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Reportaje:

Recuerdos de Diwaniya

Los militares españoles recién llegados de su misión en Irak revelan los detalles de los momentos más duros de aquellos días

Pablo Ximénez de Sandoval

Sonia se tuvo que enterar por la radio de la gravedad de las heridas de su marido, el capitán Francisco Vilches Contreras, de la Brigada de Infantería Extremadura 11. Él la llamó para decirle simplemente que lo habían herido, pero no con el detalle con que lo cuenta hoy. "Salimos de patrulla nocturna, sobre las once y media. Íbamos cinco blindados. Los dos primeros reconocían unas latas de gasolina debajo de un puente que podían ser explosivos, yo iba en el tercero. Unos hombres salieron corriendo y el teniente los siguió hasta una calle. Allí lo empezaron a ametrallar", comienza su relato.

"Cuando nos avisó por radio, arrancamos hacia allá. Al pasar por debajo del puente, cuando ya veíamos los fogonazos de las ametralladoras, nos tiraron con lanzagranadas RPG", continúa. Les dispararon "casi a bocajarro", desde unos 15 metros. Al capitán Vilches la primera granada le afectó al brazo derecho, que aún hoy no puede mover. La segunda, continúa, "levantó mucha metralla y nos dio en la cara. En la primera escotilla iba el soldado Durán y yo en la segunda. Él perdió un ojo por la metralla y una esquirla le atravesó el cuello, aunque no le afectó a la arteria". Fue en Diwaniya, Irak, la noche del 8 de abril.

"Antes había calma tensa, pero el 19 de abril la situación ya era de tensión extrema"
"Vengo más sensible. Valoro más lo que tengo: mi familia, mis amistades, mi trabajo"
"Cuando ya veíamos los fogonazos de las ametralladoras, atacaron con lanzagranadas"

Éste es el tipo de historias que las familias de los militares españoles desplegados en Irak no han podido oír hasta ahora. "Esa misma noche llamé para contarlo yo mismo", recuerda Vilches. "Pero no conté la verdad a mi mujer hasta el día siguiente, cuando se había enterado por los medios de comunicación". Porque "aunque tú estás bien, ella no se lo cree", asegura.

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Además de esta historia, Vilches, que el miércoles cumple 33 años, ha traído de Irak unos peluches que vendían en las bases del Ejército de Estados Unidos. Compró un oso y un camello para su hija, que nació el 28 de febrero, mientras él estaba en Irak. También se llama Sonia. El despliegue en Irak no se ha parecido a nada que hayan vivido los militares españoles en el exterior, incluso los más experimentados en misiones de paz internacionales, al compararlo con Bosnia o Kosovo. Por Irak han pasado 1.400 soldados, desde el 9 de abril de 2003 hasta el 21 de mayo de 2004. Murieron 11.

El capitán Vilches vivió allí una fecha clave, el 4 de abril, cuando la captura de un ayudante del líder chií Muqtada Al Sader encrespó los ánimos de buena parte de los iraquíes contra cualquier cosa que llevara uniforme. La buena relación con la población de Diwaniya, de la que los españoles habían hecho gala durante casi un año, desapareció. "A partir de ahí comenzó la escalada", asegura.

A su llegada el 19 de abril, el panorama que se encontró el comandante Juan del Hierro, de la Brigada de la Legión de Viator (Almería), no tenía nada que ver con el de un reconocimiento previo a finales de febrero. Entonces apenas le chocaron el paisaje y el ambiente en comparación con Bosnia o Kosovo. "Diwaniya es una ciudad de 400.000 habitantes, con un caos tremendo de tráfico, unos tenderetes también caóticos y un aspecto de poca higiene. Las calles están poco cuidadas, está lleno de basura y desperdicios por todos lados y la gente por allí pululando".

"Había calma tensa", comenta. "Pero cuando llegamos el 19 de abril la situación era de tensión extrema y las medidas de seguridad también lo eran: había franjas horarias en las que había que llevar todo el equipo de protección, casco y chaleco antifragmentos. También se habían restringido los movimientos fuera de la base. Parecía que estábamos acuartelados".

