren es muy complicado y que lo mejor es "estar por ahí". Los hechos le dieron la razón. Rato trató de convencer a los militantes con una propuesta programática. Mayor Oreja es por sí mismo un anuncio viviente de un partido de inspiración católica. Rajoy efectivamente, se limitó a estar por ahí. Y Aznar le señaló a él como el escogido, porque todo líder que se autoconsidera excepcional, cuando tiene que elegir sucesor busca alguien que no oscurezca con sus éxitos la gestión anterior. Precisamente para que todo el mundo tenga claras las jerarquías en la derecha, Aznar se ha permitido estos días el más duro de sus ataques a Rajoy.

Este desinterés de Rajoy por las ideas políticas no sólo contrasta con Aznar, que se empeñó hasta las cejas en la revolución neoconservadora, sino que lastra seriamente su autoridad. Nicolas Sarkozy, una semana antes de la primera vuelta de la elección presidencial, dijo en Le Figaro: "He hecho mío el análisis de Gramsci; el poder se gana por las ideas". Efectivamente, había planteado toda la campaña electoral como una batalla ideológica. Y ganó. Rajoy no está por esta labor, ni le interesa. Lo cual tiene un doble efecto negativo para él. De cara al partido, todo conflicto aparece automáticamente como una lucha desgarrada por el poder, en el que las ideas y las propuestas no pintan absolutamente nada. De cara a la sociedad, le impide pasar de una oposición estrictamente destructiva a una oposición propositiva, portadora de valores e ideas, desaprovechando de este modo la oportunidad que ofrece el descalabro ideológico que vive en estos momentos la izquierda europea.

Ciertamente, el propio Maquiavelo lo decía, la política es el sentido de la ocasión. El don de la oportunidad, tal como lo entiende Mariano Rajoy es estar en el sitio oportuno para que la Fortuna -Aznar, en este caso- te premie. Pero esto ocurre sólo una vez. El verdadero sentido de la ocasión es precisamente aprovechar los momentos en que desde la virtud política se puede vencer a los obstáculos exteriores, empezando por la poderosa Fortuna, y conquistar el objetivo: el poder.

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