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Columna
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El canto del cisne

Josep Ramoneda

En cierta ocasión, oí decir a Javier Solana que España lo tiene relativamente sencillo en política internacional: hacer lo mismo que Francia, pero un poquito menos. El presidente Zapatero parece haberle escuchado. Sarkozy y Zapatero son dos políticos en apuros, que se han quemado ante sus electores, con estilos distintos pero por razones parecidas. Ambos han sufrido el desgaste de la crisis, por supuesto, pero ello no les distinguiría de ninguno de sus colegas. Sarkozy ha practicado un hiperactivismo sin tregua que ha agotado a los franceses; Zapatero se ha eclipsado varias veces durante una legislatura que ha sido una amarga travesía. Pero, como dice un amigo francés, hay cierta superficialidad compartida que les iguala.

Ya es hora de que Europa asuma responsabilidades. Y este conflicto concierne a Europa más que a nadie

De pronto, los dos gobernantes se han encontrado con un conflicto que les otorga protagonismo y poca contestación. Después de tanto trance parlamentario, Zapatero acaba de vivir una votación que roza la unanimidad parlamentaria. Se trataba de validar la participación española en la intervención en Libia. Y solo un sector de la izquierda irredenta, representado por Llamazares, que no ha renovado la óptica de sus gafas ideológicas desde hace décadas, opuso resistencia, incapaz de distinguir las víctimas de los verdugos. Ni siquiera al PP, al que seguro que se lo pedía el cuerpo, se le ocurrió acompañarle en la grosería de comparar la intervención en Libia con la guerra de Irak. Mariano Rajoy, por un día, optó por el pudor. Sabe que activar los frames de aquella guerra siempre acaba yendo en su contra. Fue un trámite de apoyo al Gobierno en una decisión que no provoca entusiasmo pero que era imprescindible si no se quería dar una señal catastrófica cara a la oleada de cambios en el mundo árabe. Ante tanta mesura, era imposible no recordar uno de los momentos más obscenos de la historia de la democracia española: el día en que el presidente Aznar y los diputados del PP celebraron con gran alborozo haber ganado la votación para ir a la guerra de Irak.

La Operación Amanecer de la Odisea puede ser el canto del cisne de Sarkozy y de Zapatero. Su suerte ante sus electorados difícilmente va a cambiar. Pero pueden haber contribuido positivamente a uno de los acontecimientos de estos años que quedarán en los libros de historia: el inicio de la transición democrática en los países árabes. Y, sin embargo, esta intervención plantea algunos interrogantes. El más importante y el más repetido de todos es: ¿cuál es su verdadero objetivo? Como dice Rony Brauman será difícil poder hablar de misión cumplida porque no sabemos cuál es la misión. Se ha insistido, desde EE UU como desde España, que el objetivo no es cargarse a Gadafi. Es un mal planteamiento: si Gadafi no cae no habrá solución pacífica ni democrática para Libia. Confiarlo todo a que, una vez evitada la masacre y debilitado el ejército libio, la salida de Gadafi se dará por añadidura por la vía diplomática, me parece un cuento de hadas. El problema de estas actuaciones no está en empezarlas sino en cómo acabarlas. Sin embargo, no es cierto que siempre acaben mal. Hay dos casos recientes exitosos: Timor y Sierra Leona. Y hay un caso catastrófico por omisión: Ruanda. Si entonces Kofi Annan y Francia no se hubiesen desentendido, se habría podido evitar un genocidio.

Otra de las sombras es la escasa convicción que exhiben la mayoría de miembros de la coalición. A Obama le ha costado mucho decidirse y ha mostrado desde el primer momento que su compromiso tenía límites. Es cierto que ya es hora de que Europa asuma las responsabilidades que le corresponden. Y este conflicto concierne a Europa más que a nadie. Pero el escepticismo americano no facilita la cohesión de la empresa. Angela Merkel hace tiempo que ha optado por la estrategia de hacerse antipática entre los europeos y de elevarse por encima de la Unión. Hay momentos en que parece como si Alemania quisiera entrar como potencia por sí sola, al margen de Europa, en el juego de la geopolítica multipolar. Con Berlusconi sintiendo pena por Gadafi, en realidad la operación está en manos de Sarkozy, de Zapatero y de Cameron. A ellos corresponde salvar el honor de una Europa gastada que ha estado a punto de dejar al Norte de África a su suerte. Pero esta inesperada oportunidad de retorno al primer plano, no está exenta de riesgos para Sarkozy y Zapatero. La guerra aséptica, las acciones militares con preservativo, son muy complicadas. Si Gadafi no es expulsado, se puede dejar a Libia empantanada para mucho tiempo.

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