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Rebelión democratista

La diputada de Compromís Mònica Oltra ha seguido los pasos de la contienda electoral y ahora analiza los resultados

Mònica Oltra

Mónica Oltra Jarque (Neuss, Alemania, 1969) milita desde los 15 años en la izquierda y en el valencianismo. Como afirma ella misma, se interesó por la política por tradición familiar y por “rebeldía”. Afirma que le subleva la injusticia en todas sus formas. Abogada en ejercicio, Oltra se presentó en 2007 como candidata a las Cortes Valencianas por Compromís pel País Valencià. Con una comunicación directa traslada las sesiones del parlamento valenciano a las redes de Internet. Parlamentaria incisiva, el pasado mayo revalidó su acta de diputada autonómica con Coalició Compromís. facebook.com/monicaoltra twitter: @monicaoltra

Rompiendo tópicos, cuestionando dogmas

21 de noviembre. Llueve. Recuerdo el día siguiente de ganar Rita Barberá las primeras elecciones municipales en Valencia. Salió un sol espléndido. No sé por qué he tenido este recuerdo hoy al asomarme a la ventana. Tiene veinte años, el recuerdo digo, y creo que también este ciclo político. En la generación que cabe entre aquel día soleado y la lluvia de hoy, está la respuesta al cambio que se puede producir en los próximos cuatro años. Cierto es que el PP ha ganado con mayoría absoluta en el Congreso y en el Senado. Cierto es que ha ganado en casi todos los territorios. Eso era lo esperable. También lo era la derrota anunciada del PSOE, aunque creo que esa derrota se certificó mucho antes de las elecciones. Ellos se derrotaron un año antes. Los votos sólo han sido la consecuencia predecible. En días como hoy hablo con mi madre. Por edad, por origen, por clase social a mi madre hoy la invade una gran tristeza. “Estoy desolada de ver todo el mapa azul”. Tampoco le parece justa la derrota electoral del PSOÉ. Mi madre todavía dice psoé con acento en la e. Se alegra por nosotros. “Ahora tenéis que hacerlo muy bien”. La entiendo, pero yo creo que hay mucho futuro por delante. Y lo cierto es que hace meses que rompemos tópicos. Hace meses que ponemos en evidencia esos dogmas no escritos, repetidos como mantras: “no puede haber cuatro grupos en el parlamento valenciano”, “en unas generales no puede salir un partido que no sea de ámbito nacional”, “los minoritarios no tienen nada que hacer”, “la izquierda debe ir en una sola oferta electoral”, “el bipartidismo avanza inexorablemente hacia la aniquilación de la diversidad”, etc. Y lo hemos vuelto a hacer. En estas elecciones la ciudadanía valenciana ha querido tener cinco partidos que los representen en el Congreso. Es cierto que si el sistema electoral fuera justo, esto no sería una proeza sino una normalidad democrática, pero también lo es que a pesar de todo, los ciudadanos y ciudadanas con nuestro voto lo hemos conseguido. Tenemos cuatro años para trabajar por un cambio en profundidad. Rajoy en el pecado de una campaña basada en la hechicería y no en la propuesta política lleva la penitencia. Hoy ya dice que no puede hacer milagros. ¡Tarde Sr. Rajoy!, la gente espera milagros de alguien que los promete. Así es que hoy empieza para Rajoy la cruda realidad que hasta ahora sólo ha sido su escenario de batalla para la crispación y el partidismo barato. Cruda realidad que es una situación económica desastrosa, cinco millones de parados, la paz social desquebrajándose y mucho sufrimiento. Mientras, a los dirigentes de la derecha que piden confianza, allá a donde han tenido poder absoluto, los jueces les piden la fianza, porque están de corrupción hasta el cuello. Espero que sepamos estar a la altura de este momento, porque la victoria de ayer puede ser la más efímera de la historia. Nosotros por nuestra parte desde COMPROMÍS-EQUO vamos a trabajar para que en estos próximos cuatro años se puedan sentar las bases de un cambio político, social y económico en profundidad, que cambie el modelo productivo, las maneras de consumir, la noción de desarrollo, la manera de participar en democracia, un nuevo paradigma, que tenga en la sostenibilidad ambiental, la justicia social y la dignidad de un pueblo sus señas de identidad. ¡Que se preparen!