La misión también había cambiado. En vez de hacerse cargo de las labores humanitarias que el Ejército español venía desempeñando hasta ese momento, Del Hierro, destinado en el Cuartel General, tuvo que ponerse a planear un repliegue de tropas. "El repliegue no consiste sólo en irse", explica. "Nosotros veníamos desempeñando unas funciones en el marco de nuestros compromisos. Estos cometidos hay que entregárselos a otros para evitar un vacío, si no, reina el caos", en este caso la Caballería del Ejército de Estados Unidos. Del Hierro opina que irse del lugar sin más, "no sería propio de un Ejército serio, moderno y preparado como es el Ejército español hoy día".

El comandante Del Hierro destaca la dificultad de "tender puentes" con la población iraquí para realizar cualquier labor humanitaria. "En Bosnia la cultura del deporte fue un puente excepcional para relacionarse. Organizábamos partidos en los que acababan participando enemigos. Eso sirve para facilitar el diálogo". Pero esas experiencias no han servido en Irak. "Todos los intentos que ha habido de tender puentes han fracasado", asegura Del Hierro.

A pesar de la situación, el comandante insiste en que una gran parte de la población de Diwaniya se llevaba muy bien con los españoles. "Han visto que nuestra intención era ayudar y levantar la situación en la que se encontraban", apostilla. Debe diferenciarse, dice Del Hierro, "de aquellos extremistas de espíritu menos tolerante que incordian, hostigan y ponen en riesgo nuestra vida". Esa minoría hostil "no sólo estaba en contra de las fuerzas de la coalición, sino también en contra de aceptar cualquier ayuda y en contra de aquellos iraquíes que la aceptaban".

Junto al comandante Del Hierro, de 39 años, han trabajado durante un mes el brigada Pascual Gutiérrez, de 37, y el cabo Diego Perea, de 25. La Legión ha formado parte del último contingente desplegado en Irak, los que menos han estado, pero también los que han vivido los momentos más duros, los ataques con mortero "sistemáticos" sobre los techos de Base España, en Diwaniya. Es ahora cuando están empezando a contar la experiencia a sus familias. "Cuando hablaba con mi novia por teléfono le hablaba de los compañeros, del calor, de las duchas, pero nada del trabajo", dice el gaditano Perea.

Aunque podía hablar con su casa todos los días, el brigada Gutiérrez prefería no hacerlo. "Uno no quiere que en su casa haya preocupación" comenta. "Mi mujer se apoyaba mucho en la información de televisión y sacaba sus conclusiones. Intentaba preguntarme qué había de cierto en esa información". Hoy, un mes después de su regreso, Gutiérrez se sienta con su mujer, María del Mar, y hablan de Irak. "Todavía estamos en ello". Para su hijo Pablo, de 10 años, ha sido distinto. "A él le contaban que papá se había ido a ayudar a las personas, como un cuento", dice Gutiérrez. "Ahora me pregunta sin parar".

Lo que más disfrutó el brigada Gutiérrez fue su visita a Babilonia. "Ahí está el origen de la civilización, y es muy chocante ver cómo está ahora". Pero sobre todo, viene de Irak "más sensible". "Valoras más lo que tienes, tu familia, tus amistades, tu trabajo", explica.

Su hijo le pregunta ahora si, como decía su madre, ha ayudado a muchos niños. "He visto niños descalzos y niños en la cuneta de la carretera pidiendo comida. Un español no está acostumbrado a eso", cuenta Gutiérrez. "Ahora me da alegría ver a mi hijo vestido y calzado. No lo valoras habitualmente, lo das por hecho. Tu hijo lleva zapatillas y, si se le rompen, le compras otras y se acabó".

El cabo primero Diego Perea, el comandante Juan del Hierro y el brigada Pascual Gutiérrez, en Almería.
El cabo primero Diego Perea, el comandante Juan del Hierro y el brigada Pascual Gutiérrez, en Almería.F. BONILLA

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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