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Columna
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Los buhoneros de la ruina

No es imposible que la nueva ofensiva de los mercados financieros internacionales contra la deuda exterior de los países periféricos de la eurozona, que ya ha obligado a Irlanda a aceptar el plan de rescate de la Unión Europea y que extiende ahora su amenaza a Portugal, pudiera incluir a España entre sus próximos objetivos. Sobre todo si el principal partido de la oposición siguiera difundiendo en paralelo la catastrofista especie de la "ruina" económica producida por la incompetencia "concienzuda, voluntariosa y perseverante" del infiable Gobierno de Zapatero.

Durante el Pleno del Congreso sobre desempleo celebrado el pasado jueves, los sentimientos de aparente condolencia de Rajoy por los dramas humanos subyacentes a los datos estadísticos apenas lograron disfrazar su euforia ante los demoledores efectos del paro sobre el apoyo electoral de los socialistas. Abstracción hecha de las culpas de un Gobierno que infravaloró durante demasiado tiempo la gravedad para España de la crisis internacional, la demagógica instrumentalización del desempleo y la sombría caricatura de la situación económica ofrecidas por el presidente del PP refuerzan irresponsablemente los ataques contra la deuda.

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La monocorde exigencia de elecciones anticipadas como única vía de salida a la crisis, reiterada después de que el PSOE pactase con PNV y Coalición Canaria una coalición mayoritaria para el resto de la actual legislatura, forma parte de la misma atropellada estrategia de los populares dirigida a conquistar el poder. La Constitución ofrece un marco parlamentario idóneo -la moción de censura- para cambiar de presidente del Gobierno sin necesidad de nuevas elecciones y para que el líder de la oposición pueda exponer con todo detalle y sin apreturas de tiempo su programa alternativo.

Aunque en la práctica ese instrumento no haya servido todavía para designar a un nuevo presidente, la moción de censura ha sido utilizado dos veces (en 1980 por el PSOE y en 1987 por Alianza Popular) con el objetivo de que los líderes de la oposición (Felipe González y Antonio Hernández Mancha) pudieran dar a conocer su oferta a los diputados y a los ciudadanos.

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Rajoy, sin embargo, ha preferido seguir el cazurro ejemplo de José María Aznar, que se refugió en el burladero para no correr el más mínimo riesgo a la espera de una segura victoria en las urnas. Rajoy hubiera podido aprovechar ese mecanismo parlamentario a fin de demostrar que tiene un programa coherente para salir de la crisis en lugar de comportarse en los debates económicos como un silencioso convidado de piedra que calla cuando le conviene o como un ruidoso buhonero que vende lugares comunes, recomendaciones estereotipadas y sonrojantes simplezas.

En el Pleno del Congreso de la pasada semana, Rajoy atribuyó el desmesurado crecimiento del desempleo a la personalidad y a la política de Zapatero. Cuatro millones ochocientos mil parados "ni surgen de repente ni se acumulan sin más": son el fruto de "una incompetencia concienzuda, voluntariosa y perseverante". El actual presidente del Gobierno "heredó un país próspero y lo deja en la ruina: se le dejó al alcance de la mano el pleno empleo y ha sembrado España de familias en paro". El principal problema de la economía española es Zapatero; mientras siga en el poder será imposible "que amanezca para los parados" a la luz de la cadena causal formada por la recuperación de la confianza, la circulación del crédito, el relanzamiento de la inversión y la creación de empleo.

Ese diagnóstico incluye un remedio -no menos elemental- para la cura: bastará con la victoria electoral de Rajoy para que los mercados financieros internacionales se calmen, los empresarios inviertan, la productividad mejore, las exportaciones suban, el interés de la deuda baje, se reduzca el déficit público y la economía española emprenda el camino virtuoso del pleno empleo. Si algún periodista impertinente preguntase al sedicente taumaturgo por los procedimientos que se propone aplicar para conseguir ese milagro económico, Rajoy bien podría obsequiarle con la misma respuesta que dio Aznar a otro entrevistador curioso cuando ya estaba en el poder: "El milagro soy yo". Un milagro tanto más admirable cuanto que los índices de popularidad, confianza y valoración del líder del Partido Popular en los sondeos se encuentran hoy por debajo de los modestos porcentajes -ya en sí mismos deteriorados- del presidente Zapatero.

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