Con la esperanza a flor de piel

18 de noviembre. Mañana plantaré flores. Lo decidí hace días. Mañana plantaré flores, porque pase lo que pase el domingo en primavera asomarán la cabeza de entre la tierra, como promesa de color y alegría. Una pequeña felicidad cotidiana. Nada más, pero tampoco nada menos. Con la obstinación de la primavera combatiremos este duro invierno que todavía no ha empezado, porque no hay invierno por largo que sea, que se pueda resistir a su fuerza. Muchas son las cosas que han ocurrido en esta campaña. Algunas experiencias las he podido contar en este diario que me ha servido de desahogo, de puente, de ventana. También me ha disciplinado. La entrega diaria, la hora, el correo que no funciona, el ruido del bar en que escribo, los dedos de Emilio desbaratando el texto casi acabado. Otras muchas cosas se han quedado sin escribir. Textos que nacieron muertos. Textos que necesitaron más días de campaña. O más lugar en el corazón. Entre tanta defensa de los invisibles se quedaron en el tintero nuestros propios invisibles, aquellos que hacen posible que una campaña funcione, sin salir en los carteles, sin pedir nada a cambio. Les debo el discurso de esta noche y mucho más. Me impresiona la cantidad de gente joven, muy joven, más joven aún, que se nos ha acercado en esta campaña, y antes, y espero que después. Estoy hablando de jóvenes, pero son casi niños. Tienen 14, 16 o 17 años. Todavía no votan pero quieren hacerlo pronto. Todavía no cuentan y quieren decidir. Aún debo una respuesta a un mail de un chaval de 12 años que me escribía preocupado por la educación pública. Después de hoy irá la respuesta ¡prometido! Me enternecen, pero sobre todo me dan esperanza. No sé por qué pero creo que algo ha cambiado en la generación que está a punto de vivir su primavera. Me dicen que los sociólogos ya lo están estudiando. Puede que tenga que ver con la dialéctica entre la televisión e Internet. Es posible. Pero sea como sea ese cambio invisible que intuyo, es mi esperanza a flor de piel. Gracias Pau, por tu poesía, para esta campaña y para la vida. A las manos de estos jóvenes que todavía no lo son, encomiendo nuestro futuro. Porque ellos, como las flores que plantaré mañana, florecerán en primavera. Y ningún poder, por oscuro que sea, podrá evitarlo.

Sin miedo

17 de noviembre. Ya salió. Pensaba yo –ilusa que es una- que a alguien se le había olvidado ponerlo en el guion, pero no. Con la obstinación del invierno llega el consabido llamamiento al voto útil. Ayer Rubalcaba proclamaba solemne que había que evitar la fragmentación del voto de izquierdas. La sola frase ya dice mucho de la filosofía que subyace. Desde los singulares hasta los plurales. El llamamiento a este tipo de voto va precedido de banderas agitadas del miedo. ¡Que viene el coco!, gritan los días previos. Incertidumbre, dudas, vacilaciones… miedo. Miedo que ya fue alimentado por una crisis que parece no tener fin. Por las trompetas apocalípticas que atruenan en los noticieros. Por las especulaciones de banqueros con dividendos. Por las declaraciones de políticos sin escrúpulos. Miedo con el objetivo de anular la libertad. No hay aritmética, ni siquiera aritmÉtica aplicable al acto libre de votar. Todo cálculo más pronto o más tarde fallará cuando la matemática pretende sustituir al convencimiento, la íntima convicción, la intuición, las razones, la moral. El cálculo del voto útil es imposible. Un voto puesto en un partido mayoritario presuntamente de izquierdas, puede ser el voto más inútil si, por ejemplo, justo ese voto impide la entrada del partido minoritario y abre la puerta a la derecha de convicción, sigla y padrenuestro. ¡Qué inútil habrá sido entonces tanto cálculo, cuando además el voto se depositó sin ganas, con desdén! Los votos inútiles se atragantan, carcomen, son desoladores, resultan pócimas infectas. Son aquellos que nos hacen arrepentirnos aun antes de que el sobre toque el fondo de la urna. Son aquellos que nos alejan un poco más de la democracia. Para mucha gente el coco ya llegó hace tiempo, para otra, solo forma parte de las canciones de cuna. Por eso, como tantos otros, yo el domingo votaré desde el convencimiento y desde los afectos. Pero sobre todo el domingo votaré en libertad y así, de paso, intentaré conjurar el miedo.

