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Columna
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El amigo y el enemigo

Josep Ramoneda

Nada mejor para recuperar la moral de la tropa que señalar al enemigo. El PSOE, en apuros, vuelve a la concepción de la política como lucha entre el amigo y el enemigo que teorizó Carl Schmitt. Mientras Elena Salgado rendía pleitesía a los mercados y a sus portavoces, José Blanco afinaba el contraataque. Zapatero había insinuado la existencia de una conspiración antiespañola, originada en terminales mediáticas a las que algún maligno compatriota de la derecha tendría acceso. Blanco dejaba de lado los ensueños conspiratorios, que sólo sirven para confirmar la debilidad y la inseguridad del que los sufre, para plantear un conflicto de calado: los mercados financieros contra los Gobiernos partidarios de regularlos. Zapatero ya no estaría solo porque esta doctrina le alinea con Obama. El pueblo de izquierdas ya tiene un malvado enemigo al que culpar de las desventuras del Gobierno socialista. Por fin, alguien señala con el dedo a este ente sin rostro preciso al que llaman mercados financieros, que nos hundió en la crisis y ahora pretende sacarnos de ella con una verdadera contrareforma social. Planteado el conflicto en estos términos, ya sólo queda difundir una imagen del PP como partido insensible a los intereses del país, que calla en vez de defenderlo de los ataques exteriores. Para completar la estrategia, Zapatero, otro tumbo más de los muchos que ha dado últimamente, anuncia más ayudas para los parados y garantiza a los suyos que "nunca perjudicará a los más débiles". Los maliciosos dirán que entre los mercados y los sindicatos Zapatero ha vuelto a escoger a los sindicatos. El hecho es que a la hora de la verdad, cuando se ve con el agua al cuello el PSOE vuelve a las posiciones clásicas: izquierda reformista frente a una derecha de contrareforma.

El presidente Zapatero no habría entrado en barrena si hubiese asumido antes la crisis

Pero, ¿está Zapatero en condiciones de recuperar las voluntades perdidas? Algún día, Zapatero se dará cuenta del inmenso error que cometió al tardar tanto tiempo en reconocer la realidad y la profundidad de la crisis. Si la hubiese asumido desde el inicio, si hubiese tomado alguna decisión drástica e impopular al principio, como uno de sus ministros sugería, para que la gente entendiera que el Ejecutivo era consciente de la gravedad de la situación y obraba en consecuencia, el presidente no habría entrado en barrena. Lo más importante de la semana pasada, la semana de los giros y contragiros del Gobierno y de la cascada de malas noticias sobre España, ha sido el impacto psicológico negativo sobre la población. La ciudadanía creía que estaba empezando la salida de la crisis y, de pronto, ha tenido la sensación de estar en el peor momento. Y se ha caído en la cuenta de que en los próximos meses muchos parados perderán el subsidio de desempleo y muchas empresas ya no podrán resistir más las restricciones de crédito. El presidente afronta una crisis de confianza muy difícil de recuperar. Además, al tiempo que relanza su estrategia de confrontación izquierda-derecha, tendrá que seguir, de algún modo, rindiendo pleitesía a los mercados porque España necesita dinero y alguien lo tiene que vender. De modo que lo más probable es que el presidente siga dando bandazos. Es decir, desorientando al personal.

Juega en cambio a favor del presidente el irresponsable comportamiento de Mariano Rajoy. Puede que efectivamente la crisis estrangule a España y el poder caiga en las manos del PP. Y las estrategias ganadoras acaban siendo aplaudidas porque la política no sabe de criterios morales sino de resultados. Pero con una situación económica y social tan delicada, la actitud de Mariano Rajoy de no proponer ninguna de las recetas que dice poseer y de ni siquiera opinar sobre los temas que están en debate por puro ventajismo, por no tener que decir que está a favor de variar el cómputo de las pensiones y de alargar la edad de jubilación, es sencillamente inmoral. Que España se hunda para que me salve yo. Y después dirán que no se mueven por intereses personales.

Una de las muchas causas de desafección política es que la ciudadanía no entiende que en situaciones de emergencia los dirigentes políticos no sean capaces de pactar y de compartir la hoja de ruta. Tanto el PSOE, resucitando la lógica de la confrontación, como el PP instalado en el "cuanto peor, mejor" desoyen este mensaje. Es cierto que la confrontación es la esencia de la política, lo que, finalmente, moviliza al personal. Pero, en tiempos de zozobra, acierta CiU proponiendo un pacto de Estado contra la crisis: es lo que la ciudadanía quiere oír.

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