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Democracia representativa y democracia participativa

El mensaje socialista del cambio, que al propio tiempo solicitaba la ayuda de la mayoría para llevarle a efecto, consiguió el 28 de octubre el apoyo solicitado. Sobre las viejas espaldas de un partido más que centenario, inyectado ahora de savia nueva, descansa la responsabilidad de articular todos los complicados mecanismos que hagan posible el nuevo rumbo. Para el partido socialista ha llegado el momento de traspasar la raya que separa las opiniones y los deseos expuestos en la campaña electoral y entrar en el campo más difícil de las decisiones que como partido en el Gobierno tendrá que asumir.Muchas cosas hay que hacer, organizar y rectificar, y todo ello desde el prisma de la democracia, porque las ruedas del cambio únicamente pueden girar alrededor del eje de la democracia. Sin embargo, para el PSOE la idea de cambio no sólo presupone la democracia, sino también algo más: dar un contenido moderno y progresista a la propia democracia, o lo que es lo mismo, "establecer una sociedad democrática avanzada", tal como establece el bello preámbulo de nuestra Constitución.

¿Qué socialismo?

Desde la difícil situación en que nos encontramos, y con los mimbres que tenemos, ningún partido por sí solo puede realizar el cambio; por ello es imprescindible que la mayoría para el cambio solicitada el 28 de octubre se convierta también en protagonista de ese cambio. Ello supone que la democracia representativa debe convertirse desde esa fecha en democracia participativa, único camino para el establecimiento de la sociedad democrática avanzada. A nadie le le oculta la complejidad de la tarea a realizar. Mientras España está todavía estrenando su frágil democracia, algunas voces autorizadas nos vienen hablando de crisis en los sistemas democráticos y en la misma concepción del socialismo. ¿Qué democracia se pregunta Cerroni? ¿Qué socialismo se pregunta Bobbio? Y Touraine nos habla ya de postsocialismo. Ciertamente hay crisis en los sistemas democráticos de Occidente y esta crisis estriba en gran parte en que la democracia se limita a ser una democracia formal y representativa, cuya cancha de juego sólo permite en la mayoría de las ocasiones debates parlamentarios, convirtiéndose a veces, en frase de Lenin, en un molino de palabras. El cuadro de la democracia representativa es intocable en cuanto que supone la existencia de la separación de poderes y el reconocimiento formal de las libertades públicas y de los derechos fundamentales, pero a la democracia formal hay que inyectarle la levadura de la participación popular, porque cuando existe participación real del pueblo en las tareas públicas, la democracia como sistema de convivencia está garantizada. Es injusto preguntarse solamente si los ciudadanos están por la defensa activa de la democracia y olvidar que a menudo esa misma democracia margina la participación ciudadana, relegándola a las esporádicas consultas electorales. Una democracia puramente formal y representativa queda expuesta, en países débiles como el nuestro, al peligro constante del autoritarismo y de la dictadura, y en países más estabilizados, a la apatía, como puede observarse en períodos electorales. En una democracia que no traspasa los límites de la representatividad, los ciudadanos se limitan a ejercer una actividad puramente reivindicativa de derechos y pretensiones particulares, como compensación de su voto, sobre todo si se ha votado al partido en el Gobierno. La democracia representativa se convierte así en una democracia puramente reivindicativa, pero no participativa. Una democracia avanzada exige, sin embargo, que los propios ciudadanos participen también en la gestión de los intereses comunes, de los intereses generales. Ciertamente ello supone, además de la voluntad política del Gobierno, una acción prioritaria en los campos de la cultura y de la educación.

Sólo el hombre instruido será consciente de su valor político y podrá ejercer su propio protagonismo social. La democracia participativa exige también que los partidos políticos superen su fase intrauterina y conecten con el panorama pluridimensional de la sociedad. Es preciso que la acción política deje de ser patrimonio de los estados mayores de los partidos y de sus notables. Los partidos políticos se creen con frecuencia que poseen la varita mágica de la democracia, y aunque sean absolutamente- indispensables, es cierto que están demasiado obsesionados con el poder. Esto les ha hecho olvidar el fomentar otras vías espontáneas y autónomas de participación de sectores y grupos concretos. Guiados por una ética política más cercana a Kant que a Maquiavelo, los partidos políticos y los Gobiernos deben abandonar su sentido patrimonial de la política. Los Gobiernos no deben considerarse consejos de administración del país que pueden hablar lo mismo en nombre del pueblo que de la economía, de la historia e incluso de la ciencia y de la cultura.

Sujetos y objetos

Las esperanzas e ilusiones de un Gobierno socialista dependerán en gran medida de la capacidad de generar la acción participativa de los diversos sectores sociales, proporcionando, incluso a los movimientos sociales, una ayuda sin la cual éstos corren el riesgo de caer en la violencia, el sectarismo y la dispersión. Como escribe Touraine, nuestra sociedad es demasiado débil para poder ser del todo libera4 se expondría a caer bajo la dependencia de aquellos que dominan su entorno económico, político o cultural. Pero la alianza de los movimientos sociales y de la democracia supone un mínimo de liberalismo sin el cual se vuelve a caer rápidamente en la alianza entre la coacción del Estado y el dirigismo. Gobernar, organizar, planificar, de acuerdo, pero ante todo generar la suficiente confianza para hacer posible la participación popular.

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La participación en la gestión política, que a nivel territorial está en España garantizada por el Estado de las autonomías, debe completarse con la oferta de participación de los ciudadanos y de los grupos sociales. Se podrá crear así una nueva imagen de la libertad y de la responsabilidad colectivas, y restituir la voz y la esperanza a la mayor parte de la gente.

Por primera vez los españoles nacidos después de la guerra civil tenemos la oportunidad de asistir a un cambio democrático de Gobierno entre partidos políticos diferentes, y esperemos que por primera vez todos los españoles puedan sentirse sujetos y no objetos de la acción política.

Manuel Núñez Encabo es catedrático de la Universidad Complutense. Diputado del PSOE por Soria.

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