Mohameds

16 de noviembre. Detesto los nacionalismos étnicos y etnocéntricos. Es una vacuna para no detestar a sus representantes. Hoy casi se me atragantan las lentejas cuando en las noticias he visto las declaraciones de Duran i Lleida: “Me preocupa que haya muchos mohameds que no se integren y no respeten las costumbres y valores de este país”, ha dicho y se ha quedado tan ancho. He vuelto a escuchar la canción clarividente –es de 1989- de Serrat Salam Rashid para calmarme antes de escribir esta entrada. Tengo razones, incluso personales, para calificar las palabras de Durán como odiosas. Estoy casada con un extranjero con marcados rasgos indígenas americanos. La piel de mis hijos es de color chocolate. Para algunos, que aplaudirán enfervorecidos sus palabras, un sudaca y unos negros de mierda. Me pregunto ¿cuándo habla de mohameds a quién se refiere? ¿A personas de religión musulmana? ¿A personas del Magreb? ¿De Somalia? ¿Simplemente a los extranjeros? ¿A niños a cuyos padres les gusta el nombre independientemente de su nacionalidad? ¿Y cuándo se refiere a costumbres? ¿Se refiere a la siesta? ¿A bailar sardanas los domingos? ¿A comer paella los días de guardar? ¿A ir a los toros? Con valores ¿qué querrá decir? ¿Los valores católicos? ¿La familia tradicional? ¿La misa de los domingos? No lo sé. No todos compartimos las costumbres y valores del Sr. Durán. De hecho, de eso se trata, en democracia, las costumbres, los valores, las maneras de entender la vida son diversas y lo que todos debemos cumplir es la ley. Que se lo digan a los españoles que tuvieron que emigrar a Alemania, Francia y quisieron mantener y transmitir a sus hijos sus valores y costumbres. No quisieron asimilarse porque un emigrante casi siempre sueña con volver a su tierra. Me preocupa que tengamos la lengua más larga que la memoria. Me resulta desolador que un político presuntamente demócrata emule el discurso de España 2000 para arañar un par de votos. La caza del voto racista y xenófobo. El problema es que esa caza de votos, agranda al monstruo, no lo aplaca, porque no se puede controlar. Sólo se puede combatir, desde la democracia, la pedagogía política y la firmeza en la defensa de los derechos fundamentales. También desde la firme condena a políticos que alimentan el odio al extranjero calificándolos despectivamente de “mohameds”. Sencillamente repugnante.

Arena de playa

15 de noviembre. Hoy ha sido día de contrastes. La campaña me ha llevado a Orpesa y Cabanes. La estética del litoral frente a la estética del interior que tanto caracteriza nuestra tierra. La barbaridad que Marina d’Or ha supuesto para la costa. La barbaridad que no verá la luz –toco madera- de Mundo Ilusión y alrededores. Bocados en nuestro paisaje, heridas abiertas en la piel de nuestra madre tierra. Y en ambos lugares personas que siguen creyendo que la política puede ser una solución y no un problema más. Ojos que brillan imaginando un futuro mejor. O simplemente un futuro. Hemos paseado por la Vía Verde de Benicàssim a Orpesa. Hemos visto la torre Colomera como testimonio de un tiempo de contrabandos y otras pasiones furtivas. En verano la Vía Verde se llena de personas, en bicicleta, caminando, haciendo deporte. Personas de todas las edades que con cada paso reivindican que el paisaje es de todos: los que estamos y los que vendrán. Por eso, en parajes tan hermosos no debieran entrar las excavadoras a construir hoteles exclusivos para unos pocos. Porque la democracia también significa que no se privatice el paisaje, que no haya vistas al mar “reservado el derecho de admisión”. Hoy la mar amenazaba con enfadarse, aunque no mucho. Ante su fuerza incontestable en la escarpada costa de roca me he sentido en armonía. Es como una meditación al natural, que fluye sola. Cerrar los ojos, escuchar, esperar, respirar. Allí, ante la costa sin arena me ha venido a la mente una conversación que tuve con algunos líderes sindicales antes de las movilizaciones de hace un año, cuando me decían que había que explicar a los trabajadores y trabajadoras los derechos que iban a perder con la reforma laboral. Que era necesario conservar lo que teníamos. Hoy vuelvo a renovar mi compromiso con lo que les dije entonces. Creo firmemente que no se trata de trabajar para conservar lo que hay, porque para cada vez más gente no hay nada que conservar. Cada vez más gente tampoco tiene nada que perder. El miedo de la generación que levantó adoquines y no encontró arena de playa, no puede seguir atenazándonos. Creo que es hora de soñar con lo que podría haber bajo los adoquines. Creo que podemos levantarlos. Y creo que si no hay arena de playa, tendremos que llevarla allí nosotros.

Tiempo sin tiempo

14 de noviembre. Creo que no les he comentado todavía que Mario Benedetti es uno de mis poetas favoritos. He llegado a citarlo en el Parlamento cuando le cantaba las verdades al expresidente de los trajes, mientras él se lloraba las mentiras. Sin embargo, prefiero sus poemas de amor. No puedo evitarlo. Hoy he estado en Madrid, colaborando en la campaña de EQUO, que concurre con Compromís a las elecciones. He viajado en tren, en AVE. El trayecto lo he realizado en una hora y treinta y ocho minutos. Menos de lo que tarda un estudiante de Llíria en llegar a la Universidad Politécnica o un ciudadano de Alberic en llegar a Valencia en el metro. El tren ALVIA realiza el mismo trayecto a Madrid en dos horas. Subida al tren he reflexionado sobre el dinero que nos ha costado robarle unos minutos al reloj. ¿Qué hubiera pasado si en vez de gastar los 9.000 millones de euros que nos cuesta el AVE Madrid-Valencia, hubiéramos invertido en ferrocarril de gran velocidad o velocidad alta? Llegaríamos a Madrid en dos horas o dos horas y cuarto, probablemente. Nos habríamos ahorrado mucho dinero que podríamos haber invertido en trenes de cercanías, metro, autobús o tranvía, transportes que utilizamos el común de los mortales para ir a trabajar, estudiar o divertirnos todos los días. Puede que nos hubiésemos facilitado más la vida que expandiendo por todo el territorio líneas de alta velocidad que ahora cierran, como la de Castilla-La Mancha. En el trayecto de vuelta de Madrid me he encontrado en el tren con mi amigo Rubén, a quien hace semanas que no veo porque nuestras vidas discurren demasiado deprisa. En algunos países, a los occidentales del primer mundo, cuando nos describen, dicen que somos gente que siempre tiene prisa. No queremos perder el tiempo, como si fuera nuestro, como si no fuera él el que nos tiene a nosotros. Esto me ha hecho recordar el poema de Benedetti “Tiempo sin tiempo”. Preciso tiempo / necesito ese tiempo (…) tiempo para mirar un árbol, un farol / para andar por el filo del descanso / para pensar qué bien hoy es invierno / para morir un poco / y nacer enseguida. Por lo menos he podido conversar con mi amigo Rubén.

