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Columna
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La cuadratura del círculo

Josep Ramoneda

¿Qué ha pasado en los últimos siete años en la política española para que nos encontremos en vigilias de una contienda electoral de la que saldrá elegido presidente del Gobierno el número dos de Aznar (Mariano Rajoy) o el número dos de Felipe González (Alfredo Pérez Rubalcaba)? ¿Cómo se explica que estos siete años tan agitados hayan sido tan poco fértiles en ideas y en personalidades políticas? La respuesta fácil es decir que es culpa de la crisis. Una de las muchas consecuencias negativas de la crisis es que sirve para justificarlo todo, es decir, para no reflexionar sobre nada. Las crisis generan inseguridad y miedo en la ciudadanía. En la promoción de Rajoy y de Rubalcaba podríamos ver una cierta forma de regresión psicológica colectiva. A falta de líderes nuevos que ofrezcan confianza, el país se acoge a quienes evocan a través de sus figuras a dos personalidades como Aznar y González que, cada uno a su modo, transmitían autoridad y claridad de objetivos. Lo que mucha gente echa de menos.

No sé si la autoridad de Rubalcaba será suficiente para romper el desencanto

Pero este vacío político también tiene que ver con el enquistamiento de la clase política a la que las reivindicaciones del Movimiento 15-M hacen reiterada referencia. El espacio político oficial -el de los partidos políticos institucionales- se ha hecho muy estrecho. Un movimiento tan reformista como el de los indignados lo pone de manifiesto. Tengo en mis manos las propuestas aprobadas en asamblea en la Puerta del Sol y la mayoría de ellas deberían poder ser asumidas por la izquierda socialdemócrata y varias de ellas incluso por la derecha. Y, sin embargo, a los líderes políticos se les ve muy lejos. De todos los problemas de España, hay uno que es el que mejor expresa la dimensión de una crisis que no es solo económica, sino social, moral y política: el 43% de paro juvenil. ¿Algún político ha propuesto a los jóvenes algo más que sugerir que se busquen trabajo en el extranjero?

En este contexto, algunos preguntan si la victoria de Rubalcaba es posible. La victoria de Rubalcaba es improbable. Pero la cuestión es otra: ¿cómo debía responder un partido abrasado por la manera en que ha afrontado la crisis a un desafío electoral que requiere restablecer la empatía con una gran parte de la sociedad que le ha abandonado?

La pérdida de confianza en su líder, Zapatero, y de rebote, en la marca, ha paralizado al PSOE. Y en una situación de parálisis es muy difícil avanzar. Las estructuras partidarias son muy rígidas, y los grandes baldeos solo son posibles cuando se ha perdido el poder de un modo estrepitoso. La derrota no es garantía de cambio, el PSOE lleva años siendo goleado en Madrid y Valencia y allí siguen enrocados los que cada día hunden un poco más la organización, pero es condición de posibilidad.

La cuadratura del círculo que el PSOE se propone es afrontar unas elecciones con un candidato que se presume que es el más cualificado de los miembros de un Gobierno que viene perdiendo apoyo sin parar desde hace tres años. Es tan complicado el desafío que uno se pregunta si el PSOE va a ganar o solo busca evitar la mayoría absoluta del adversario sin atributos precisos que tiene enfrente. La estrategia viene condicionada por el capricho personal del presidente del Gobierno. Zapatero, que por fin ha admitido la pérdida de confianza en su persona, ha decidido no volver a presentarse pero se ha enrocado en la presidencia del Gobierno y en la secretaría general del partido. Para mantener el enroque ha optado por unas primarias con candidato predeterminado, por la vía de la eliminación forzada de la candidata alternativa. No es un dedazo, porque Zapatero no tiene la autoridad que tenía Aznar en el partido cuando impuso a Rajoy como sucesor. Es un pacto en la cúspide que deja a Rubalcaba ante una misión imposible: para ganar necesita que cunda la idea de que la culpa de todo es de Zapatero, y no del PSOE, y tiene que hacerlo tutelado por Zapatero. Desde esta posición, sin el refrendo de un congreso que le diera el poder del partido y la plena legitimidad, tiene que conectar con todos los indignados de distinta gradación -los de la calle y los muchos que no se han movido de casa- que no se han sentido ni amparados ni liderados por el Gobierno en esta crisis. No le negaré a Rubalcaba autoridad e inteligencia. Pero francamente no sé si será suficiente para cuadrar el círculo y romper el desencanto.

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