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Consecuencias del fallo del Estatuto
Columna
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Victimismo

Enrique Gil Calvo

La reacción de las instituciones catalanas encabezadas por la presidencia de la Generalitat ante la sentencia del Tribunal Constitucional (TC), cuyos fundamentos jurídicos se conocieron en vísperas de la gran manifestación del sábado, está siendo desaforada y desmedida. Agresión, ofensa, etc., son epítetos demasiado injustos y desde luego desproporcionados si se atribuyen a un dictamen que, mirado con imparcialidad, ha de calificarse como ecuánime. Según se desprendía de las interesadas expectativas mediáticamente creadas, cabía temer una sentencia demoledora por lo inflexible, al estar doctrinariamente fundada en el fiat iustitia et pereat mundus (hágase justicia aunque el mundo se hunda). Y, sin embargo, no ha sido así.

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Los magistrados del TC, evitando la tentación de la soberbia narcisista, han pronunciado un fallo no tanto salomónico como en realidad pragmático, pues permite resolver con relativa facilidad el difícil conflicto jurídico-político al que nos había conducido la imprudente irresponsabilidad que demostró Pasqual Maragall al pactar con ERC su primer Estatut: un artefacto confederal imposible de integrar en el régimen común. Es verdad que, como señaló Francesc de Carreras, el fallo del TC ha supuesto un "serio varapalo" al Estatut finalmente aprobado (La Vanguardia, 30/06/10). Pero si bien el dictamen cierra de una vez por todas la deriva confederal en que se había embarcado el Parlament, sin embargo, respeta en la práctica el gran escollo que planteaba la inmersión lingüística en catalán. Por lo que respecta al Poder Judicial autónomo, es verdad que prohíbe su creación unilateral por vía confederal, como pretendía el Estatut, pero abre la posibilidad de generarlo a partir de una Ley Orgánica federal.

Entonces, ¿a qué viene tanto victimismo como el que manifiestan las instituciones catalanas movilizadas a rebato? ¿Cómo osan representar esa histriónica comparación con la caída en 1715 de Barcelona, si saben al menos desde Marx que la historia solo se repite como farsa? ¿No se dan cuenta de que están cayendo en el populismo völkisch (valga la redundancia) de designar al TC como un inverosímil enemigo exterior, banalizando así el principio de soberanía popular? ¿Por qué hablan de ruptura del pacto constitucional, fingiendo ignorar que el constitucionalismo exige supeditar la voluntad popular al imperio de la ley? En fin, ¿cómo explicar tan melodramática sobreactuación?

Existen varias explicaciones cuyo denominador común es atribuir el victimismo no a la fingida indignación por la sentencia, que en realidad se acepta con alivio aunque se esgrima como coartada de pretexto, sino a segundas intenciones ocultas. En esta línea, la interpretación usual es entenderlo en clave electoral, como una subasta de populismo en la presunción de que los votantes desafectos o emprenyats se inclinarán por la candidatura más victimista. Lo cual demuestra poca consideración por la sensatez o lucidez del ciudadano catalán. Pero es una profecía que se cumple a sí misma, pues si todas las candidaturas compiten en victimismo, los electores no tendrán margen de elección. Otra variante de esta misma puja es atribuirla al común deseo de los partidos catalanes de tapar sus propias vergüenzas (como los casos Palau y Pretoria que afectan a CiU y PSC), ocultándolas bajo el manto farisaico de la dignidad ofendida que se escandaliza rasgándose las vestiduras. Pero aún hay otra explicación todavía mejor.

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La razón principal del actual victimismo de los partidos catalanes es el intento de eludir así su propia responsabilidad por haber generado un problema imposible de resolver. Como el niño que rompe un plato y luego dice "yo no he sido, ha sido aquel", también los firmantes de la primera versión del Estatut (aprobada el 30/09/05 en el Parlament) se niegan hoy a reconocer sus propias culpas y prefieren descargarlas sobre la autoridad jurisdiccional encargada de corregir su error. ¿Qué culpas?: las de haber fabricado un Estatut aberrante, disfrazado bajo la falaz ambigüedad de un presunto federalismo asimétrico que solo pretendía dar gato confederal por liebre federal. Un Estatut que, como sostuve en otro lugar (Claves nº 172, mayo 2007), venía a traicionar el espíritu federalizante del Estado de las autonomías.

De ahí que semejante engendro haya precisado dos severos cepillados. El más enérgico ya se lo imprimió el Congreso, lo que fue aceptado por CiU y PSC pero rechazado por ERC. Y ahora el TC ha tenido que aplicar el mucho más suave cepillado final, lo que dicen rechazar los otros dos firmantes del Estatut original. Pero no hay mal que por bien no venga, pues así se cierra de una vez por todas la falaz deriva confederal en que los socialistas catalanes se embarcaron empujados por los nacionalistas. Esperemos que aprendan de aquel error.

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