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Columna
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Un globo al que llaman Marshall

José María Ridao

La propuesta de un plan Marshall para el Magreb sería una iniciativa interesante si no resultara sospechosa, por improvisada y, seguramente, irrealizable. Ante las denuncias de pasividad dirigidas contra la Unión Europea (UE) durante las revueltas que se multiplican entre el océano Atlántico y el golfo Pérsico, algunos Gobiernos europeos, entre ellos el español, han intentado ponerse a salvo de las críticas ofreciendo titulares que llenen con metáforas históricas el vacío que han dejado las decisiones diplomáticas.

Salvo en el caso de Libia en estos últimos días, el Magreb no ha sido devastado por una guerra, sino por la conjunción de unos regímenes autoritarios y una regulación del comercio internacional que penaliza los productos en los que los países de la región son competitivos. Europa no es ajena a esta situación, puesto que ha condescendido con los regímenes autoritarios y se ha beneficiado de la regulación del comercio internacional que penaliza al Magreb. Pero, por el momento, no se tienen noticias de que la Unión Europea ni los Estados miembro, incluida España, hayan insistido a los Gobiernos de Marruecos y Argelia para que emprendan reformas democráticas que hagan innecesarias revueltas como las de Túnez y Egipto. Y menos aún de que hayan previsto desactivar las barreras comerciales con el Magreb, ni en el plano bilateral ni en el seno de la OMC.

No hay fondos públicos para un plan de la UE en el Magreb, enunciado por España como globo sonda

Se habla, en cambio, de un plan Marshall para el que no existen fondos públicos, aunque se confíe, no se sabe por qué, en la movilización de fondos privados.

Si algo hace daño al proyecto de la Europa unida es la forma de actuar que hay detrás de propuestas como esta, que el Gobierno español ha revestido de la fórmula del globo sonda. Al lanzarlo, no se busca llevar a efecto ningún plan Marshall, ni real ni metafórico, sino zafarse de las críticas de la opinión pública y, de paso, colgarse una efímera medalla ante los interlocutores del Magreb. Si fuese por el Gobierno español, parece decir el globo sonda, la UE se volcaría en ayudas tan cuantiosas como las que Estados Unidos ofreció a la Europa en ruinas de 1945.

Pero lamentablemente, añade, la Unión Europea no podrá cumplir con esta benévola intención, paralizada por los mecanismos burocráticos o las restricciones presupuestarias.

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El minuto de gloria que espera cosechar el Gobierno español lo sufragará la UE, con un largo provenir de insignificancia. Que se sepa, España no ha sugerido por los canales adecuados la celebración de un Consejo extraordinario, ni Europeo ni de Ministros, para estudiar la propuesta, ni se sabe a ciencia cierta si lo hará ni cuándo lo hará. Así que no solo está condenando a la UE a sufragar por anticipado el fracaso de un imaginario plan Marshall, sino que, además, lo está haciendo sin darle ocasión siquiera de estudiarlo.

Sorprende que detrás de la propuesta de un plan Marshall para el Magreb esté la idea de que los cambios solo se consolidarán si se acompañan de desarrollo económico. No porque no sea cierta, aunque más por tratarse de una obviedad que de un análisis revelador. Sorprende porque lo que no se ha producido en el Magreb son los cambios que deberían ser consolidados. Han cambiado Túnez y Egipto, y no precisamente por la acción decidida de la Unión. Tal vez cambie Libia, de la que se podría decir otro tanto. Pero no han cambiado ni Marruecos ni Argelia, países en los que la UE, además de los Estados miembro, incluida España, podrían defender con más energía que hasta ahora la necesidad de avanzar en las reformas políticas, en lugar de dar por buenas las excusas para no hacerlo. Claro que, mientras evocar un plan Marshall es un propósito sin contraindicaciones, sobre todo si se queda en eso, en propósito, en globo sonda, una declaración de la UE instando la democratización en el Magreb no es algo con lo que se pueda especular sin prever las consecuencias. Suponiendo que se realizara, ningún Gobierno europeo intentaría colgarse efímeras medallas haciéndose responsable de la idea ante Marruecos y Argelia, sino que todos se apresurarían a esconderse colectivamente detrás de la Unión y a pedir disculpas bilaterales y en privado. Como también se ocultarían detrás de ella, esta vez pensando en sus opiniones públicas, si decidieran desactivar las barreras comerciales que penalizan al Magreb.

La propuesta de un plan Marshall para el Magreb sería, quién sabe, una iniciativa interesante. Solo que, estando las cosas como están, lo único que revela es que ni la Unión Europea, ni el Gobierno español, tienen para el Magreb ninguna estrategia que pueda considerarse como un plan. A lo sumo, disponen de un globo al que, en el caso de España, se ha decidido llamar Marshall.

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