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A buenas horas...

La Iglesia vasca nos ha acostumbrado a espectáculos raros, pero esta vez ha rizado el rizo. Los obispos vascos se han acordado ahora de que no se habían acordado en 73 años de que 14 sacerdotes fueron ejecutados por las tropas franquistas. Más duró la condena de Copérnico, que les llevó cuatro siglos la petición de perdón. Los reflejos eclesiásticos van mejorando.

En los primeros meses de la sublevación militar, los franquistas pasaron por las armas a varios curas vascos, la mayoría nacionalistas y sin ningún tipo de juicio. El PNV había optado por la defensa de la República. Era el único partido católico que tomó esta opción, lo que irritó a los mandos sublevados, cuando legitimaban su sublevación por la defensa de la religión. Fue el trasfondo de la persecución a los curas vascos.

Más que de enmendar el error, se trata de quedar bien con los suyos
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La iniciativa eclesiástica de reconocer en 2009 a los sacerdotes asesinados tiene un aire peregrino. Ocasiones ha tenido la Santa Madre Iglesia de enmendar su olvido. Sus fieles, y los que no lo son, hubieran agradecido el remedo en las décadas de la dictadura. A la justicia le hubiese añadido el arrojo. Se les pasó también la Transición, cuando los demócratas rescataron del olvido a los represaliados. Los siguientes treinta años de democracia se le fueron en otros menesteres. La Iglesia vasca asistió con parsimonia, hace un par de años, a la canonización de religiosos víctimas de los republicanos. Y así la solemnidad con la que ahora los obispos vascos quieren reparar la desmemoria no se sabe si es para reparar su olvido de 73 años o un intento de subsanar su descuido cuando la canonización. ¿Quiere cerrar de esta forma el ciclo histórico de la Guerra Civil, quizás todavía abierto para esta Iglesia, o todo consiste en lavar la cara ante su feligresía nacionalista?

Todo indica que, más que enmendar el error, que no lo hizo cuando tocaba, trata de quedar bien con los suyos. La gesta es verdaderamente chocante, pues a nadie se le ocurriría que la actual Iglesia vasca tiene alguna complicidad con la que tachó de Cruzada la sublevación militar. Por eso esta iniciativa extemporánea tiene un punto de surrealismo. Es como si el Gobierno democrático español se culpabilizase en 2009 de las víctimas que causó el franquismo al acabar con la democracia. Si usa tales criterios, en verdad el reino de la Iglesia no es de este mundo.

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Bien está que se honre a las víctimas del franquismo, religiosos o no, pero asombra esta puesta en escena en la que la Iglesia vasca, como compungida, se presenta como reparadora de indignidades históricas. A buenas horas mangas verdes.

Ojalá que en vez de subsanar errores eclesiásticos de hace 73 años hiciese contricción sobre sus posturas dubitativas de estos últimos años, en los que también está presente el debate entre los demócratas y la barbarie. No son incompatibles la memoria histórica y la ética del presente, pero quedarse en aquélla suena a impostura.

Manuel Montero es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.

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