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Columna
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Réquiem por Izquierda Unida

Antonio Elorza

Al remover hace unos días viejos papeles, encontré las cosas más dispares: cartas de mi primera mujer, el carné de UGT de mi padre en 1936, sus imágenes dando en un blanco que disparaba la foto en las verbenas de la época, documentos míos del Partido Comunista de Euskadi y otros variados de carácter académico y político. Entre los documentos políticos destacaba uno cuya posesión yo ignoraba: una copia del acta de Izquierda Unida en 1987 para las elecciones venideras -no la fundacional-, donde formaban parte de la Comisión Política por el PCE Gerardo Iglesias, Nicolás Sartorius y Enrique Curiel, por los prosoviéticos Ignacio Gallego, Alonso Puerta por el PASOC y tres independientes, con mi nombre entre los de Cristina Almeida y Jaime Miralles, un peculiar antifranquista admirador de José Antonio. Estaba también el partido unipersonal de Ramón Tamames. Por fortuna habían quedado en el camino los carlistas y el "sectario" Partido Humanista. El disparatado cóctel inicial, fruto de la campaña anti-OTAN, cobraba mejor aspecto.

La única salida es hoy la refundación. Pero ¿cómo lograrla con la presente lucha de fracciones?
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El proyecto de Izquierda Unida despuntó en 1983, cuando el sucesor de Carrillo al frente del PCE, Gerardo Iglesias, trató de superar la política de autodestrucción llevada a cabo por aquél y recoger en una formación plural a los restos del naufragio. Pero el primer impulso quedó frenado pronto ante la ofensiva de los prosoviéticos de Ignacio Gallego y del ahora comunista ortodoxo Carrillo. Pasionaria hizo entonces su último servicio al Partido, respaldando a Iglesias. En plena disgregación, la campaña contra la OTAN de 1986 relanzó las expectativas e hizo posible la formación de IU después del referéndum honorablemente perdido. Tras unos inicios precarios, las movilizaciones sindicales de 1988 (huelga general de diciembre) propiciaron la recuperación, prolongada hasta mediados los años 90 hasta crear el espejismo de que el desplome del 82 había sido superado y que el PCE renacía bajo la máscara de IU. El desgaste del socialismo en el poder favoreció esa impresión.

Dos problemas no habían sido superados. Uno era el liderazgo, por las limitaciones de Iglesias. Con el respaldo de Antonio Gutiérrez desde Comisiones, la gran esperanza era Nicolás Sartorius. Al renunciar, el Congreso del PCE de 1988 eligió al prestigioso alcalde de Córdoba, Julio Anguita, desconocido, sin embargo, en la política nacional. Cuando pregunté sobre este aspecto a los antes citados, ambos respondieron: "Un desastre". Anguita era y es una personalidad atractiva, pero con un planteamiento que se quiere marxista y es maniqueo. Lo importante era cortar puentes con el reformismo, definir una alternativa radical, para una vez que ésta triunfara, acabar con el capitalismo. En pleno hundimiento del bloque comunista, no dejaba de ser ocurrente. De ahí salió el rechazo a la coalición poselectoral con el PSOE, tan favorable al PP. Más ruptura con Comisiones.

Fue el punto de inflexión: en vez de beneficiarse aún más del declive socialista, los votos volvieron al PSOE e IU inició la cuesta abajo, de escalón en escalón desde el 2000 a la situación agónica actual, agravada por el enfrentamiento interno entre la minoría paleocomunista de Frutos-Alcaraz y el reformismo atrapalotodo, Madrazo incluido, de Llamazares. En Madrid, IU tapada por el PSOE; en Euskadi, fiel servidora de Ibarretxe. Resultado: impotencia y catástrofe electoral, presagio de desaparición.

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Vista la trayectoria en perspectiva, era claro que IU no había logrado la misión casi imposible de definir un proyecto autónomo de la izquierda y que sus expectativas dependían del desgaste socialista, e incluso esto había entrado en crisis por la intransigencia dualista de Anguita. Y es que el segundo problema, la recuperación de quienes fueran renovadores del PCE, tampoco fue resuelto. Las expulsiones de Carrillo les dejaron sin espacio organizativo y la participación de algunos en IU nunca encontró la fórmula adecuada. Primero independientes de IU, más tarde Nueva Izquierda, eran tachados de socialdemócratas, y ni siquiera aprovecharon las ventoleras del cordobés. Al enconarse el debate en la segunda mitad de los 90, frente al ensimismamiento de Anguita, fueron de nuevo expulsados. El legado "eurocomunista" acabó en la nada, o en el PSOE.

La única salida para IU es hoy la refundación. Ahora bien ¿cómo lograrla con la presente lucha de fracciones? ¿cómo renunciar al pelaje izquierdista tradicional sin convertirse en apéndice del PSOE? Las posibilidades existen: políticas ante la crisis, depuración de una democracia sometida a presiones permanentes y a manipulación de los medios, denuncia sistemática de las corrupciones de PP y PSOE, ecología, federalismo. El aire fresco no vendría nada mal. Ante todo, es preciso volver la página después de los años de un oportunismo que hizo aceptar los disparates de Madrazo, evitando el callejón sin salida de Frutos y Alcaraz. Pero, ¿de qué recursos dispone hoy la izquierda para ese relanzamiento?

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