Aquellas pequeñas cosas

13 de noviembre. Hoy mitin central de campaña en la ciudad de Valencia. Lleno hasta la bandera y calor, mucho calor. Para personas tan frioleras como yo, estupendo. Después, el cumpleaños de mi sobrina Lucía, que acaba de cumplir cuatro años. Ha sido un paréntesis hermoso en la campaña. Estar con la familia es como estar con los amigos, las personas más cercanas, ésas que en la arruga que provoca el gesto ven el estado de nuestra alma. Y la ven aunque intentemos disimularla. Siempre me gusta volver a casa. Estar con los míos. Ser aquello que siempre fui, sin que nadie imagine más allá. Volver a los problemas que surgen con la vida. La enfermedad que nos asusta. Las ausencias. La promesa de nueva vida. Es la realidad, cuando se reduce la velocidad y te encuentras con los tuyos. Sencillamente la vida. Y en ese momento te das cuenta que la vida está hecha de cosas muy pequeñas. Cuando lo pienso recuerdo el primer día de colegio de Luis, el primer paso vacilante de Emilio, el olor de Alba recién nacida. Y cuando lo recuerdo se me eriza la piel y un largo suspiro llena y vacía mis pulmones. Son aquellas pequeñas cosas, como diría Serrat, las que llenan nuestra vida. Quizá por eso sea una de mis canciones preferidas. A lo mejor por eso, también reivindico la política de lo pequeño. Por eso será que actos como los de hoy me abruman, y me gustan más los actos electorales más pequeños, más asequibles, más íntimos como los de ayer de Benifaió y Alfarp. Por eso también creo que la filosofía que debe regir la política es la de priorizar lo pequeño. Porque vamos a ver: si a uno le gusta la Fórmula 1, si puede pagar lo que vale una entrada, si consigue ir al circuito y si su piloto gana, puede que ese concreto día sea la persona más feliz del mundo. Es posible. Pero al día siguiente tiene que llevar a su hija al colegio y quizá su aula sea un barracón. Puede que su madre esté enferma y necesite una operación quirúrgica pero está en lista de espera. Puede que su hermano tenga una discapacidad y esté pendiente de cobrar la ayuda a la dependencia. Y quizá entonces el triunfo de su piloto favorito no se le antoje tan importante. A lo mejor preferiría que la política solucionara sus problemas de todos los días, dándole una felicidad no tan intensa pero sí sostenida. La política para la felicidad de todos los días. La felicidad de lo pequeño. Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas, y que hacen que lloremos cuando nadie nos ve…

Consulte a su farmacéutico

12 de noviembre. “¿Sabía que algunos laboratorios comienzan a no servir medicamentos a las farmacias preocupados por los impagos de la Generalitat? Consulte a su farmacéutico.” Este es el cartel que hoy he visto pegado en la puerta de entrada de una farmacia del centro de Valencia. Ayer me reuní con el colectivo de atención a enfermos mentales y el colectivo de atención a drogodependientes, cuyo trabajo social reparador e integrador está en riesgo por los impagos de la Generalitat. Conozco a proveedores sanitarios que no cobran desde hace meses y abogados que tienen que llevar el papel a los juzgados para hacer fotocopias. Las limpiadoras de entidades públicas no cobran y cuelgan pancartas de tela casera en las inmediaciones del aeropuerto. Las acreditaciones de deuda de la Generalitat ya no sirven para avalar las pólizas de crédito. Cientos de pequeños empresarios y autónomos han tenido que cerrar su negocio porque ya no podían seguir financiando la deuda pública. Muchos de ellos me dicen indignados: “Pero el Ecclestone sí que ha cobrado, sí.” Y es cierto. Ecclestone, el multimillonario de los coches de carrera, ha cobrado. Calatrava también ha cobrado por las torres que nunca se construirán en Valencia o el desaparecido Palacio de Congresos de Castellón. Los constructores del aeropuerto peatonal de Castellón y el dueño de los terrenos han hecho su agosto. Y tantos otros enchufados y chupópteros que se han dedicado a saquear de manera calculada y continuada las arcas públicas de los valencianos. Nos hemos permitido el lujo de despilfarrar el dinero a manos llenas, cerrar líneas de AVE, construir infraestructuras vacías, destruir el territorio con urbanizaciones fantasma sin acabar. Y mientras el barco se hunde –supongo que a esto se refería el diputado del PP que dijo que el Gobierno valenciano hacía esfuerzos titánicos-, Fabra anuncia que perdonará a las pocas familias más ricas el impuesto de patrimonio, que supondría más de cien millones de euros para el presupuesto, y seguirá perdonando el impuesto de sucesiones que supondría una entrada de casi mil millones de euros. Estoy segura de que hay otra manera de gobernar que establezca las prioridades de manera que el dinero público sirva al interés general y no se desvíe para intereses particulares. Pues eso.

