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El regreso de Haidar a El Aaiún

El campamento de apoyo también 'vuela'

José Naranjo

En el aeropuerto de Lanzarote circulaba una broma estos días: "Si Aminetu se queda un par de semanas más, su gente nos ocupa toda la terminal". Han sido 32 días acompañando a Aminetu Haidar en el aparcamiento de autobuses del aeropuerto y el campamento había ido creciendo. Ayer, en unas horas, desaparecieron las sillas y las tablas que hacían de mesas, los ordenadores, las mantas, los sacos de dormir, los carteles y hasta la antena de televisión que Hamudi había instalado en el techo para ver los telediarios cada tarde.

Y es que la broma tenía algo de verdad. Durante esos 32 días, una treintena de personas ha trabajado en dos improvisadas mesas bajo la marquesina que cubría del sol. El peor momento se vivió durante los tres días de lluvia de la última semana, cuando cables y ordenadores se mojaron por las gotas filtradas desde el techo de aluminio.

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Ayer todo eso era un recuerdo. Tras una larga noche que concluyó con un guiso de hígado traído en una gigantesca olla, tocaba madrugar para desmontar el campamento. Las caras reflejaban cansancio y satisfacción. Pasaron casi todos para despedirse: Fernando Peraita, pegado a su portátil, y Edi Escobar; la abogada Inés Miranda; Man, el cámara saharaui que no pudo aguantar las lágrimas cuando vio a Haidar retorcerse de dolor antes de ser hospitalizada; El Mami, activista de Smara... Mohamed, un joven saharaui residente en Lanzarote que ha hecho de todo, desde repartir té hasta vigilar por la noche, lo resumía con una frase: "A partir de ahora ya nada será igual para ninguno de nosotros".

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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