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Reportaje:

Al final quemaron la casa de El Calvo

Cinco años de agresiones y amenazas, sin apenas denuncias, provocaron un estallido popular contra un vecino de Villaconejos

Antonio Jiménez Barca

El Calvo es bajo, fuerte, musculoso. Según la gente del pueblo, basta mirarle de frente para que estalle: "A mi novio le pasó: El Calvo, que iba con su hijo pequeño, vio que mi novio le miraba. Se cabreó por eso y le agarró la cabeza rodeándola con el brazo. Sacó una pistola del bolsillo y preguntó a su hijo: '¿Qué? ¿Matamos a éste o no?' Mi novio salió corriendo. Jamás se ha vuelto a cruzar con él".

La chica que contaba esto el miércoles, que se niega a dar su nombre por miedo, se encontraba, junto a decenas de personas, en la plaza de Villaconejos, una localidad de 3.500 habitantes situada a 50 kilómetros de Madrid. Habían acudido a dar testimonio a la Guardia Civil de las agresiones de Javier Bernuy, El Calvo, un hombre que durante cinco años ha tenido aterrorizado al pueblo sin que casi nadie se atreviera a denunciarle. Hasta el domingo pasado, en que este pueblo pequeño, aparentemente tranquilo, también estalló.

La llamada al linchamiento circuló por todo el pueblo el domingo pasado

Ese día, la gente decidió tomarse la justicia por su mano: a las cuatro de la tarde, 400 personas se reunieron en la plaza con una consigna: "A quemar la casa de El Calvo para que no vuelva más". La multitud se comenzó a mover en dirección a la carretera de Aranjuez: "Íbamos andando, todos en masa, jamás he visto al pueblo tan unido en algo", recuerda un joven. Llegaron y se apostaron frente a la casa, una construcción blanca apartada del pueblo, decididos a reducirla a cenizas. Bernuy no estaba. Pero sí parte de su familia: su mujer, embarazada de cuatro meses; su suegro Agustín Vilches, de 69 años; su suegra y la hermana de ésta, también mayores. Todos tuvieron que escapar, protegidos por la Guardia Civil, campo a través.

Javier Bernuy, de 35 años, llegó en 2001 a Villaconejos. Vivía, junto a su familia, en una vivienda considerada ilegal por el Ayuntamiento, compuesta de varias dependencias y una piscina pequeña, en un paraje al que se llega por una pista de tierra. Su hermana asegura que trabajaba de albañil. Otros vecinos responden que vivía del trapicheo de droga y del robo. La Guardia Civil lo considera un delincuente habitual. Actualmente cumple condena -en régimen de libertad condicional- por intento de homicidio: secuestró y amenazó de muerte a una mujer que le debía 140 euros.

Casi cualquier habitante de Villaconejos conoce un incidente provocado por El Calvo. No tienen inconveniente en relatarlo, pero siempre sin nombres. "No es la primera vez que se presenta en un bar y suelta: 'Ponme un calimocho y la caja, y te quedas con las vueltas'. O, también en un bar, que rompe el cristal de la maquinita de los muñecos porque a su hijo no le ha tocado uno", explica una mujer.

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Para evitarle, los clientes decidieron hace tiempo salir por una puerta cuando veían entrar a El Calvo por otra. "Esto ha traído la ruina a la dueña de un bar al que El Calvo iba los últimos fines de semana. La mujer, llorando, al borde de la depresión, me venía los lunes diciendo: 'Voy a cerrar", recuerda el alcalde, Lope Benavente, del PSOE, el único en esta historia que da su nombre y la cara.

Hay ancianas de 85 años que aseguran que El Calvo estuvo a punto de atropellarlas: "Venía con su coche por una calle prohibida, porque en verano se pone para colocar mesas y sillas, y si no nos levantamos nos pasa por encima". Y padres que sostienen que "ha ido al patio del colegio a amenazar a niños pequeños porque se han metido con su hijo". "A un niño lo cogió de la pechera y la criatura se meó", añade.

