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Columna
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Réquiem por Rajoy

José María Ridao

La comparecencia de Mariano Rajoy ante el Comité Nacional de su partido, apático y desganado, ha desencadenado tantos comentarios sobre la situación interna de los populares que, al final, se ha perdido de vista el significado más importante de la escena. En realidad, el único significado que tenía valor más allá del círculo de sus militantes y electores, el único que afectaba al sistema democrático en su conjunto: por primera vez desde las elecciones de 2004, el Partido Popular daba signos incontestables de haber interiorizado la derrota. Ese Rajoy incapaz de hilvanar un discurso en el que, sin embargo, anunciaba el nombramiento de un equipo de jóvenes leales puede ser, sin duda, la imagen de un político fracasado que busca refugio entre quienes todo se lo deben. Es la idea que, de inmediato, han pregonado algunos dirigentes del Partido Popular y, también, algunos medios de comunicación. Pero no unos dirigentes y unos medios cualquiera, sino precisamente aquellos que más han alentado la crispación y que más han contribuido a enrarecer el clima político en España durante los últimos cuatro años.

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Su inmediato réquiem por Rajoy no puede ser interpretado, sin más, como la simple constatación de un hecho, con la que, en principio, pueden coincidir muchos ciudadanos que nada tienen que ver con la opción política que encarnan los conservadores. No es preciso sentir ninguna simpatía por el líder del Partido Popular, ni tampoco recodar sus exabruptos ni la radical disensión con sus propuestas durante la legislatura y la campaña pasadas, para advertir que, dependiendo de quién los promueva, los intentos de liquidarlo pueden ser una encerrona, de cuyo éxito o fracaso dependerá el derrotero que adopte a partir de ahora la política en España. Para esos dirigentes y esos medios de comunicación que han pedido su relevo inmediato, obtener la cabeza de Rajoy significa, en el fondo, poner a salvo la estrategia que han patrocinado, por encima del nuevo fracaso electoral. Mediante el sacrificio fulminante de Rajoy, esos dirigentes y esos medios aspiran a seguir diciendo que han tenido razón y que lo único que ha fallado ha sido la persona, o mejor, el testaferro encargado de ejecutar las directrices que le daban. Es decir, aspiran ni más ni menos a que el Partido Popular continúe sin interiorizar la derrota.

Rajoy les ha plantado cara de la única manera que, al parecer, sabe hacerlo: con gestos dubitativos, con silencios equívocos, con un aire asustadizo incompatible con la determinación que cabe esperar de un líder político. Pero les ha plantado cara, y eso obliga a una especial responsabilidad por parte de los nuevos dirigentes que ha nombrado y, también, por parte de quienes, desde fuera del Partido Popular, y adversarios de la opción que representa, son conscientes de que el sistema democrático en España necesita de una fuerza conservadora distinta, radicalmente distinta. Según se han planteado las cosas antes y después de las elecciones, desencadenando un psicodrama político en el que ha quedado al descubierto la ferocidad de algunas ambiciones, del futuro a corto plazo de Rajoy depende no sólo la posibilidad de que el Partido Popular entre o no en una crisis profunda; depende, además, algo que incumbe a todos los ciudadanos, simpaticen o no con sus políticas: depende el tipo de derecha que tendrá España. Por esta razón, los partidarios de que la derecha siga siendo como es se han lanzado a la demolición de Rajoy. Pero por esta razón, también, alguien que, como Rajoy, no le había hecho ascos a esa derecha se está viendo empujado a liderar una derecha diferente.

Si Rajoy no consigue el objetivo que le han marcado las circunstancias, y no tanto sus propias decisiones, el Partido Popular puede acabar cayendo en manos de quienes anuncian convertir en un juego de niños los métodos de oposición empleados durante la última legislatura. Sería insensato que por parte de las demás fuerzas políticas se respondiera como hasta ahora, haciendo cálculos miopes sobre el apoyo que cosecha el miedo. Porque ha sido el miedo, sin duda, el que ha permitido que el Partido Socialista aumente su número de escaños y de votos. Pero no arrebatándoselos a un Partido Popular instalado en las posiciones más radicales de su historia, y que, por su parte, también ha aumentado, y en mayor proporción, su representación parlamentaria y los votos recibidos. El réquiem por Rajoy se ha convertido en una urgente prioridad para algunos dirigentes del Partido Popular y algunos medios de comunicación que siguen sosteniendo que la estrategia de la crispación vencerá, tarde o temprano, a la estrategia simétrica del miedo. Para quienes, más allá de las estrategias para que venza su propia opción, que no tiene por qué ser la del Partido Popular, desean, además, la estabilidad del sistema democrático en España, ésta debería ser, sin embargo, una oportunidad para comprometer a Rajoy y su nuevo equipo en el camino que parecen haber emprendido, o al que les están empujando.

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