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Columna
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¿Resurrección?

Enrique Gil Calvo

La narrativa oficiosa de la remodelación del Gobierno (su storytelling) ha sido comunicada con el eslogan mediático de su resurrección. Y nada mejor que aprovechar la jornada de hoy (día de todos los santos), en que se celebra el culto a los muertos, para sacarle alguna punta política a tan sugestiva metáfora. Que en su esencia más simplista viene a significar: desde mayo pasado, Zapatero y su Gobierno ya estaban muertos, aunque todavía no enterrados (¿eran, pues, zombies: es decir, muertos vivientes?). Pero la oportuna llegada como si fuera el Séptimo de Caballería del comando Rubalcaba (Alfredo a la cabeza más Ramón Jáuregui más Rosa Aguilar más Valeriano Gómez) le ha salvado in extremis, permitiéndole resucitar de entre los muertos.

Rubalcaba no debería ocupar el liderazgo socialista porque volvería la crispación política

De modo que la historia que nos cuentan tiene dos partes (dos sintagmas), de muy diferente verosimilitud. La primera proposición es que Zapatero y los suyos ya estaban muertos. Esto parece bastante plausible, pues es más o menos lo que vengo sosteniendo aquí desde hace varias columnas con mi hipótesis del suicidio, o del sacrificio político. Con su decisión del 12 de mayo de renunciar a su pasado defensor de los derechos sociales, y convertirse en un cruzado de las políticas neoliberales de ajuste duro, el renacido (reborn) Zapatero echó por la borda su capital político, quemó todas sus naves y se ofreció a inmolarse para cargar con todas las culpas de la crisis, liberando a los suyos de toda responsabilidad. Pero para que esta tesis del sacrificio redentor fuera verosímil, Zapatero debía quedar definitivamente muerto en beneficio de su partido. Entonces ¿a qué viene ahora esta pretendida resurrección? Si gracias al mago Rubalcaba desea ahora resucitar, ¿acaso significa que se ha cansado de morir por los demás?

Con eso llegamos a la segunda cláusula de la historieta: tras la muerte de Zapatero, su resurrección. Por muy taumatúrgico que sea Rubalcaba, ¿de verdad cree posible Zapatero llegar a resucitar? Yo lo dudo, pues me parece inverosímil que en 15 meses, con la economía española todavía en el congelador, Rubalcaba pueda invertir una desventaja en las encuestas preelectorales de 14 puntos. Por lo tanto, esta parte del cuento no me la creo. A no ser, claro está, que, rizando el rizo de la metáfora, nos tomemos el concepto de redención en su sentido más milagroso. Si recordamos los evangelios cristianos, tras la Resurrección de Cristo tiene que llegar su Ascensión a los cielos. Y traduciendo esto a la política terrenal, tras la hipotética resurrección de Zapatero debería venir su ascensión al empíreo ex presidencial donde flotan González y Aznar. Dicho de otro modo: el relato de la presunta resurrección de Zapatero sólo es creíble si va unido a su renuncia a presentar por tercera vez su candidatura a presidente de Gobierno.

Pero entonces, con Zapatero fuera de juego tras su ascensión a los cielos, el partido y el Gobierno se quedan, como si fuera la iglesia cristiana, en manos de sus apóstoles: Rubalcaba, Chacón, Blanco, Jáuregui, Aguilar, Caamaño, Iglesias... Y aquí llega la gran incógnita. ¿Quién se encargará de representar el papel de San Pedro: esa piedra basal sobre la que habría de edificarse la supervivencia futura del partido socialista? ¿En quién delegará su liderazgo el reborn Zapatero, tras morir, resucitar y ascender a los cielos? ¿En Rubalcaba? En este momento se diría que sí, puesto que el presidente parece haber puesto en él todas sus complacencias. Además, de los posibles candidatos, es el único con una Z en su apellido (requisito mágico supuestamente exigible en los presidentes del Gobierno español). No obstante, de entre todos los apóstoles, creo que Rubalcaba es el menos indicado.

Entiéndaseme, a mí también me cae muy bien Alfredo, pues me parece la mejor excepción que confirma la regla de la deprimente mediocridad de nuestra clase política. Pero por más inteligente, hábil y eficaz que sea (¡y encima tiene sentido del humor!), creo que no debería ocupar el liderazgo socialista. Y no debería liderarlo porque, si lo hiciera, se iniciaría un nuevo ciclo de crispación política, encadenado en espiral a los ciclos anteriores (1993, 2004) de venganzas a la siciliana y eternos ajustes de cuentas pendientes. Lo cual nos retrotraería de vuelta atrás en el túnel del tiempo, para encerrarnos de nuevo en otro círculo vicioso de confrontación bipolar y abierto conflicto civil. Algo que España no puede permitirse, pues tras las últimas fracturas recientemente abiertas (como las derivadas del llamado proceso de paz y el fallido Estatut catalán), necesitamos hacer un punto y aparte para iniciar otro ciclo más constructivo y esperanzador, esta vez fundado en el consenso y no en la confrontación. Y para eso Rubalcaba no sirve. Hace falta alguien sin quemar, como Chacón o Jáuregui.

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