Siente un pobre a su mesa

11 de noviembre. Una nueva entidad de caridad promueve el apadrinamiento de familias pobres. El invento consiste en que familias acaudaladas apadrinen durante un tiempo a familias sin recursos o con muy pocos recursos para ayudarles a sobrevivir todos los meses. Oí la noticia en la radio e inevitablemente se me cruzaron muchos pensamientos. Sin dudar de la buena intención de la iniciativa por parte de los promotores, no pude evitar profundizar el análisis. ¿Hasta qué punto está fracasando la política? Aquellos que se ahorraron el impuesto de patrimonio, o el de sucesiones, gente bien que evadió parte de su obligación de pago que quedó en la caja B, aquellos que se ahorraron los impuestos de las distintas bajadas de los tipos marginales –que no son unos rufianes que te asaltan en un callejón, sino el porcentaje que pagan los más ricos en la declaración de la renta- ahora pueden lavar su conciencia apadrinando a unos pobres. También los que cobraron sumas multimillonarias de las arcas públicas por trabajos que no realizaron ahora tienen su oportunidad. Así se demuestran a ellos mismos que son buenos cristianos. Personas con responsabilidad social que no son inmunes a lo que está pasando. Además, así es mucho mejor. No se va a comparar pagar impuestos, eso que se lleva el Estado y sabe dios en qué se lo gasta, con el apadrinamiento de un pobre. Así uno ve la cara de quién está beneficiando con su infinita generosidad. Personas agradecidas que toda la vida guardarán gratitud ante tal magnanimidad. ¿Dónde va a parar, la fría justicia tributaria, al lado de la cálida justicia divina que le reportará su gesto caritativo? Parece que, por fin, todo vuelve a su lugar. Los ricos arriba y los pobres abajo. Y además está bien que todos conozcan su lugar. Estoy segura que en Navidad la asociación tendrá un filón. Ya se sabe que en esas fechas se ablandan los corazones ¿Hay algo más hermoso que sentar un pobre a su mesa? Menos mal que Luis García Berlanga no se fue de este mundo sin antes haber rodado la película Plácido. Se la recomiendo vivamente para estas navidades.

Mujeres fuertes

10 de noviembre. Una de las canciones más bonitas de Carlos Cano –o por lo menos que más me gusta a mí- es Tango de las madres locas. En él recrea la historia de las Madres de la Plaza de Mayo, cuando al principio de sus concentraciones eran tildadas por los voceros de la dictadura argentina como madres locas. Mujeres que buscaban a sus hijos desaparecidos. Mujeres que no se conformaban con la versión oficial. Mujeres que ya no tenían nada que perder. Mujeres con dolor. Mujeres fuertes. Dicen que el dolor fortalece a quien lo padece. En estos últimos años he tratado con muchas mujeres fuertes. Mujeres cuyos hijos están enfermos: tienen cáncer o alguna enfermedad o síndrome poco habitual de difícil tratamiento. Mujeres que luchan para que sus hijos enfermos tengan profesores a domicilio. Mujeres que cuidan a sus familiares dependientes y cuya ayuda no llega nunca. Mujeres que reivindican un trato digno para sus familiares en las residencias de personas mayores. Mujeres que están enfermas y viven con dolor todos los días ante la incomprensión de su entorno y la pasividad de los poderes públicos. Es el caso de las mujeres con fibromialgia, sensibilidad química múltiple y fatiga crónica. Son Isabel, Juana, Luisa, Mariana, Mati y tantas más. En estos últimos años me he reunido con muchas de ellas, he podido escuchar sus propuestas, indignarme con las promesas incumplidas, emocionarme con su historia, reír con ellas. Se levantan cada día, a veces con más, a veces con menos dolor y luchan contra la enfermedad. Pero sobre todo luchan contra la indiferencia de la sociedad, contra la pasividad de los poderes públicos o la falta de inversiones en investigación. “Lo peor”, cuentan, “cuando vas al médico y te tratan como si estuvieras loca, como si te inventaras tu enfermedad”. A veces, a sus propios familiares y amigos les cuesta creerles, porque la enfermedad no sale en los análisis de sangre o en las ecografías. Es invisible, está desaparecida. Sin embargo, la sienten todos los días y a pesar de ello, caminan hacia adelante con la esperanza de que su esfuerzo tendrá recompensa. Ellas más que mujeres enfermas, son mujeres fuertes. Y yo las admiro por ello.

