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Columna
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Zapatero, sucesor de Zapatero

José María Ridao

No deja de resultar un contrasentido que el partido socialista pretenda presentar su debate sucesorio como un arma para la victoria electoral cuando, en realidad, es expresión de un miedo cada vez más generalizado a la derrota. Un miedo que no está alimentado tanto por las encuestas, abiertamente desfavorables desde mayo, como por la convicción de que el presidente del Gobierno no está a la altura. Con dos años de legislatura por delante, y un líder de la oposición que, como gran estrategia para llegar a La Moncloa, debe dosificar sus apariciones en público para que el electorado no se espante, nada estaría decidido. Pero a condición de que el presidente del Gobierno hiciera lo que los miembros de su entorno dan por descontado que no hará. Y no por hondas convicciones políticas, sino porque a la portentosa capacidad para cometer errores que ha demostrado une la peor de las actitudes para corregirlos: la de sostenerla y no enmendarla. Antes, confiado en una suerte que, según se decía, siempre le acompañaba; ahora, entregado a no se sabe qué extraño fatalismo.

No sólo las decrecientes expectativas electorales, sino también la percepción internacional sobre la situación económica de España exigirían enviar mensajes contundentes desde la presidencia del Gobierno, tanto en los equipos que se nombran al frente de las áreas ministeriales decisivas como en las medidas que se adoptan. Hasta ahora, sin embargo, la elección de los miembros del Gabinete, salvo rarísimas excepciones, no ha recibido mayor consideración que la de una pasarela bajo los focos en la que el artista se propone sorprender al público. Pero, además, sorprenderlo en todas direcciones, tanto por mantener en sus puestos a quienes, de entrada, ya tenían pocas cualificaciones para estar en ellos, como por sacar a escena a figuras inesperadas e, incluso, insólitas, como si se tratara de gastar un buen bromazo a los ciudadanos. El resultado es el que están reflejando las encuestas o emitiendo los foros internacionales como el de Davos: en cuanto las cosas han empezado a venir mal dadas, el presidente no ha podido proteger su credibilidad detrás del Gobierno porque él quiso que no hubiera un Gobierno capaz de protegerla, sino un colegio de figurantes en torno a su persona.

Se da por descontado que tendrá que haber crisis de Gobierno después de la presidencia de turno de la Unión Europea. Es decir, lo que se imaginó como la gran ocasión para que el Gobierno retomase la iniciativa frente a un Partido Popular que se echa en brazos de la demagogia en cuanto se olvida de callar para no asustar, como se ha visto en sus escalofriantes discursos sobre la inmigración o la cadena perpetua, se ha convertido, sin embargo, en un nuevo motivo para la parálisis. La urgencia de actuar se ve impedida, en efecto, por el hecho de que nada puede hacerse hasta después de la presidencia europea. Y las dudas acerca de lo que el presidente del Gobierno haga entonces son las que, se reconozca o no, están alimentando el runrún sucesorio dentro del propio partido socialista. Si se mantiene en sus caprichos anteriores para formar equipos, aunque para justificarlos recurra de nuevo al ortegajo de las generaciones o a la exhibición ostentosa de la paridad, no sólo su credibilidad recibirá otro golpe, sino que quedará más indefensa ante los muchos contratiempos que pueden producirse hasta las próximas elecciones.

En cualquier caso, ni dentro ni fuera del partido socialista tienen sentido las dudas acerca de quién debería ser el candidato en 2012. Debería seguir siendo el mismo, entre otras razones porque gran parte de lo que vaya a suceder entonces podría quedar zanjado con las decisiones que adopte a partir del 30 de junio en relación con la, al parecer, inevitable crisis de Gobierno. En lugar de fomentar las incertidumbres sobre el cartel de las próximas elecciones, o de poner en circulación la fantasía de que, bien usada, bien ajustada al comodín del "manejo de los tiempos", esa incertidumbre podría ser un arma, los dirigentes y militantes más conscientes y capaces del partido socialista tendrían otros asuntos de los que preocuparse. Primero, de que el próximo Gobierno no se parezca ni de cerca ni de lejos a los anteriores y, segundo, de que las listas electorales para 2012 no sean víctimas de la jibarización que la actual dirección ha llevado a cabo en todas las instancias políticas que controla. De eso dependerá la mayor exigencia al Gobierno en caso de nueva victoria, como también una gestión de la derrota con más posibilidades si finalmente esa victoria no llegase.

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