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Columna
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¿Hasta cuándo Rajoy?

La candidatura de Mariano Rajoy a la presidencia del Gobierno para las próximas elecciones generales, de la que hace tiempo parecía que nadie dudaba, está ahora en la cuerda floja. Aunque el interesado todavía no lo sepa. Porque sabemos que nada desestabiliza más a un contrincante que la ausencia del adversario idóneo. Porque todo cuidado es poco cuando se trata de la elección de los rivales. Porque toda la dialéctica de Rajoy y de su consejero áulico, Pedro Arriola, construida sobre el delenda est Zapatero, quedaría invalidada si en el momento de las urnas el competidor socialista fuera otro, al que dejaran de cuadrarle esos dicterios, en parte tan merecidos y siempre tan bien acuñados, elegidos como denuestos definidores del actual presidente.

El problema deriva del relevo en la cabeza del cartel electoral del PSOE, un hecho que invertiría la situación

Decíamos ayer que los socialistas se esforzaron en romper el póster de Adolfo Suárez porque le consideraban el más difícil de batir después de haber liderado el proceso constitucional y la salida de la dictadura. Por eso le presentaron en mayo de 1980 la moción de censura y cuando sonaron voces de un Gobierno de coalición dijeron rotundos aquello de "con usted no gobernaremos, señor Suárez". Tuvimos victoria socialista en octubre de 1982 después del seísmo del 23-F y además la mayor que nunca se ha dado porque el público tomó la palabra para arrinconar a los golpistas. Vinieron años de cambios, de adhesión a la Unión Europea; de reducción de la presencia militar americana negociada sin detrimento de la amistad con Washington como cuenta Máximo Cajal en su libro admirable Sueños y pesadillas. Memorias de un diplomático (Tusquets Editores. Barcelona. 2010); y de modernización económica.

Al principio, Manuel Fraga, el perdedor a medida, fue declarado un bien a preservar como garantía idónea para que los adversarios siguieran en la oposición. Le cabía el Estado en la cabeza, dijeron en su elogio. El Estado, pero ni una sola idea más. Con Fraga enfrente, aquello era una fiesta. Hasta que llegó un relevo sin más adornos que su juventud y su ambición de poder. Decíamos también ayer que aquel Aznar se empeñó en romper el póster de Felipe González. Aquel malandrín de Miguel Ángel Rodríguez acuñó el "¡váyase, señor González!" y los medios de comunicación se sumaron amplificando los errores y minimizando los aciertos. Así llegó a La Moncloa Aznar, tragándose su animadversión a los nacionalistas que todavía la noche de la exigua victoria eran vejados por la claque gritona de Génova que coreaba "¡Pujol, enano, habla castellano!".

Para el PSOE se iniciaba una larga travesía del desierto porque el relevo en su liderazgo estaba impregnado de continuidad y seguía siendo recipiendario adecuado del ¡váyase! con el que se había despedido a González. Hubo que esperar al surgimiento de una propuesta que no pudiera ser aplastada por los errores anteriores. Fue José Luis Rodríguez Zapatero. Tuvo cuatro años de espera como secretario general del Partido Socialista y buscó otro ángulo para hacerse figura del toreo. Prefirió convertirse en agente de todos los pactos y generar nueva confianza. Venció a los puntos en 2004 y padeció la permanente impugnación de los derrotados animados por el tándem de la Cope y el diario El Mundo. Se negó legitimidad a su victoria pero fue en vano. Zapatero supo sacar fuerzas de esa negación y por ahí dejando ver el energumenismo de sus opositores logró ganar en 2008. En cuanto la crisis arreció, el PP se enrocó y asistimos al grito de Zapatero es el problema; las urnas, la solución.

Todos los debates en el Congreso de los Diputados, todos los mítines para confortar a la hinchada, se resumen ahora en la vuelta a ese estribillo. Además, Mariano Rajoy se considera exento de dar explicaciones sobre las corrupciones en su partido y tampoco piensa estar obligado a formular propuestas. Prefiere comparecer imbuido de la idea de que él es el camino, la verdad y la vida y que quien le vote hallará la solución. El problema deriva del relevo en la cabeza del cartel electoral del PSOE, un hecho que invertiría la situación. El nuevo socialista estaría en condiciones de encarnar la esperanza de cambio que se reclama, mientras que la continuidad de Rajoy en el del PP, sin necesidad de que en nada variase su actitud, pasaría a verse por los electores como una oferta caduca. Sería más de lo mismo. La mera insistencia en la bronca gastada que ha llegado a ser abominable. Pero si, como quedó establecido el martes pasado (véase EL PAÍS del 20 de julio), tendremos presidente Zapatero hasta que dure esta legislatura y habrá un nuevo candidato del PSOE cuando lleguen las urnas, el Partido Popular tendrá que buscar el relevo adecuado a Rajoy para que la confrontación tenga sentido.

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