Victoria inmerecida, derrota merecida
La política gallega sólo da para escoger entre sota, caballo y rey debido al límite, establecido en la época del Gobierno de Fraga, que impide entrar en el Parlamento con menos del 5% de los votos. En el fondo, la decisión final se reduce a elegir si gobierna o no el PP.
Basándose en un aparato fuerte, Fraga construyó un sistema de poder cuando llegó a Galicia. Utilizó el clientelismo como sistema para comprar voluntades, utilizó los medios de comunicación públicos y financió los privados con sumas de dinero público que no tienen parangón en Europa, lo que le permitió conseguir así su domesticación. Pero esos instrumentos no serían eficaces si no tuviesen un inteligente contenido ideológico y político que Fraga y el que fue su delfín, el fallecido Xosé Cuíña, tejieron y con el que vistieron al PP transformándolo en un PPdG. Ese PPdG fue casi un verdadero partido nacional gallego, con dirección política propia y que interpretó la cultura gallega y el galleguismo como una forma de populismo, pero que consiguió una gran identificación de amplios sectores sociales con esa idea de Galicia. Naturalmente, la otra cara de la propaganda autoritaria es siempre la censura y la infamia sobre los rivales.
Pero, tras la convulsión social que desencadenó el Prestige y luego la guerra de Irak, un sector social que se mantenía en la abstención ante un dominio tan abrumador, acudió a votar y decidió el cambio posible, la alianza de socialistas y nacionalistas gallegos, dos fuerzas escuálidas por años de oposición. Ambos fueron aupados a la Xunta para que hiciesen otras políticas y gobernar de otra manera, pero esa ciudadanía que se había implicado emocional y políticamente llegó ayer a las urnas no desencantada, sino enfadada con ellos. Un enfado más duro del que imaginaban Touriño y Quintana. Sin duda, el bipartito hizo una buena gestión en determinadas áreas, incluso obtuvo buenos resultados económicos y una mejora de la cobertura social, pero no supo hacerlo visible y, en cambio, dejó al descubierto sus debilidades. Como si la vieja política, el fraguismo, fuese un gas que flotase en despachos y autos oficiales, impregnase las moquetas y se apoderase de sus sucesores en la Xunta. En estos años hemos visto demasiado continuismo y poco cambio. Y las bases sociales, allá lejos. La pérdida de votos es insignificante comparada con la destrucción de la ilusión y la esperanza de la ciudadanía que los votó para echar a andar otra Galicia.
Lo que aumentó la distancia y multiplicó el enfado fue un fenómeno nuevo en Galicia, el papel jugado por la prensa. Se puede decir que una cabecera gallega y otra madrileña condujeron la campaña electoral hasta este resultado. Las insidias, las mentiras, el insulto, la destrucción de la fama personal han sido las armas para conquistar una Xunta que otros no supieron defender. Este PP, vaciado de contenido político gallego, sometido a las estrategias de la calle de Génova, obtuvo una victoria inmerecida, pero el PSdeG y el BNG tuvieron una derrota ganada. Aunque una derrota así la paga el conjunto de la sociedad, condenada a no tener verdaderas oportunidades de alternancia.
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