Tertulia que algo queda

9 de noviembre. Es increíble pero todavía hoy los diferentes tertulianos de los programas matinales seguían y seguían hablando del debate del lunes. ¡Ay, señor! Cuánta punta se le puede sacar a algo tan soso. Lo último que hemos podido saber es que Rajoy no sabe de geografía. ¡Qué escándalo! Resulta que situó en la sierra gaditana dos pueblos que en realidad pertenecen a la provincia de Sevilla. Cuánta tela para una buena tertulia. “¡Qué metedura de pata! ¡Qué atropello a la razón!”, se ufana en decir rápidamente el tertuliano número uno. “¡Pues Rubalcaba no es que precisamente lo corrigiera! ¡Tampoco sabía situar los pueblos en el mapa! ¡Y encima son de la provincia por la que se presenta!”, enfatiza el tertuliano número dos. “Bueno, en realidad me parece que son prácticamente fronterizos”, intenta mediar en vano la tertuliana número tres, la que presume de equidistante, ecuánime y razonable. Cómo me aburren las tertulias de este país, tan superficiales muchas veces, pero sobre todo, tan previsibles. Ante cualquier noticia sabes perfectamente qué posición tomarán los diferentes tertulianos. Incluso a veces, algunos están tan alineados que se comportan como los asesores de los partidos, para los que su candidato siempre gana, es el más ágil y el más solvente, aunque meta la pata hasta el zancarrón, aunque haga un ridículo espantoso. Es verdaderamente alarmante la falta de autocrítica en este país, la falta de un mínimo de objetividad –es decir, tratar de medir por el mismo rasero a los demás como a nosotros mismos, a los que piensan parecido a nosotros o de manera diferente. Si viésemos la viga, la paja y no tanto el ojo, podríamos recuperar diálogos y armonías. Si esto lo hicieran los tertulianos quizá la política cambiaría. Si fuera así en política, puede que cambiaran los tertulianos. Y entonces sería estimulante escuchar las tertulias y los debates electorales tendrían interés.

Entre un clavel y una rosa

8 de noviembre. Cuenta una fábula infantil que en un lejano país gobernaba una reina que era coja. Una anciana se apostó con sus paisanos que sería capaz de restregarle a la reina a la cara su cojera, sin que represalia alguna le hiciera pasar la noche en las mazmorras. Los incrédulos daban por ganada la apuesta. El día señalado la anciana se acercó a la reina con dos ramos de flores. Uno de claveles y uno de rosas. Se acercó a la soberana y ofreciéndole una flor de cada ramo, decía: “Entre un clavel y una rosa su majestad escoja”. Su majestad es coja”. Ganó la apuesta, la reina se quedó las flores y todas contentas, menos los que habían perdido la apuesta, claro, pero tampoco insistía mucho más el cuento en ellos. Así me lo enseñaron a mí de pequeña, aunque posteriormente pude saber que esta apuesta se atribuye a Quevedo y que la reina en realidad no estaba en un país lejano, sino que era Mariana de Austria, esposa de Felipe IV. No sé porqué, el lunes, durante eso que han llamado debate, me acordé de esta leyenda. Interrogando mi inconsciente he llegado a la conclusión de que lo de la rosa puede que sea por Rubalcaba, obvio, y lo del clavel supongo que es la flor que le pega a Rajoy en la solapa, tan reventón como arcaico es él. ¿Y la cojera? Puede que cuando los personajes principales son un converso y un hechicero, no cabía esperar mucho más. Un converso que dice que hará lo que no hizo o lo que deshizo durante su etapa en el Gobierno y un hechicero que fía su éxito a la fe, vótenme que esto yo lo arreglo, aunque no sé cómo ni de qué manera, y cuyo programa parece guardarse en los archivos vaticanos. Bueno no, que Rubalcaba se lo ha leído. Todo parece indicar que la cojera ayer afectaba al pluralismo político. La cojera se evidenciaba en el vacío de la kilométrica mesa de personajes autocomplacientes. La cojera fue aquello de lo que no se habló. La cojera fue lo que no se contradijo, porque no había nadie para contradecirlo. La cojera fue la ausencia de los otros partidos que se presentan a estas elecciones. Entre un clavel y una rosa… habrá que trabajar para que no se nos quede coja nuestra democracia.