"A mí me venía la gente y me decía que qué pasaba con El Calvo", recuerda el alcalde. "Y yo acudía a la Guardia Civil, pero ésta me decía que sin denuncias no podían hacer nada, y la gente no denunciaba por miedo. Todavía no me explico cómo hemos podido estar así cinco años".

Durante este tiempo sólo se registraron dos denuncias: la de la mujer a la que secuestró (y que a la postre lo llevó a la cárcel) y la de un joven. "Pero la retiré: me dio otra paliza y la retiré, por miedo", confiesa este joven.

Todos estos vecinos anónimos estaban enfrente de la casa blanca el domingo pasado, poco después de las cuatro de la tarde, dispuestos a echarla abajo. Sabían que El Calvo había sido detenido la tarde anterior y que parte de su familia se encontraba dentro. "Vinieron con la intención de achicharrarnos vivos, con gasolina, y si no es por la Guardia Civil, que nos sacó por el campo...", ha declarado el suegro de Bernuy, Agustín Vilches. Había al menos cuatro agentes de la Guardia Civil que, una vez puesta a salvo la vida de la familia de El Calvo, miraron para otro lado. "Nos dejaron hacer; en cuanto la casa estuvo vacía, pudimos hacer lo que quisimos sin que nadie nos lo impidiera", explica una vecina.

"Entramos por la puerta pequeña, pero después tiramos el portón grande, lo echamos abajo y entramos en el terreno de la casa de El Calvo, y prendimos fuego", dice otra. "Muchos, mientras tanto, lo grababan con sus teléfonos móviles", añade.

"Han ardido hasta los libros del colegio de los niños y los regalos de reyes; a mi cuñada no le ha quedado ni una triste braga", se quejaba el viernes la hermana de Bernuy, que niega la mayoría de las acusaciones de los vecinos respecto de su hermano.

Cuando recuerda el episodio, al alcalde aún le tiembla algo la voz: "Cuando me avisaron ya era tarde. Cogí el coche y bajé. Desde lejos vi el humo y se me vino el alma a los pies. Pensé: 'Se acabó: lo hemos hecho". "Alguien nos ha comparado con La jauría humana, pero yo prefiero pensar en Fuenteovejuna", se explica Benavente. "No estamos orgullosos", confesaba un vecino, "pero tampoco arrepentidos".

Podía haber sido peor: la víspera del incendio, el sábado, El Calvo llegó al pueblo dispuesto a moler a palos a un chico que, días atrás, por primera vez en cinco años, se le había enfrentado. Bernuy prometió vengarse. Esa noche, acompañado de unos amigos que no eran de Villaconejos, buscó al chico en el bar de copas Cachete. No lo encontró. Y lo pagó con el dueño del local, al que le abrió la cabeza de un banquetazo. Después rompió a golpes las máquinas del bar, el equipo de música y se fue a casa.

Los jóvenes del pueblo decidieron entonces que hasta ahí. Se conjuraron para acudir a la casa de El Calvo esa misma noche dispuestos a todo. La policía, la Guardia Civil y el alcalde impidieron un linchamiento. "El Calvo nos recibió pistola en mano. Aceptó entregarse con la condición de que los del pueblo se fueran. Así ocurrió. Todos se fueron a dormir. Y yo respiré, porque creí que todo había acabado", recuerda el alcalde.

Se equivocaba. El pueblo no se conformó. La consigna "a quemar la casa de El Calvo para que no vuelva" comenzó a circular la mañana siguiente.

Ahora, la familia de El Calvo reside en viviendas de familiares, según su hermana. La casa blanca al final de la pista de tierra está inservible, tiene el portón tirado, el interior destrozado y las paredes tiznadas de negro.

Y en el pueblo hay calma. Pero no paz. Nadie sabe qué pasará si El Calvo vuelve.

El coche calcinado de Javier Bernuy, <i>El Calvo,</i> y al fondo, la casa donde vivía con parte de su familia y que también fue incendiada por vecinos.
El coche calcinado de Javier Bernuy, El Calvo, y al fondo, la casa donde vivía con parte de su familia y que también fue incendiada por vecinos.JAIME G. TRECEÑO

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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