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Columna
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Repsol y el capitalismo de clanes

Zapatero se puede encontrar haciendo política internacional con las manos y los pies atados

Josep Ramoneda

Como no podía ser de otra manera, la posible entrada de Lukoil en el accionariado de Repsol ha saltado inmediatamente al ámbito político, salvo en Cataluña, donde, como es costumbre, los intereses de La Caixa han provocado, de modo espontáneo, que los actores políticos miren a otra parte. La ambigüedad inicial de Zapatero y las diferencias, reales o pactadas, entre miembros del Gobierno, han ofrecido a Mariano Rajoy una oportunidad para recuperar posiciones en la escena política. Y la desorientación cunde en el ámbito socialista porque nadie entiende si Zapatero tiene una deuda con Luis del Rivero, con Vladimir Putin o con los dos a la vez. Zapatero se escuda en el discurso del respeto al libre mercado y de la incompetencia del Gobierno para intervenir en estos asuntos. Pero no debe estar muy convencido de ello cuando, acto seguido, garantiza que Repsol seguirá teniendo dirección española y autonomía. Es complicado imaginar la autonomía que pueda tener una dirección española ante una empresa rusa que tenga la parte principal del accionariado. Una de las confirmaciones que ha aportado la crisis es que la figura del alto ejecutivo es claramente incompatible con la figura del héroe.

¿Por qué es tan grave políticamente que Lukoil se convierta en principal accionista de Repsol? Primero: porque representa la penetración del capitalismo ruso de clanes, con toda la estela de opacidad, corrupción y servidumbre al poder del Kremlin, en una empresa estratégica para el suministro energético de España. Segundo: porque quita legitimidad a los discursos de reforma del capitalismo con que Zapatero, y otros dirigentes europeos, intentan tranquilizar a los ciudadanos que lo están pasando realmente mal. Si el futuro del capitalismo que Zapatero propone es el capitalismo de Estado clientelar ruso, apaga y vámonos. Tercero: porque pueda condicionar seriamente la política exterior española. Nadie puede ignorar que el sistema empresarial trabado en torno al Kremlin es un instrumento básico de la política internacional de Vladimir Putin. Con los favores que Sarkozy lleva acumulados y con Lukoil metida en Repsol, Zapatero se puede encontrar haciendo política internacional con las manos y con los pies atados.

Después de Endesa, Repsol. Pocas multinacionales que tiene España y se van a manos extranjeras. Es difícil entender por qué se puso tanto empeño en que Endesa no cayera en manos alemanas (para acabar en manos italianas) y tan poco en evitar que Repsol caiga en manos rusas. Y, sin embargo, si queremos que Europa sea realmente algo más que una agregación de naciones, debería ser normal la interpenetración de empresas de diferentes países, también en los sectores estratégicos.

Pero Rusia no es Europa, ni su sistema económico y político es homologable con el nuestro. La transición rusa no ha conducido a la democracia sino a una forma de Estado autoritario que margina y destruye a todo el que no se pliega a las exigencias del poder supremo. Ahí están los asesinatos del director de Forbes Rusia, Paul Klebnikov, de la periodista Anna Politkovskaïa, y del vicegobernador del Banco Central, Andreï Kozlov, o la detención del propietario de Yukos, Mikhaïl Khodorkovski, como ejemplos de los riesgos que se corren cuando se pasan las líneas rojas establecidas por la autocracia rusa.

Misha Glenny en McMafia explica la gran aportación de Vladimir Putin a la Rusia actual: la nacionalización de las mafias. Y aporta numerosas pruebas del uso de las grandes empresas en la política exterior. Durante el periodo Yeltsin, se formó una élite económica, a la sombra de la política, pero en un clima de descontrol generalizado, lo que hizo emerger a un buen puñado de nuevos oligarcas capaces de todo. Putin puso orden. El que quiera seguir que acepte las reglas del Kremlin. Desde el caso Yukos todo el mundo sabe que fuera del orden putiniano no hay salvación.

En Russie, l'envers du pouvoir, Marie Mendras explica el funcionamiento del sistema Putin: "Ha impuesto a los oligarcas las reglas de una lealtad incondicional". De la mano de Putin pende un hilo desde el que controla todos los poderes, incluida la justicia, lo que, en este mundo "clientelista, rico y violento" garantiza la impunidad a los que obedecen. La promiscuidad entre política y dinero es tan total que, dice Mendras, "el fenómeno oligárquico abraza los medios políticos, las administraciones y el mundo de los negocios, estrechamente imbricados los unos con los otros. Distinguir una clase oligárquica separada de lo político es un contrasentido". Éste es el caldo de cultivo en el que nació, creció y vivió Lukoil. ¿No es realmente grave que una empresa de este clan sea actor preponderante en el suministro energético español? ¿No merece un esfuerzo del Gobierno evitar que ocurra?

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