Príncipes destronados

7 de noviembre. Hubo un momento en que cada centro, museo o fundación era bautizado con nombres de la realeza. De la monarquía actual, quiero decir, y así asistimos al nacimiento del Museo Príncipe Felipe, el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia o el Centro de Investigación Príncipe Felipe. Muy originales no han sido los ideólogos de estos bautizos en su ataque de exaltación monárquica exacerbada. Pero en fin, con permiso de ilustres investigadores del pasado -puesto que no queda bien bautizar un centro con el nombre de un investigador vivo- pongámosle el nombre de un monarca o heredero vivos, que con la realeza no hay tantos remilgos. No sé si habrá sido una especie de cenizo, pero ya van dos de los centros apadrinados –al menos nominalmente por la monarquía- que agonizan económicamente. Perdón, uno agoniza, el Centro de Investigación Príncipe Felipe, y el otro está directamente muerto, el Centro Reina Sofía. Y es que el PP es como las termitas y en menos de lo que canta un gallo, hace desaparecer lo que ayer eran buques insignia de la investigación y la ciencia de los que presumir a lo grande. Destronando príncipes y princesas podría ser el titular de esta noticia, quizá también al príncipe o princesa que todos en alguna medida nos creímos cuando nos tragamos que atábamos los perros con longanizas. La asfixia económica a la que el Gobierno ha sometido al Príncipe Felipe –al centro entiéndase- aboca a un centenar de trabajadores a un expediente de regulación de empleo, prácticamente acaba con las becas y pone en serio riesgo investigaciones biomédicas que podrían ser una puerta abierta al futuro. Así, la única puerta que se abre es la de la fuga de cerebros. Hoy el conseller de Sanidad -el señor al que los hospitales le parecen un lujo- en su comparecencia para explicar los presupuestos de sanidad, daba la puntilla a la investigación y a la ciencia, con una frase a la altura de su Gobierno: “En 1990 un investigador dijo que en diez años acabaríamos con la diabetes y veinte años después sigue de la misma manera” (sic). Y pensar que con lo que nos cuesta en un solo mes mantener la ruina de los eventos faraónicos, el centro de investigación podría funcionar un año entero…

Caprichos de servilleta

6 de noviembre. Hoy he estado en el Oceanogràfic, oasis al este de la ciudad, no calatraviano, o calatravista, o en fin, como sea. Hay muchas diferencias desde la primera vez que fui, aunque sin duda, la más notable es ese edificio horrendo, inacabado, inútil, defectuoso y desproporcionado que se erige sobre el acuario de manera amenazante. Me refiero al Ágora. El molusco gigante, de nombre pretencioso, es la metáfora de las decisiones políticas de los últimos años. También, en cierta manera, es la representación de lo que ha sido nuestra sociedad. Edificio incompleto que no sabemos cuándo ni cómo se acabará. Contenedor vacío que sólo alberga una semana de moda y una de tenis de segunda, eventos para que los niños de papá luzcan sus polos con el caballito. Edificio carísimo de construir, limpiar, mantener, cuya cubierta hace aguas y su hábil diseñador encima cobra por arreglarla. Edificio que, además de los cristales, rompe la perspectiva desde la ciudad de los peces hacia la ciudad de las ciencias. Y los ciudadanos ¿cuándo perdimos la perspectiva política? Dicen las malas lenguas que el Ágora fue un capricho que en una cena entre el arquitectísimo y el President de los trajes nació dibujado en una servilleta. Parido así, no me extraña que no sepan cómo acabarlo. El problema es que las inversiones más importantes hayan sido casi todas, eso: caprichos carísimos. La Ciudad de la Luz, la Ciudad de las Lenguas, el aeropuerto peatonal, el Palacio de Congresos de Castellón, Mundo Ilusión… hasta aquellas que no existen nos han costado una millonada. Nos cuesta diez millones de euros al mes mantener la ruina faraónica, porque claro, hay que mantener a estos hijos tontos del gobierno de Camps-Fabra. Sin embargo, el mismo gobierno no pone en marcha infraestructuras sanitarias o aboca al cierre a la investigación científica, porque considera que son un lujo que no nos podemos permitir. Lo que no deberíamos podernos permitir son estos gobernantes, que han sustituido el sentido común por el capricho y el interés general por el interés particular de ellos mismos, su partido y sus despabilados amigos del alma.

