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Las consecuencias del 22-M
Columna
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Zapatero y el 15-M

Fernando Vallespín

La visión general de la política con la que el joven Zapatero emergió en la vida pública nacional no difería sustancialmente de la del Movimiento 15-M. Su pretensión última, recordemos, consistía en insuflar un conjunto de valores en la vida política que rompieran con muchas de las típicas inercias sistémicas, como la despiadada polarización entre amigo y adversario político o el inexorable juego de exclusiones públicas de importantes sectores de la vida social. Frente a ello se trataba de fomentar la participación ciudadana y la transparencia en la acción de los poderes del Estado. El objetivo último era acceder a una sociedad de ciudadanos en la que cada uno pudiera mirar a los ojos de los otros sintiéndose plenamente libre e igual; acabar, a la postre, con la rígida escisión entre gobernantes y gobernados y limar las distancias entre un sistema de poder tecnocratizado y distante y la gente común. En suma, reivindicar la política en toda su fuerza creativa e integradora frente a las inercias de la gestión y el interés partidista.

Uno rinde cuando es eficaz y cuando es votado por los ciudadanos
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Cuando los jóvenes le gritaron eso de "Zapatero no nos falles" seguramente sabían ya cuáles eran las dificultades de trasladar todos esos principios a la práctica. Era una advertencia que desvelaba también implícitamente un cierto escepticismo. Pero apostaron por él. La ironía es que, siete años después, esos y otros jóvenes salen a la calle para mostrarle el espejo de lo que pudo ser y no fue. Y su mensaje no puede ser más claro: dentro del sistema político tal y como está concebido no hay espacio para ningún devaneo utopista. Renunciemos, pues, a la reforma de la política democrática "desde dentro" y construyamos un discurso propio desde los márgenes del sistema. Que este no llegue a tocarnos siquiera, porque su mero roce nos contamina, nos contagia de esa enfermedad de toda política establecida llamada "posibilismo", pragmatismo y contingencia.

Visto desde esta perspectiva que nos ofrece el nuevo Movimiento 15-M, Zapatero emerge así como un héroe trágico engullido primero por la gestión cotidiana, la cruda lucha partidista y las dificultades por sortear las imágenes que sobre él van trasladando los medios de comunicación; luego, por la propia crisis de lo político en tiempos de la globalización, para al final -y esto está por ver todavía- acabar siendo devorado por los suyos. Es el sistema, sí, donde quienes en él se introducen salen casi siempre escaldados, y donde las buenas intenciones no sirven de moneda de cambio frente al rendimiento político puro y duro. Y uno rinde cuando es eficaz, medido en términos de las agencias de calificación, y cuando es votado por los ciudadanos.

La pregunta del millón, y esto debería inquietar a quienes nos preocupamos por la democracia, es ¿qué pasa ahí dentro, en el sistema, para que quien lo penetra se transforme y salga después convertido en otra cosa? Pues pasa -y estamos hablando de percepciones, claro está- que dicho sistema aparece como una caja negra, en el sentido con que la cibernética y la teoría de sistemas dota a este término. Sería algo así como una estructura opaca desde el exterior, que sabemos cómo funciona solo en cuanto que podemos contemplar lo que entra y sale de ella, pero cuyas lógicas internas se nos escapan desde fuera. La imagen que de ella nos traslada la nueva oposición del 15-M lo presenta como el lugar que habita la clase política, convertida ahora en una especie de nueva nomenclatura, más atenta a sus intereses de partido que a los intereses generales; más fijada en oponerse a su adversario -con quien a la vez se identifica como miembro de la propia "clase"- que en clarificar los problemas comunes y buscarles una solución; y siempre dispuesta, por lo tanto, a hacer una lectura de la realidad "partidista", de forma que esta se pliegue a su estrategia política concreta. Viven así en una situación parasitaria y de mutua dependencia con los medios de comunicación.

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Es posible que esta haya sido la razón que ha llevado a los jóvenes y no tan jóvenes del 15-M a optar por el modelo opuesto, el del panóptico. Sus campamentos se ofrecen a la vista de todos por Internet, y podemos acceder a sus asambleas. Y si han saltado a la calle desde el ciberespacio es precisamente por eso, por hacerse "presentes" y poder someterse así a la mirada de todos, no solo a las de sus seguidores. ¿Ingenuos? puede, pero al menos nos han arrojado a la cara nuestras propias limitaciones y deficiencias "sistémicas".

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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