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El enigmático jurado de Camps

En el juicio de los trajes se han visto pruebas contundentes del cohecho, pero por las reacciones de quienes emitirán el veredicto, el resultado parece abierto

En las cuatro semanas de juicio contra Francisco Camps y Ricardo Costa por aceptar presuntamente regalos de la trama corrupta Gürtel se han visto pruebas contundentes y en algunos casos sonrojantes contra los acusados. ¿Quiere eso decir que el sentido del veredicto parece claro? Ni mucho menos.

La suerte del expresidente y del ex secretario general del PP valenciano está en manos de nueve ciudadanos: seis hombres y tres mujeres, la mayoría jóvenes, sin experiencia en procesos judiciales y vecinos de la provincia de Valencia. Para que los acusados sean condenados hace falta que siete voten en este sentido. La absolución requiere, en cambio, cinco votos. Atendiendo solo a sus reacciones, el resultado parece abierto.

La condena exige siete de los nueve votos; la absolución, tan solo cinco
Ningún testigo declaró haber visto que el expresidente pagase sus trajes
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Duelo de letrados

Algunos han tomado nota incansablemente de las declaraciones de los testigos, los documentos y las conversaciones reproducidas. Otros, no tanto. Todos se han concentrado en sobrellevar el tedio y la tensión vividos en las más de 100 horas de juicio, con sesiones, a veces, interminables.

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El proceso para escogerlos fue laborioso desde que el azar designó a los primeros 36 candidatos. Sin embargo, al menos uno pareció decantarse desde muy pronto por Camps, a juzgar por lo mucho que anota en las intervenciones de su letrado y por los gestos y sonrisas que llegó a dedicar al expresidente, según han confirmado distintas fuentes presentes en la sala.

Camps ha logrado tres mayorías absolutas, la última en mayo. Pero su abogado llegó al juicio sin la artillería con la que contaban las acusaciones. No dispone de documentos. Ni de grabaciones. Ni ha podido encontrar, en casi tres años, a un empleado que viese a Camps pagar sus trajes en metálico, por importes a veces superiores a los 3.000 euros. Quienes podrían haberlo acreditado, los que trabajaban en las tiendas, han manifestado casi unánimemente lo contrario.

El letrado del expresidente, Javier Boix, ha tenido que utilizar otras armas: sembrar dudas sobre testigos y documentos, sugerir (sin hilvanar ningún relato) conjuras y ganarse al jurado. Adecuando el tono. Suprimiendo tecnicismos. Introduciendo resúmenes al principio de las preguntas. Subrayando lentamente en sus papeles las respuestas que le interesaba que fuesen recordadas. Apelando directamente a los jurados. De las pocas veces que el jurado ha reído a la vez, en varias ocasiones, ha sido con alguno de sus golpes de efecto.

Pero en un juicio tan largo los ánimos evolucionan. Y la sintonía de Boix con el jurado ha parecido ir a menos. Quizá por los muchos encontronazos que el letrado y su cliente han tenido con Juan Climent, el magistrado que preside el tribunal, que pareció erigirse desde el primer día como la figura en la que más confía la mayoría de jurados.

La sala suele estar medio vacía. En primera fila se sientan los incondicionales del expresidente, entre ellos su esposa, Isabel Bas. A alguna sesión han asistido, además, sus hijos. Con el más pequeño, de 13 años, Camps se mostró llamativamente cariñoso al final de una vista, ante el jurado.

Los curiosos presumiblemente críticos con Camps son escasos. La presencia socialista, nula. El resultado es una atmósfera de murmullos que juega a favor del expresidente, y que el magistrado Climent ha cortado en reiteradas ocasiones.

El estilo de las fiscales fue, desde el principio, el opuesto al de Boix: tono serio, ninguna demagogia, cero gestos a la galería. Las fiscales que armaron la investigación han reconstruido varias veces el itinerario que va del encargo de las prendas al pago por la trama. Un recorrido que un tribunal formado por jueces no habría tenido dificultad en seguir. ¿Lo han hecho los jurados? Es imposible decirlo, y resulta improbable en el caso de testigos no colaboradores. Fue mucho más fácil entender al sastre de Costa decir que el trasero de su cliente no cabría en las medidas que figuran en los encargos. El valor que el jurado dé a unos y otros elementos es una incógnita.

El letrado que representa a la acusación popular, Virgilio Latorre, casi siempre con semblante serio, ha hecho entendibles para personas de la calle varias claves del caso. En su contra va que representa a los socialistas, los grandes rivales políticos de Camps y Costa. Pero, en pequeñas dosis, ha ido arrancando algún gesto del tribunal.

Los jurados pueden formular preguntas. Las dos que hicieron muy al principio del juicio parecieron responder a la curiosidad. Desde entonces han recibido toneladas de información, y no han vuelto a preguntar.

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