Elegir o decidir

5 de noviembre. Primer día de campaña y no pido el voto. Algunos asistentes al mitin extrañados me preguntan. ¿Y el voto? No suelo pedir el voto. Animo a la gente a votar. Animo a la gente para que su voluntad cuente. Pero no pido el voto. Creo que los ciudadanos y ciudadanas ya saben lo que quieren votar. Y si dudan, no les va a cambiar de opinión el simple hecho de que les pida el voto. Creo, o deseo al menos –a veces se me mezcla el deseo y la realidad- que la gente decida en función de los actos de cada uno, más que por las promesas de bajarles la luna. No sé qué me frena de pedir el voto. Quizá sea una cuestión de pudor. O quizá vaya un poco más allá y parta de la insatisfacción de no estar segura de lo que la política partidaria ofrece para elegir. Y ahí voy a la cuestión de fondo. En las elecciones elegimos. Elegimos entre varias ofertas que nos presentan los partidos o coaliciones. ¿Pero realmente decidimos? En nuestro país ¿cuál es la posibilidad de los ciudadanos sin afiliación a un partido de influir en la oferta electoral que se les presenta? Cuando a mi hijo Emilio de cuatro años le pregunto: ¿qué quieres para cenar: salmón o merluza?, puede que él piense que decide. Pero en realidad lo único que puede hacer es elegir entre dos opciones. La que decide que esa noche se come pescado soy yo. De hecho, cada vez me resulta más difícil esta estrategia, porque cuanto más mayor se hace, menos cuela y últimamente me contesta: “pero mamá es que yo quiero salchichas”. Pero ¿qué pasa cuando los ciudadanos queremos salchichas y no están en el menú electoral? Esta es la pregunta. Pienso que nuestras formaciones políticas deberían avanzar en procesos de decisión en que cada ciudadano cuente, aunque no tenga carnet, aunque no quiera tenerlo. Los tiempos modernos con sus tecnologías favorecen procesos abiertos en que las personas podamos ser más protagonistas de las decisiones de los partidos. Poder decidir y no sólo elegir, puede que sea la respuesta. De momento el 20-N podremos elegir, que no es poco, pero no suficiente. Elijamos pues hoy, para poder decidir mañana.

Cara a cara

4 de noviembre. 21 grados centígrados. No es el título de la última película de González Iñárritu. 21 grados centígrados es la temperatura del plató en el que el lunes que viene se enfrentarán cara a cara Rubalcaba y Rajoy en un debate organizado por la Academia de Televisión y que moderara el periodista Campo Vidal. Hasta este nivel de detalle hemos conocido a través de los medios de comunicación los pormenores del evento. Y digo evento, porque lamentablemente el debate político está ausente de los platós de televisión, al menos en las franjas horarias de máxima audiencia, a pesar de meritorios esfuerzos de programas como 59 segundos o Al rojo vivo. Así es que a falta de chicha que comentar sobre el contenido del debate se nos bombardea con las banalidades de la forma del acontecimiento. Cuántos segundos tendrá cada uno, el sorteo que decidirá quién empieza, como se repartirán los candidatos su tiempo y otras pequeñeces tan cacareadas como irrelevantes, en un momento en que los ciudadanos queremos saber el qué y no el cómo. Pero claro, este empeño de la política en particular y la sociedad en general de reducirlo todo a dos, desde las relaciones afectivas, hasta los colores, abocando continuamente a una dicotomía que no se corresponde con la diversidad social, reduce también a niveles alarmantes la pluralidad política y por lo tanto, también amenaza gravemente el pluralismo político, fundamento de nuestra democracia. Tienes que elegir: rojo o azul, Pepsi o Coca-Cola, Madrid o Barça, Rubalcaba o Rajoy… ignorando que existe el verde, el naranja, el zumo, el Valencia o el Recreativo de Huelva y que sorprendentemente, ¡oh, sí! también hay gente que los sigue, que se identifica, que se los pone o que se lo bebe. También en política somos muchos quienes no nos identificamos con la pareja impuesta. Ni para beber, ni para votar.

Empieza el espectáculo

3 de noviembre.Empieza la campaña electoral para elegir el futuro Parlamento. Empiezan los mítines, las pegadas de carteles, la caza sin cuartel del disputado voto del ciudadano anónimo. Empieza el todo vale, la repetición de consignas –aunque sean verdad-, las grandilocuencias y los histrionismos. ¡Empieza el espectáculo! Y en este espectáculo en que los actores buscan ser protagonistas, a los ciudadanos y ciudadanas se nos reserva el lugar de simples espectadores. Espectadores de un discurso público que se ha reducido a mero electoralismo. Espectadores que ya no se acuerdan de cuándo la política fue secuestrada por el partidismo. Espectadores que observan resignados cómo muchos políticos o candidatos hablan sin pausa para ocultar aquello que piensan o sienten. Espectadores que hace tiempo nos preguntamos qué fue de la soberanía, del poder de decisión del pueblo, de la voluntad canalizada a través de las urnas. Puede que estos días convulsos en que el ejemplo de Grecia evidencia hasta qué punto los mercados han anulado el significado de la democracia, hayan influido mucho en esta reflexión. Pero también, las ganas de recuperar el poder de decisión para los ciudadanos y ciudadanas. También la esperanza de que volvamos a tener el papel protagonista que nunca debimos perder. En ese camino espero encontrarme, espero encontrarnos. Que empiece pues...

Mònica Oltra, diputada de Compromís en las Cortes Valencianas.
Mònica Oltra, diputada de Compromís en las Cortes Valencianas.

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