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Último debate del estado de la nación de Zapatero
Columna
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Una despedida frustrada

Josep Ramoneda

El objetivo de Zapatero en el debate del estado de la nación era salvar su balance y dar sensación de normalidad en el ejercicio de sus funciones. El objetivo de Rajoy era consolidar el clima de fin de ciclo que ya está instalado en la sociedad, pidiendo elecciones por enésima vez.

La tarea de Rajoy era relativamente fácil. Que la legislatura está agotada es de dominio público; por tanto, su ejercicio era redundante. A base de apostar por lo evidente, que la crisis ha quemado al Gobierno, Mariano Rajoy se consolida como aspirante a presidente por defecto. La ciudadanía ve que las cosas no funcionan y, en estos casos, la democracia, a diferencia de los demás regímenes políticos, ofrece la opción del cambio sin trauma. Por pura higiene democrática, Rajoy debería hacer algún esfuerzo para merecerlo.

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La tarea de Zapatero era misión imposible. Las cosas son lo que son y la percepción de ellas que se ha instalado en la sociedad. Seguro que es cierto que las desregulaciones propiciadas en los años del aznarismo, y su apuesta por el poder financiero -para hacer de Madrid capital global del espacio iberoamericano- y por la construcción, debilitaron el sistema, que fue devorado por la crisis. Pero ocurrió hace tiempo y ni siquiera a los que se dejaron engañar entonces y ahora no pueden pagar la hipoteca, se les ha ocurrido que fueran aquellas políticas las causas de sus desgracias. Las cosas les van mal ahora. Y ahora mandan los socialistas. Seguro también que las bases de protección social y de ayudas varias que los Gobiernos de Zapatero han creado son útiles para atemperar los golpes de la crisis, pero la realidad del malestar es demasiado fuerte para que la gente perciba el valor de estos mecanismos. Por tanto, el discurso de Zapatero, revaluando su herencia, solo podía quedar a beneficio de inventario. Para hacer pedagogía eficiente se necesita cierta autoridad. Y Zapatero, en este momento, no la tiene.

El resultado de este cruce de objetivos fue desolador. Creo que hay una enorme confusión en la clase política respecto a la salud de nuestra democracia. Toman el hecho de que la gente vaya a votar como un salvoconducto a la impunidad y están muy equivocados. Primero, hay mucha gente que no va votar (bastante más del 40% en las últimas municipales); segundo, la gente que va a votar lo hace, muy a menudo, por un gesto de civismo y por el mal menor, pero sin que en su papeleta conste un aval incondicional a la clase política, ni mucho menos. Cuidado, por tanto, en confundir voto con bula. Y en creer que la democracia solo concierne a la ciudadanía una vez cada cuatro años.

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Zapatero perdió la ocasión de buscar la empatía con los ciudadanos. Ahora ya no se espera nada de él. De modo que la única forma de conectar con la gente era volver, por un momento, al terreno de lo sensible: transmitir en su discurso lo que transmite su rostro actualmente, una profunda tristeza (¿alguien se acuerda de su famosa sonrisa?), una sensación de amargura porque todo haya salido tan mal. Creo que Zapatero no es un cínico, y, en cambio, no ha sabido transmitirlo porque está demasiado parapetado detrás de una piel de elefante que le ha alejado de la realidad. Sus éxitos en la modernización de España en materia de costumbres y libertades y en la derrota de ETA son indudables. Pero ha resultado que, a la hora de la verdad, solo ha contado la economía. Y no supo corregir la herencia que ahora critica. Él también se dejó llevar por la quimera del oro. Su figura ya está descompuesta a ojos de los ciudadanos. Y él se empeña en aguantar el tipo hasta el final.

Rajoy a piñón fijo: elecciones. ¿Cuántas veces ha pedido este hombre elecciones en su vida? Sin duda, es más fácil pedir elecciones que decir para qué. Pero Rajoy sabe que hay una pulsión de cambio a lo que sea. Y con eso le basta. Sin embargo, con su empeño en poner el acento en las elecciones y no en los objetivos, da más argumentos a los que piensan que los políticos no tienen otro objetivo que conquistar el poder y que el interés general les tiene sin cuidado. A mí, francamente, me cuesta mucho entender que los electores no penalicen a un partido que solo ha jugado a cuanto peor mejor. Pero también me costaba entender que votaran listas electorales cargadas de imputados en casos de corrupción y, sin embargo, ganó Camps.

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