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Espionaje político en la Comunidad de Madrid

El escándalo del espionaje rompe los últimos puentes entre Rajoy y Aguirre

Los aguirristas están muy molestos por la investigación de Cospedal, que seguirá

Carlos E. Cué

No lo logró la larguísima crisis interna, ni el abandono de María San Gil, ni la ruptura con UPN, ni las malas encuestas, ni las feroces críticas de los medios conservadores. Pero al final, el escándalo de los espías ha conseguido que Mariano Rajoy confesara a todo su entorno algo que ya creían imposible: está muy preocupado. Dicen que considera gravísimo lo publicado por EL PAÍS, que le da crédito -tanto como para abrir una investigación interna, algo muy excepcional-, porque afecta a los suyos y además porque le ha dado una gran baza al PSOE, precisamente en un momento de gran debilidad para el Gobierno por los pésimos datos del paro.

Esta crisis, y la reacción tanto de Rajoy como de Esperanza Aguirre, ha roto definitivamente los escasos puentes que unían a estos dos grandes rivales internos, según coinciden fuentes de uno y otro sector. El marianismo está muy enfadado con la presidenta de Madrid porque, en lugar de abrir una investigación interna, como esperaban, ha desmentido todo sin más, como si la cosa no fuese con ella.

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La dirección del PP cree que con esta actitud, y con el ataque que ha lanzado hacia cualquiera, incluido Alberto Ruiz-Gallardón, que diera credibilidad a la información, Aguirre ha forzado a Rajoy a iniciar una investigación interna. "No lo entendemos, les hemos dicho desde el principio que deberían ellos interrogar a su gente y dilucidar responsabilidades, pero están cerrados en banda", explica un miembro de la dirección.

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A su vez, los aguirristas están indignados porque el líder, en vez de dejar las cosas en manos de la justicia, que con sus tiempos lentos habría diluido el asunto, se ha lanzado a una investigación de resultado imprevisible.

"Esto deben resolverlo los tribunales. Es una investigación política. El partido tiene una fórmula, que es la comisión de investigación interna, que se aplicó en el caso Naseiro, pero esto es totalmente atípico, aunque públicamente no vamos a criticarlo para evitar más lío", señala un aguirrista. "Van a conseguir que esa investigación interna esté todo el día en la prensa", insiste otro.

La desconfianza entre los dos sectores, que estuvieron a punto de enfrentarse por el liderazgo del PP en el último congreso interno, es total. Dolores de Cospedal, la secretaria general, se ha tomado muy en serio la investigación interna. Rajoy le ha ordenado, según fuentes de la dirección, llegar hasta el final para dar ejemplo en el partido y disipar la enorme preocupación que se extiende por todas las sedes regionales, sobre todo la gallega y la vasca, que preparan sus elecciones.

Cospedal ya ha estado un buen rato en su despacho de la calle Génova interrogando a Esperanza Aguirre, Francisco Granados e Ignacio González, siempre con una testigo, Ana Mato, vicesecretaria de Organización, para darle mayor oficialidad. Todos ellos han alegado su absoluto desconocimiento de los espionajes. La secretaria general les ha confirmado que seguirá investigando y les ha adelantado que ella llamará a toda la gente que considere necesaria, incluidos los policías y responsables de la consejería de Interior que aparecen en las informaciones de EL PAÍS.

Algunos podrán negarse porque no son miembros del PP, pero eso no contará precisamente a su favor en las conclusiones que elaborará Cospedal. El lunes tiene citado en su despacho a Manuel Cobo y Alfredo Prada, dos víctimas del espionaje precisamente en los días en los que eran personajes importantes del grupo que apoyaba la continuidad de Rajoy frente al asalto de Aguirre a la presidencia del PP. Esta apuesta le costó el puesto a Prada, expulsado del Gobierno de Madrid y recuperado por Rajoy.

La preocupación se multiplica. Sólo algunos dirigentes ironizan -"a mí no me han espiado, yo no soy nadie"-, pero la mayoría están cabizbajos. "Esto va a acabar fatal, aunque no sé para quién. No puede acabar bien. Es un asunto muy feo", sentencia un veterano que lo ha sido todo en el partido.

"El problema de fondo es el PP de Madrid. No sólo por la pelea Aguirre-Gallardón. En el Gobierno de Esperanza se odian casi todos, y de esos polvos vienen estos lodos", sentencia otro veterano.

La guerra ha reabierto el enfrentamiento entre Aguirre y Gallardón. Ayer ambos dejaron claro que siguen siendo los dos personajes clave del partido. En la convención del PP, con el lema Queremos, un novedoso encuentro abierto y protagonizado por las nuevas tecnologías y redes sociales, organizado por Esteban González Pons, ambos protagonizaron sendos discursos ideológicos de fondo.

Más que la presentación de una convención interna, parecían discursos de dos candidatos a la presidencia del Gobierno o al liderazgo de su partido.

Gallardón, en un estilo claramente inspirado en la retórica de Barack Obama, aprovechó la idea expresada por Pedro Solbes en EL PAÍS, de que ya no hay margen para actuar en la economía, para concluir que sí hay margen, que tiene que haberlo, y que debe dimitir el que no lo encuentre para dejar paso al PP. Pero sobre todo entró al choque con Aguirre y su discurso de los principios. "Cuando oigo hablar de principios y valores, pienso que nadie tiene derecho a sustituirlos por un fosilizado conjunto de dogmas. No es día para enfrentar público y privado, ni levantar barreras. Tenemos que reconciliar a España con su pluralidad".

Si Gallardón se inspiró en Obama, Aguirre citó a Ronald Reagan, y contestó a su rival: "En la solidez moral e ideológica radica la fuerza del partido. Necesitamos valores e ideales claros. Hay que reducir el gasto de las administraciones, con ejércitos de funcionarios, y bajar los impuestos".

"Estos dos están como siempre, pero ahora con un escándalo gravísimo entre las manos que se puede llevar por delante a todos, Rajoy incluido", sentenciaba a la salida uno de los muchos dirigentes preocupados.

SCIAMMARELLA

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