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Tributo a un gran desconocido

La Academia de Bellas Artes dedica una exposición al conde de Floridablanca, estadista ilustrado y mentor de la expulsión de los jesuitas

La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando rescata desde este lunes en la calle de Alcalá, donde alza su palacio neoclásico, la memoria de uno de los personajes más influyentes y, a la vez, más desconocidos, de la historia de España: José Moñino y Redondo, murciano e hidalgo, distinguido por sus méritos con el título de Conde de Floridablanca. Este hombre, que dedicó su vida al Derecho y a la Política desde los más elevados cargos del Gobierno de la monarquía hispana, cosecharía, entre otros honores, el de llegar a ser Infante de España gracias a sus servicios como principal ministro de Carlos III, conocido como el mejor alcalde de Madrid, a su vez monarca principal de la Europa de su época.

Una exposición evoca su memoria con un relato articulado en torno a 175 piezas, señaladamente pintura, más porcelanas chinas, de Meissen o del Buen Retiro; planos de proyectos arquitectónicos; medallas del reinado carolingio; monedas de época; instrumentos astronómicos, así como enjundiosos documentos y correspondencia personal, oficial y secreta. Todo ello de muy alto valor histórico y testimonial, para informar sobre la vida y la ingente obra de este hombre impar.

Moñino había nacido en Murcia en 1728 en el seno de una familia hidalga. Fue educado por los dominicos y ya desde joven, cobró notoriedad por su ilustración y su cultura, que moldearon una personalidad que le elevaría hasta las más altas esferas de la abogacía -fue el primer español catedrático de Derecho Civil en una institución eclesiástica- y de la política española de su tiempo.

Asumió decisiones vinculadas a la modernización de España de tanto alcance como la generalización de las llamadas ciencias útiles, por oposición a la rigidez escolástica que atenazaba el desarrollo de las ideas en el país o la racionalización de la agricultura, el impulso de las Sociedades Económicas de Amigos del País, la creación del Banco de san Carlos, precedente del Banco de España y la erradicación de la mendicidad o el desarrollo de la Arquitectura, de la cual fue protector. Quizá por ello, la Real Academia de Bellas Artes le rinde homenaje con una jugosa parte de su ajuar manifiesta en cuatro lienzos espléndidos de Francisco de Goya.

Igualmente, decoran la exposición otros retratos de época surgidos de los pinceles de Anton Rafael Mengs, como una soberbia María Luisa de Parma, en su adolescencia, sin nada que ver con la desdentada imagen que de ella ya madura obtuvierael genio de Fuendetodos.

Se exhiben también en la muestra obras de Mariano Salvador Maella, Corrado Quiaquinto, Francisco Bayeu o Pompeo Girolamo Batoni, cuyo retrato del marqués de Roda fascina por su esplendor único, así como una misteriosa vestal, La fe, del escultor Luis Salvador Carmona y la maqueta de un tabernáculo para la catedral salmantina, expresión del cambio de paradigma religioso y artístico de su época, del que Floridablanca paladinamente participara, un tránsito desde el abigarrado barroco de la contrarreforma que ocultaba el ara hasta los baldaquinos neoclásicos a la romana que convertían el altar en protagonista del rito.

Todo lo expuesto se integra en este evento concebido como justo homenaje a un estadista que mantuvo la participación de España en acontecimientos como el apoyo a los revolucionarios norteamericanos en su lucha por emanciparse de la Corona británica.

Así lo demuestran las cartas del Conde de Aranda al valido real Grimaldi, donde le da noticia de sus conversaciones en París con Benjamín Franklin y sus dificultades idiomáticas con los revolucionarios Dean y Lee. También se exhibe un valiosísimo ejemplar de la pragmática firmada por Carlos III en El Pardo, de una decisión de enorme envergadura. Al conde de Floridablanca correspondió informar ante el rey de España, Carlos III, la decisión de extinguir la Compañía de Jesús en 1767 -previamente lo habían decidido Portugal y Francia-, justificarla, además, como embajador español ante el papa Clemente XIV.

"Desde la Monarquía hispánica se percibía entonces el poder de los jesuitas como el de un Estado dentro del Estado", explica Cristóbal Belda, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Murcia. Floridablanca, formado en el espíritu de la Ilustración, amigo de los ideológogos de la Enciclopedia pero regalista acérrimo, perdió su compostura moderada con el estallido de la Revolución Francesa: reprimió con saña a otros ilustrados como Francisco Cabarrús y Jovellanos, aunque también él conoció la desgracia política y fue encarcelado en la ciudadela de Pamplona. Rehabilitado, Moñino terminó sus días en diciembre de 1808, en Sevilla, hasta donde su prestigio y patriotismo le guiaron como Presidente de la Junta Central Suprema, emanación del pueblo español para combatir la invasión napoleónica.

Por cierto, el museo Arqueológico de Lorca ha colaborado con una medalla cuyo envés contiene la letra completa de La Marsellesa. El Conde de Floridablanca fue enterrado con honores de Infante de España.

Gobierno regional y Ayuntamiento de Murcia han impulsado esta exposición, financiada por Caja Murcia y bajo el patrocinio de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales del Ministerio de Cultura, sociedad que preside Soledad López, presente en la inauguración de la muestra, que permanecerá expuesta hasta febrero de 2009.

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